La Junta General de Accionistas que El Corte Inglés
celebra siempre el último domingo de agosto tiene este año unas turbulentas
vísperas que han apuntado a lo que el próximo domingo tomará carta de
naturaleza, negro sobre blanco, y que va mucho más allá de las serias
discrepancias con las últimas maniobras del equipo gestor de dos de los más
importantes accionistas de los grandes almacenes. Y más concretamente, la denuncia
ya pública de la forma en como se ha dado entrada en el capital de la compañía al
jeque qatarí Hamad Bin Jassim Al Tani, propietario de los almacenes londinenses
Harrods con un préstamo de mil millones que ha sido presentado como una
inversión.
En definitiva,
el próximo domingo culmina un largo período que, al igual que ocurrió con el de
las guerras napoleónicas, cuyo final hace 200 años supuso la caída del imperio
francés, refleja la caída del imperio de El Corte Inglés. Dicho de otra manera,
la Junta General
de Accionistas del próximo domingo es algo así como el parte del Waterloo de El
Corte Inglés, nombre de la última batalla perdida por el ejército de Napoleón
Bonaparte, y que se ha quedado en nuestro idioma como sinónimo de desastre.
Curiosamente, de
la misma manera que las guerras napoleónicas abarcan un largo período que
comenzó con la guerra entre Reino Unido y Francia en 1803 y finalizó con el
segundo tratado de París firmado tras la derrota de Waterloo en 1815, la caída
del imperio de El Corte Inglés comienza a fraguarse antes incluso de la crisis
económica, se acentúa durante ésta y se hace inevitable en el último año de
presidencia de Isidoro Álvarez, hasta su
muerte, en septiembre de 2014, apenas tres semanas después de la Junta General de
Accionistas que él mismo presidió.
Lo que ha hecho
su sucesor y sobrino, Dimas Álvarez, ha sido gestionar los restos del naufragio
que ha requerido los mil millones de euros que el jeque qatarí inyecta a la
compañía a cambio del 10 % de su capital (que podría acabar siendo entre el
12,5 y el 15%, por determinadas penalizaciones contempladas en el contrato de
préstamo) y un puesto en el Consejo de Administración, para lo que es necesario
un cambio en los Estatutos que ha de ser aprobado en la Junta del domingo, entre
otras razones porque ese porcentaje del capital solo puede salir de la autocartera
en la que tienen derecho de suscripción preferente los actuales accionistas,
condición que, claro, tiene que ser eliminada. Y a ello se oponen dos de los
accionistas: Corporación Ceslar, propietaria de un 10% de la compañía y que
agrupa a la familia Areces Galán, descendientes del que fuera presidente de El
Corte Inglés y máximo impulsor de los grandes almacenes, Ramón Areces, y por
tanto descendientes también del fundador de la compañía, César Rodríguez; y
Corporación Mancor, poseedora de un 7,5% de la empresa y que agrupa a
descendientes de José Antonio García Miranda, primo segundo del fundador, y a
la que representa una de sus hijas, Paloma García Peña, mientras que un tío de
ésta, Valentín García Miranda, viene vendiendo poco a poco el 3% del capital de
su propiedad a un precio muy superior al que se paga a los accionistas minoritarios
(sobre todo, directivos que tienen la obligación contractual de vender sus
participaciones al jubilarse).
Pero
ésta de las discrepancias de dos importantes accionistas es solo la última batalla
en la caída del imperio. Antes, El Corte Inglés perdió otras muchas, entre
ellas la de la competencia, en la que viene sufriendo sonoras derrotas en todos
los frentes. La mayor, desde luego, la que quiso plantear Isidoro Álvarez a
Zara con tanto entusiasmo como ceguera y torpeza; pero también la de los
supermercados e hipermercados, literalmente laminados por el exitoso Mercadona
de Juan Roig.
