En mi larga trayectoria en la información de tribunales, aun consciente de que se trata de un término estrictamente jurídico, siempre cuidé escrupulosamente la presunción de inocencia, bien entendido que sin abusar del
calificativo presunto, con el que
muchos de mis colegas salpimientan sus crónicas de sucesos. ¡Cuántas veces oigo
o leo lo de “aparece una mujer
presuntamente muerta por su marido que permanecía al lado del cadáver con sus
ropas llenas de sangre y un cuchillo de grandes proporciones ensangrentado”.
Es obvio que la muerte no es presunta si está el cadáver, y que, en el mejor de
los casos, tampoco es presunto autor de la misma un hombre sorprendido al lado
del cadáver con las ropas manchadas de sangre y el cuchillo ensangrentado. Pero en el “caso
Bretón” he renunciado incluso a la tentación de calificar a su autor de
presunto y ni siquiera de sospechoso. Se podrá decir que formo parte del
linchamiento popular que el defensor de Bretón ha denunciado en alguna ocasión,
pero era tan clara la responsabilidad del padre de Ruth y José en la
desaparición de sus hijos que resulta imposible sustraerse a ello, mucho más
tratándose de unos hechos con unos perfiles tan horribles como los del doble
asesinato: su premeditación, su alevosía, sus preparativos, el móvil, las
coartadas…
viernes, 12 de julio de 2013
La unanimidad del jurado y... del pueblo
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