La revelación que hace hoy El País de que Rajoy aceptó el
encargo del Rey (http://politica.elpais.com/politica/2016/07/29/actualidad/1469816919_360671.html) para formar gobierno consciente de que si no conseguía los
apoyos necesarios para ello no se presentaría a la investidura, me parece de
tal gravedad que, una vez publicada la noticia, la única reacción del todavía presidente
del gobierno en funciones es la petición a la presidenta del Congreso de los
Diputados de que convoque el pleno de investidura sin intentar siquiera una
conversación informal con representantes de otros partidos. Obviamente, Rajoy perderá
esa votación y la siguiente constitucionalmente prevista, y el Rey abrirá nuevas
consultas para encargar la investidura a otro candidato.
sábado, 30 de julio de 2016
Rajoy ha utilizado a la Jefatura del Estado
martes, 26 de julio de 2016
Una investidura con las cartas marcadas
El tan manoseado, por actual,
artículo 99 de la Constitución española no deja lugar a la duda:
1. Después
de cada renovación del Congreso de los Diputados, y en los demás supuestos
constitucionales en que así proceda, el Rey, previa consulta con los
representantes designados por los grupos políticos con representación
parlamentaria, y a través del Presidente del Congreso, propondrá un candidato a
la Presidencia del Gobierno.
2. El
candidato propuesto conforme a lo previsto en el apartado anterior expondrá
ante el Congreso de los Diputados el programa político del Gobierno que
pretenda formar y solicitará la confianza de la Cámara.
Su lectura revela que, en contra de lo que pueda parecer con
las negociaciones de Mariano Rajoy en busca de una mayoría que le permita la
investidura, en ningún caso obliga a ello la Constitución. Al contrario, de su
lectura textual puede desprenderse que antes de alcanzar esa investidura ha de
ganársela en el debate del programa político que “expondrá ante el Congreso de
los Diputados”. Que hasta ahora, ya sea por las mayorías absolutas obtenidas
por Felipe González, Aznar y Zapatero o por los acuerdos pre-debate alcanzados
cuando un candidato no la había obtenido en las urnas, se haya llegado siempre a
la sesión parlamentaria con la garantía de la investidura, no debía significar
la norma sino, en el mejor de los casos, la excepción.
Quiero decir que hasta democráticamente es mucho más impecable la consecución de una investidura merced a los acuerdos que se alcancen en el mismo debate que obtenerla con pactos realizados incluso en secreto, como ha ocurrido con el lamentable episodio de la elección de Ana Pastor como presidenta del Congreso. Me parece bastante más democrático que Mariano Rajoy acuda al Parlamento con una oferta de gobierno, que tendrá que ser aceptada o discutida por los portavoces de los grupos parlamentarios, quienes, a su vez, harían contraofertas al candidato, el cual las aceptaría en todo o en parte y, en cualquier caso, sometería el programa resultante a la votación de la Cámara. De esa manera, entre otras muchas ventajas, los ciudadanos (¡cuánta utilización en vano del término “soberanía popular” aplicado al Congreso de los Diputados!) tendríamos sobrados elementos de juicio para saber las razones por las que el programa del candidato es aceptado o rechazado.
Quiero decir que hasta democráticamente es mucho más impecable la consecución de una investidura merced a los acuerdos que se alcancen en el mismo debate que obtenerla con pactos realizados incluso en secreto, como ha ocurrido con el lamentable episodio de la elección de Ana Pastor como presidenta del Congreso. Me parece bastante más democrático que Mariano Rajoy acuda al Parlamento con una oferta de gobierno, que tendrá que ser aceptada o discutida por los portavoces de los grupos parlamentarios, quienes, a su vez, harían contraofertas al candidato, el cual las aceptaría en todo o en parte y, en cualquier caso, sometería el programa resultante a la votación de la Cámara. De esa manera, entre otras muchas ventajas, los ciudadanos (¡cuánta utilización en vano del término “soberanía popular” aplicado al Congreso de los Diputados!) tendríamos sobrados elementos de juicio para saber las razones por las que el programa del candidato es aceptado o rechazado.
