Tengo en la nebulosa de mi
memoria de los veinte años el intento del mítico presidente del Real Madrid,
Santiago Bernabéu, de trasladar el estadio del Paseo de la Castellana
(concretamente al distrito hoy conocido como Fuencarral-El Pardo). Recuerdo una
portada del diario ABC con la maqueta de la torre de cristal que iba a
construirse en los terrenos en los que entonces y hoy se levanta el estadio
madridista: 70 plantas y 268
metros , el edificio más alto de Europa en aquellos
comienzos de la década de los setenta. Pero el alcalde de Madrid, Carlos Arias
Navarro, se opuso desde el primer momento a la recalificación de los terrenos
del estadio (equipamiento deportivo) para convertirlos en edificables. Ni que
decir tiene que aquella nebulosa la he despejado a través de la útil Red que,
por otra parte, confirma mis datos y actualiza fechas precisas, sin entrar en otras
detalles que aún hoy saco de algún rincón de la memoria de madridista de localidad
de “niños y soldados sin graduación”
(la mili era obligatoria), la más barata, naturalmente de pie y tratando de
acceder a la misma en cuanto se abrían las puertas del estadio para instalarme
en una buena ubicación desde la que poder ver el partido entre las 125.000
personas para las que aquellas gradas tenían capacidad.
Dominaba entonces el Real
Madrid las competiciones españolas y todavía no se diferenciaba entre las copas
de Europa en blanco en negro (las cinco primeras de una tacada y la sexta, la del equipo yé-yé) y las que luego fueron Ligas de Campeones en color. Pero
Bernabéu, verdadero adelantado a su tiempo, intuía un futuro que necesitaba una
financiación que no se podía limitar al aforo del estadio por grande que fuera,
y mucho menos, claro, a los precios de “niños
y soldados sin graduación”.
Murió Bernabéu sin ver
cumplido su sueño, le sucedió el bueno de Luis de Carlos, y Ramón Mendoza y
Lorenzo Sanz precedieron la primera presidencia de Florentino Pérez, un
ingeniero de Caminos y economista que desde la portavocía de una plataforma de
ingenieros en paro en la década de los sesenta saltó al penúltimo ayuntamiento dedocrático de Madrid, el que presidió
Juan de Arespacochaga con Carlos Arias Navarro en la jefatura del gobierno español
intentando eternizar un franquismo sin Franco. Cuando fue nombrado alcalde,
Arespacochaga se acordó de aquel “muchacho
delgadito y con gafitas” que, al frente de una comisión de ingenieros en
paro, había ido a verle cuando era presidente del Colegio de Ingenieros de
Caminos, lo llamó y le encargó el Plan de Saneamiento Integral de Madrid, que
iba a ser la piedra angular de la gestión del alcalde… Luego, cuando el
proyecto político de Arias Navarro para España reventaba por las costuras y el
Rey le pidió su dimisión para dar paso a Adolfo Suárez y a la democracia,
Florentino Pérez siguió en el Ayuntamiento, aunque sin Arespacochaga, al que
sucedió el notario José Luis Álvarez, que aspiraba a ser el primer
alcalde elegido por sufragio universal en Madrid, cuando fuera aprobada la Constitución y
celebradas las primeras elecciones generales con la Carta Magna ya en vigor.
Florentino Pérez se afilió a
la Unión de
Centro Democrático de Adolfo Suárez y de José Luis Álvarez, y cuando los
socialistas de Felipe y los comunistas de Carrillo pactaron la alcaldía de
Madrid –y otras muchas- tras las elecciones de 1979, Florentino aguantó poco en el Ayuntamiento, entre otras cosas
porque José Luis Álvarez, que se había quedado como jefe de la oposición en la Casa de la Villa , fue nombrado primero
ministro de Agricultura y luego de Transportes y Comunicaciones y se llevó
consigo al que ya conocíamos como Floro.
Valga este largo preámbulo
para que se entienda bien la trayectoria de Florentino Pérez, que en algo más
de 30 años saltó desde el desempleo como ingeniero de Caminos a la lista de las
diez primeras fortunas españolas; desde una suerte de ministro de la Villa
(delegados de servicio era el nombre
del cargo que desempeñaban lo que hoy son concejales responsables de las
diferentes áreas municipales), con unos 1.500 euros mensuales de salario
(250.000 pesetas de entonces), hasta la presidencia ejecutiva de grandes empresas
de construcción de obra pública (subráyese el término obra pública). Y desde su
madridismo militante a la presidencia del Real Madrid Club de Fútbol, al que ha
convertido en el más rico del mundo.