Frente
a las dificultades económicas de El Corte Inglés, ya en titulares de todos los medios,
los resultados de Inditex (Zara) y Mercadona resultan insultantes; frente a la
necesidad de créditos multimillonarios y venta de autocartera con modificación
de estatutos incluida, la liquidez de los competidores hace inviable cualquier
comparación; mientras se discute el valor del patrimonio inmobiliario que para
El Corte Inglés suponen los edificios que albergan sus grandes almacenes, la Inmobiliaria
Pontegadea, propiedad también de Amancio Ortega, fundador y accionista
mayoritario de Inditex, ganó en 2014 el doble que el año anterior y cuenta con
activos de más de 5.500 millones, 500 millones más en números redondos que el
crédito sindicado que 27 bancos concedieron a El Corte Inglés a finales de 2013
para refinanciar su deuda… Mientras Juan Roig, presidente y fundador de
Mercadona, es el empresario español con mejor reputación de España según el
ranking general de empresas y líderes 2015 del Monitor Empresarial de Reputación Corporativa (Merco), El Corte Inglés, que ocupa el segundo lugar en
el ranking histórico, ha descendido hasta el vigésimo puesto en este 2015,
lejos de los Amancio Ortega y Pablo Isla (creador y accionista mayoritario y presidente
ejecutivo de Inditex, respectivamente), César Alierta (Telefónica), Ana Botín
(Banco Santander), Isidro Fainé (Caixabank), Francisco González (BBVA), Antonio
Brufau (Repsol), Ignacio Galán (Iberdrola) y Florentino Pérez (ACS), que
completan con el líder Juan Roig los diez primeros puestos de ese monitor
empresarial de reputación corporativa, reconocido mundialmente. Pero como
escribí en este mismo blog el pasado 18 de julio, coincidiendo
con la ceremonia de la entrega de los premios Merco, el actual dircom de El
Corte Inglés hizo la siguiente declaración, publicada por el diario en el que
se celebró el acto: “Son sobre
todo los clientes los que respaldan el modelo reputacional y la trayectoria de
las empresas” , lo que es rigurosamente cierto,
pero solo lo puede decir el responsable de comunicación de una empresa que del
segundo lugar ha descendido al vigésimo si la afirmación va acompañada de su
dimisión o si en el minuto siguiente recibe la carta de despido. Y también
escribí entonces que si no fuera por la gravedad de la situación, la
explicación del dircom de El Corte Inglés podría incluso ser tachada de
frivolidad.
En la
batalla de la comunicación, definitivamente perdida por El Corte Inglés, el
resultado ha sido de un verdadero exterminio y mucho más desolador cuando los
grandes almacenes han sido ejemplo, auténtico santo y seña de imagen corporativa.
Ahora, mientras saltan las escandalosas discrepancias de accionistas con más porcentaje
del capital de El Corte Inglés que su propio presidente, que piden, entre otras
cosas, explicaciones sobre la comisión de 17 millones a una empresa radicada en
Singapur por la operación del jeque qatarí, un periódico de la red todavía en mantillas, creado y dirigido por
Pedro J. Ramírez, lo que ya es una garantía de éxito, titula recientemente una
información “Vende 600 euros por segundo”, en referencia a la actividad de
Inditex y sus casi 7.000 tiendas repartidas por todo el mundo, que desde 1996 ha multiplicado por 37
sus beneficios; por 18 sus ventas y por más de 12 su número de
establecimientos. La rentabilidad de cada una de ellos ha crecido casi un 50%
en estas dos décadas, hasta 2,7 millones de euros anuales. Y mientas Manuel
Pizarro, nombrado adjunto a la presidencia de El Corte Inglés por Isidoro Álvarez
poco antes de morir, trata de organizar
la empresa para su salida a bolsa (en este momento no cumple las condiciones
necesarias para ello), Inditex ha engordado en 27.000 millones de euros su
tamaño bursátil y le lleva a multiplicar por más de 10 su tamaño desde que
debutó en el parqué en mayo de
2001. En estos años, la empresa de Amancio Ortega, ha multiplicado por ocho
sus beneficios y casi por seis las ventas del grupo, al tiempo que ha
quintuplicado su número de tiendas en todo el mundo hasta extender su imperio
por cerca de 90 países.
Vuelvo, en todo caso, a la batalla de la comunicación e imagen, y escribo una vez más que resulta
difícil encontrar en los últimos meses una noticia positiva del que fuera
gigante de los grandes almacenes, y que ahora, cuando más se necesita extremar el
cuidado de la comunicación y la imagen (no se olvide que Ivy Lee, el creador de
la comunicación empresarial allá por los albores del pasado siglo, inició su
carrera gestionando la crisis producida en unos ferrocarriles estadounidenses
por un gravísimo accidente), las discrepancias con la gestión actual de El
Corte Inglés es lo que toma literalmente los titulares de primera página de los
periódicos españoles.
Era
tradición en vísperas de la Junta General
de Accionistas de El Corte Inglés, recibir en la direcciones de los medios al
máximo responsable de comunicación de los grandes almacenes, que personalmente
llevaba la memoria que se distribuiría al día siguiente en la Junta General y su correspondiente
nota informativa. Ángel de Barutell, verdadero autor de ese segundo puesto en
el ranking histórico que El Corte Inglés ocupa en el Monitor Empresarial de Reputación Corporativa, y que
durante más de un cuarto de siglo y hasta su jubilación ha sido ese director de
Comunicación que visitaba los medios en vísperas de la Junta General, pedía siempre a su interlocutor que no publicara nada hasta que
terminara la Junta por respeto a la misma. Y jamás periodista alguno traicionó el compromiso. Han
cambiado los tiempos, e imagino que ahora habrá otros procedimientos digamos
que… más torpes. Tanto que las grandes protagonistas de la actualidad en
vísperas de la Junta General
de Accionistas de El Corte Inglés no son, como siempre fueron, las ventas, los
beneficios, el dividendo, los puestos de trabajo, la expansión…, sino Carlota
Areces y Paloma García Peña, representantes de dos de los principales
accionistas y ambas descendientes del fundador de El Corte Inglés, con
declaraciones que hablan de ingeniería contable, de fórmula compleja que hay
que frenar, de un presidente débil con las manos atadas por los viejos
directivos –y de ello me propongo escribir en las próximas líneas-, de falta de
transparencia, de denuncias, de que la operación con el jeque evidencia lo poco
que ha servido el crédito sindicado de casi 5.000 millones de los bancos de
finales de 2013 o de la venta de un porcentaje mayoritario de la financiera de
El Corte Inglés al Santander… Y que a una maquinaria en su día funcionando como
un reloj de precisión, que además cuenta con una de las mayores inversiones de
publicidad de nuestro país, le “madruguen” literalmente dos accionistas, por
importantes que sean, y le ganen la batalla de la comunicación es una muestra
más del Waterloo de El Corte Inglés, de la caída de su imperio con el
presidente maniatado y la
Comunicación más preocupada de distanciarse del brillante
pasado, que es como escupir al cielo, aun a costa de cargarse el futuro.