Pero justamente esto último es lo que no quiere Rajoy. El
candidato del Partido Popular a la presidencia del gobierno no quiere perder la
votación de la investidura y pretende acudir al mismo con las cartas ya marcadas,
si se me permite la expresión, por lo que incluso podría volver a decirle que
no a la propuesta del Rey. Porque hasta ahora, algunos portavoces del PP
afirman que Rajoy está de acuerdo en modificar la Constitución; o en hablar de
la reforma laboral; o de la Educación o de la famosa “ley mordaza”… Pero lo que no nos dice es en qué términos sería la reforma
o qué propuestas de los distintos grupos políticos estaría dispuestos a aceptar…
Insisto: el manoseado artículo 99 de la Constitución es bien
claro. Aunque por lo visto hasta ahora, Mariano Rajoy no someterá a la Cámara
el programa del gobierno que pretende formar, sino que, en el mejor de los
casos, leerá en la tribuna de oradores el acuerdo al que previamente haya
llegado para obtener el apoyo que le permita gobernar.
domingo, 24 de julio de 2016
¿Y por qué no José Bono?
Pocas horas después de deleitarme
con la entrevista al socialista José Bono en La Sexta Noche, probablemente la mejor de las realizadas por Iñaki
López, conductor del exitoso programa, me encuentro con el editorial de El País titulado “Luchadores por la libertad” , que merece su reproducción integra,
aunque yo me quedo con el siguiente párrafo:
“Es una paradoja que la normalización democrática se lleve por delante a
sus protagonistas. La vida pública se ha crispado progresivamente, con su
correlato de indeseadas cicatrices en el cuerpo social, pero eso no debe
impedir que la España democrática reconozca a los que más trabajaron por ella.”
Algunos venimos manteniendo hace
tiempo que la democracia española precisamente por su juventud no debería
haberse permitido el lujo de prescindir de una generación de políticos que forman
parte de los que hace referencia el editorial del periódico. Y
José Bono es uno de esos protagonistas, de esos luchadores por la libertad, que
pusieron el coraje cívico por delante de la acomodación a las circunstancias o
la opción de vegetar en las zonas confortables de los que no quieren ver ni
saber, como El País escribe del
socialista vasco José Ramón Recalde, al que ETA no consiguió callar ni
pegándole un tiro en la cabeza.
Conocí personalmente a José Bono a
finales del pasado siglo, cuando acudió al informativo matinal que yo dirigía y
presentaba en la Cadena Voz de Radio.
Sabía, como otros muchos colegas, que el entonces presidente castellano manchego
(ya había conseguido cinco mayorías
absolutas en las elecciones autonómicas de esa región y aún le quedaba una
sexta, en 2003) había iniciado el “salto
a la política nacional” y lo hacía con decisión y cautela, pero también con
la sinceridad de la que ha hecho gala a lo largo de toda su carrera.
Todavía Aznar no había obtenido la
mayoría aplastante en las legislativas del año 2000, pero Bono, que tiene un excelente
olfato político, ya lo intuía y, en consecuencia, preveía la dimisión de
Joaquín Almunia como secretario general del PSOE y candidato socialista en esas
elecciones legislativas. Poco después, en julio de ese mismo año, José Bono se
enfrentó a Rodríguez Zapatero en las primarias de su partido para elegir nuevo líder y fue derrotado por tan solo nueve votos.
Luego llegaría la victoria de ZP
en 2004, el nombramiento de José Bono como ministro de Defensa y su dimisión en
abril de 2006 por lo que bien podría ser calificado de “entreguismo” de Zapatero al nacionalismo catalán con la aprobación
del Estatut que llevó a Madrid el entonces president
Maragall. Y finalmente, Bono reaparecería en la siguiente legislatura como
presidente del Congreso de los Diputados a propuesta de Rodríguez Zapatero que había
ganado las elecciones de 2008.
Pero hay que volver los ojos y los
oídos a la magnífica entrevista que le hizo Iñaki López anoche en La Sexta. Apareció el mejor José Bono,
el de los términos tan concisos como rotundos, el de aquella frase tan recordada
de “Estado de desecho y no de Derecho”
en referencia a una hipotética negociación con ETA, el de la recriminación a un
ministro del gobierno, Miguel Sebastián, por acudir al banco azul sin corbata,
que el programa recordó como preámbulo de la opinión que a Bono le merece la
vestimenta de la “nueva clase política”
en el hemiciclo (“si vas a comer a un chiringuito
de playa con el torso desnudo, te obligan a ponerte una camisa”, dijo) o la
presencia de un bebé en brazos de una diputada (“Yo le hubiera dicho: “Señora Bescansa, usted quería tener una foto con
su hijo en brazos el día en que tomó posesión de su escaño. Pues ya la tiene;
ahora deje al niño en la magnífica guardería que tenemos en esta Cámara”).