Pero no deja de ser
paradójico que lo único que se le resiste es el éxito deportivo, porque la cosecha de títulos obtenida en sus dos períodos de presidente del Real
Madrid no responde al esfuerzo inversor que ha supuesto reventar el
mercado de fichajes con contrataciones que empezaron con Figo y que de momento
terminan en Bale pasando por todas las estrellas de la constelación
futbolística de cada momento. Y se hace preciso escribir cuanto antes que si
Florentino es el responsable del indiscutible éxito empresarial del Real Madrid
también lo es del fracaso deportivo y, sobre todo, de la sensación de la
incapacidad del club para optar por un modelo futbolístico reconocible, como el
que tiene el Barcelona (la comparación es inevitable), que por cierto ha contagiado
al fútbol español, que debe al llamado tiki-taka
azulgrana un Campeonato del Mundo y dos Eurocopas. Escrito de otra manera,
acostumbrado al éxito en las cuentas de resultados… económicos, Florentino cree
que la cuenta de resultados deportivos es lo mismo. Y no lo es.
¡Claro que sin su capacidad
de gestión el Real Madrid no podría haber contratado ni los galácticos ni las demás
estrellas! Pero su capacidad de gestión no llega a la portería contraria y
ahora se estará dando cuenta de que su capacidad de influencia, tampoco, porque
en el Ayuntamiento de Madrid y en la Comunidad de Madrid no están ya sus viejos colegas de aquella Casa de la Villa y aquella UCD (los
Álvarez del Manzano, Ruiz Gallardón, Leguina, Esperanza Aguirre y un largo
etcétera). Y no se olvide que el club más rico del mundo fundamentó su
opulencia en una recalificación urbanística, que Florentino Pérez se empeñó
entonces en llamarle “la herencia de la
abuela”. ¿Cómo que herencia de la abuela la transformación
de unos terrenos de equipamientos deportivos –la antigua Ciudad Deportiva,
junto al hospital de La Paz-
en superficie edificable nada menos que para levantar el nuevo skyline de Madrid, las famosas cuatro
torres? Eso ya se llamaba pelotazo en
los tiempos del socialista Carlos Solchaga como ministro de Economía, con
aquella sentencia de que “España es el
país donde más fácil y más rápido es hacerse millonario”. Florentinoy los
gestores del momento en la Casa
de la Villa y
en la Comunidad
de Madrid sabrán las razones de una recalificación encaminada no al
embellecimiento de la ciudad y dudo de que compatible con el interés público,
sino a sacar de la ruina en la que se encontraba uno de los clubs de fútbol más
importantes del mundo.
Ahora, en la Comunidad de Madrid hay
un gobierno en minoría parlamentaria que requiere de la fina capacidad de
negociación de la presidenta Cifuentes, y en el Ayuntamiento una alcaldesa que
tiene claro que el interés público está por encima de los de un club de fútbol,
por emblemático que sea y por cuanto aporte –que es mucho- a la ciudad, y de su
presidente, por influencias que haya tenido. O si lo prefieren, los gobiernos
municipal y autonómico imponen la legalidad por encima de cualquier otra consideración.
Y difícilmente se entendería que, después de tres sucesivas decisiones
judiciales anulando el plan de transformación del Estadio Santiago Bernabéu
aprobado en su momento por los equipos de los viejos colegas de Florentino Pérez, el Ayuntamiento de Carmena
tolere el trágala de cesiones de
terreno público, de construcción de hotel, de cambio de fachadas, de
aparcamiento subterráneo a cambio de dinero y a cambio también de una parcela
de terreno que tiene el Real Madrid ¡a siete kilómetros de su estadio…!
El compromiso de Florentino
Pérez antes de ganarle las primeras elecciones a Lorenzo Sanz fue techar el
estadio… Estamos a la espera, pero debajo del techado Florentino Pérez, feliz
en su palco de honor para sus negocios varios, quería cargarse
otra cosa: La legalidad, Florentino, la legalidad…