Sin embargo, para mí el Bono en
todo su esplendor que apareció en La
Sexta Noche fue cuando Iñaki le preguntó si ve posible un pacto de los
socialistas con Podemos, y el ex
presidente del Congreso fue rotundo: “Sí,
pero solo si Pablo Iglesias cumple tres condiciones: pedir perdón a Felipe
González, al que en sede parlamentaria llamó asesino, con lo de la cal viva; si
retira el calificativo de presos políticos que dio a los etarras que están en
la cárcel por haber asesinado; y si no va a Cataluña a defender un referéndum
que rompe la unidad española después de haber dicho 25 veces la patria española
en la plaza de la Puerta del Sol, en Madrid”. Y todavía más, antes, en referencia a lo
de la cal viva, Bono había dicho que “si
yo hubiera sido presidente del Congreso le hubiera exigido a Iglesias que
retirara esa frase; y si no lo hubiera hecho, le habría expulsado de la Cámara.
El Congreso permite la impunidad de todos los diputados digan lo que digan,
pero el reglamento de la Cámara permite a su presidente exigir la retirada de
una expresión pronunciada por un diputado, sobre todo cuando es de la gravedad
y la falsedad de la de la cal viva”.
Repasando la entrevista a José
Bono (la he visto un par de veces),
me quedo con una frase suya, no sin antes recordar que fue uno de los barones
que en su día apoyó la elección de José Sánchez como secretario general
socialista: “Si hay elecciones en el
PSOE, yo pediría que se eligiera un líder social capaz de derrotar al Partido
Popular más que a un líder político”. Y me pregunto yo para mis adentros si
acaso José Bono, que el próximo 14 de diciembre cumplirá 66 años, pudiera ser
ese líder social que él mismo reclama.
domingo, 17 de julio de 2016
Lección de periodismo
Las dos primeras horas de La Sexta Noche del sábado fueron una lección de periodismo a lo
que, desgraciadamente, no estamos acostumbrados en los medios de nuestro país y
mucho menos en las televisiones. Periodismo, además, en tres de sus variadas
manifestaciones: la noticia, el análisis y el debate o, si se prefiere
aceptando su primera denominación, la tertulia. Si impecables fueron las
conexiones con los enviados especiales a Niza y los resúmenes de lo ocurrido en
la noche del jueves en el Paseo de los Ingleses de la capital de la Costa Azul
y las reacciones de los políticos españoles y franceses, la calidad del debate alcanzó
una altura similar a la de los mejores de las grandes televisiones
estadounidenses.
Ignacio Cembrero, experto en comunidades musulmanas; Chema
Gil, del Observatorio de Seguridad Internacional; Pedro Rojo, arabista y
presidente de Al Fanar, Fundación para el conocimiento árabe; David Garriga,
experto en terrorismo yihadista; Cécile Thibaud, corresponsal en España de la
revista francesa L’Express, y Manu Marlasca, jefe de investigación de La Sexta, celebraron un debate de gran altura,
en el que cada una de las intervenciones aportaba un dato diferente y
contrastado; en el que, a diferencia de las tertulias al uso, cada frase tenía el rigor del conocimiento del experto; en el que se deslizaban datos que
enriquecían el debate y orientaban al espectador; en el que hasta el lenguaje
era de una exquisitez propia de académicos; en el que -¡milagro!- los
tertulianos no se interrumpían ni hacían muecas de descalificación de lo que
otro exponía; en el que nadie elevaba la voz; en el que no se levantaba el
brazo para reclamar un turno por alusiones; en el que, en definitiva, unos
expertos hablaban solo de lo que sabían, y verdaderamente era mucho lo que
sabían. El debate se completó con una conexión con el coronel Pedro Baños, experto
en lucha antiterrorista, y con las opiniones de Jorge Verstrynge profesor
universitario, politólogo y geopolítico franco-español.
Frente a tanto opinador de ocasión, frente al simplismo de
tertulianos que acuden a los programas con el único afán de “hacer caja”, frente a tanto sectarismo
y manipulación, La Sexta Noche del sábado
en lo que se refiere al tramo aquí comentado (el programa es un contenedor de casi seis horas) fue una especie
de sueño que nos trasladaba al mejor periodismo que uno recuerda en su más de
medio siglo de ejercicio del más bello oficio del mundo.
Además, la dirección del programa tuvo el acierto –o acaso fuera la casualidad- de frente
a una hora de excelencia que pareció un minuto, llevarnos a antena una segunda
tertulia en la que se incorporaron lo peor de los debates de nuestras
televisiones: Eduardo Inda, periodista de conspiración, intoxicación y
manipulación; Francisco Marhuenda, ex jefe de gabinete de Mariano Rajoy en los
ministerios de los que fue titular el hoy presidente en funciones durante los
gobiernos de Aznar, y cuyo sectarismo “rajoyista”
solo es comparable a su excelente formación; y Javier Sardá, símbolo de la
telebasura del pasado, que ahora lava refugiado en las tertulias en las que
tiene un atropellado y confuso discurso desde legítimas posiciones de izquierda
o, si se prefiere, de antiderecha. A ellos se
sumó también el periodista Ignacio Escolar, director de eldiario.es, que es el permanente contraste
del profesional independiente frente a la manipulación y militancia que tanto
se lleva ahora en este oficio. Pero Ignacio pudo hablar poco, como siempre,
permanentemente interrumpido por las muecas de Marhuenda y los gritos de Inda.
Digo bien que fue un acierto de la dirección del programa
incorporar al debate anterior a Marhuenda, Inda y Sardá porque el contraste fue
abrumador. Parecía que hubiéramos cambiado de canal sin darnos cuenta… o que volvíamos
a lo peor de cada La Sexta Noche: a la jaula de grillos, al patio de vecindad en que se convierte el plató con estos
tertulianos. Ante tanto comentario improvisado, ante tanta falta de rigor, ante tanto desconocimiento, opté por recrearme viendo las caras de Cembrero, de Gil, de Cécile
y de Manu. Tengo grabada en la retina la sonrisa de sorpresa y vergüenza ajena (una especie de “pero qué está diciendo éste…”) de la periodista francesa Cécile Thibaud ante una intervención de Sardá... y la mueca de Cembrero cuando Marhuenda tuvo la ocurrencia de calificar a Putin de patriota...
Para completar el abrumador contraste, después de que Marhuenda, Inda y Sardá se liaran con los orígenes de la segunda
guerra mundial y lo mala que según Marhuenda dice la izquierda que es la
derecha y lo perverso que es Bush (Marhuenda dixit también) y referencias -¡otra vez!- a “los de las Azores” y Hitler y, claro, Irak, volvieron a intervenir Cembrero, Gil, Cécile
y Manu aportando datos, cada uno de los cuales por sí solo era una noticia: los lobos solitarios, los yihadistas exprés, el ejemplo de
la eficacia policial española en la lucha contra el yihadismo, el número –de 500 a 1.000- de yihadistas que han
vuelto de su entrenamiento en el Isis y que viven en Francia, la necesidad de
la coordinación de los servicios de inteligencia de Europa, el lamentable papel
de las monarquía saudí, lo fácil que para un camionero es atentar con un camión y lo difícil que para cualquier
Estado es parar un camión como el que
mató a 84 personas el pasado jueves en Niza, la estrecha vigilancia (monitorización le llamó Manu) a que
están sometidos el par de decenas de yihadistas que viven en España; las nuevas
medidas de protección (chalecos antibalas especiales) de la policía española ante
las armas que utilizan los yihadistas.Y por primera vez en la historia de La Sexta Noche los Inda, Marhuenda y Sardá callaron no diría yo que respetuosamente, sino más bien avergonzados si es que les queda alguna capacidad de autocrítica de la que quizás algún día tuvieron.
En definitiva, si la primera hora de La Sexta Noche fue una lección de
periodismo que nos regalaron a la audiencia quienes debatían sobre lo ocurrido
en Niza, la segunda hora fue también una lección para los “tertulianos de fortuna” que si solo hablaran de lo que saben, en
las televisiones españolas se produciría un sepulcral silencio.
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