Me referí al principio al largo período durante el que se ha ido forjando la
caída del imperio y que tiene en Isidoro Álvarez el principal responsable.
Heredó el imperio de manos de su tío, Ramón Areces, creador de la gran
expansión de El Corte Inglés y vencedor de la batalla que su tío y fundador,
César Rodríguez, mantuvo durante lustros con su primo, Pepín Fernández, creador
de Galerías Preciados, grandes almacenes a los que acabó engullendo El Corte
Inglés después de múltiples vicisitudes con amigos venezolanos y rumasas por
medio. Sin embargo, Isidoro Álvarez, que acabaría presidiendo la compañía
durante 25 años, pronto olvidó una de las lecciones que su tío ponía en
práctica cada mañana: financiarse con las ganancias o, lo que es lo mismo, no
gastar ningún día un céntimo más, en todo caso siempre menos, de lo ingresado
el día anterior, escrito sea en lenguaje de economía doméstica. Pero Isidoro,
llevado por la ola del éxito, el fracaso de su principal competidor, Galerías
Preciados, y una economía española con el viento de popa acercándose ya al euro
y en plena burbuja inmobiliaria, abordó decisiones alejadas de la prudencia.
Fueron los años de una expansión febril, en el que los almacenes de El Corte
Inglés, en edificios cada vez más gigantescos, casi siempre con la oferta
HIpercor en su interior, eran prácticamente no solo la primera tienda sino el
primer vecino de barrios que iniciaban su construcción en los límites de las
grandes aglomeraciones urbanas, y que luego, ante el estallido de la burbuja
inmobiliaria se quedaban sin vecinos.
Se
podría decir que, en todo caso, Isidoro Álvarez comparte las responsabilidades
con el Consejo de El Corte Inglés, que aprobaba reunión tras reunión las
decisiones del presidente; y escribo bien decisiones, porque Isidoro ni se
molestaba en revestirlas de propuestas, seguro de que el dócil Consejo
asentiría a cada decisión por él tomada, por poco análisis que resistiera o por
suicida que les pudiera parecer a los propios consejeros. Y si alguien pregunta
que cómo es posible esa capacidad de decisión con solo un 15% de la empresa,
habrá que contestar que a ese 15% hay que sumarle el 35% de la Fundación Ramón
Areces, también presidida por el propio Isidoro, más el 7,5% que Isidoro regaló
a su hermana, la madre del hoy presidente, Dimas Gimeno, que era igualmente
consejero. Frente a ello, como es fácilmente comprensible, Cartera Mancor y
Corporación Ceslar, los ahora discrepantes accionistas no podían hacer mucho
que exigir que constase en acta su oposición a ciertas decisiones o su negativa
incluso a firmar las cuentas, como ha venido haciendo la representación de
Corporación Ceslar.
¿Y
el resto del Consejo?, se puede seguir preguntando. El resto del Consejo son
los “estómagos agradecidos”, que diría José María García, porque acceder al
Consejo de El Corte Inglés sin pertenecer a las familias
Rodríguez-Areces-Álvarez era no solo ocupar un puesto de privilegio, sino convertirse
en millonario.
Alguno,
aunque estuvo poco tiempo en el Consejo porque murió a los cinco años de ser nombrado,
tuvo tiempo incluso de ocuparse de que un hermano fuera adjudicatario de las
floristerías de los grandes almacenes y sus hijos de los negocios de
reprografía.
Otro,
que había sido uno de los jefes de compras y amigo personal de Isidoro Álvarez,
con el que compartía momentos de ocio, perdió las amistades con el presidente
cuando a la hora de jubilarse se “atrincheró”
en las acciones que tenía que vender a la empresa, por las que acabó obteniendo
más de diez millones de euros.
Florencio
Lasaga, que por exigencias de las dos hijas de Isidoro, herederas del 15% de la
compañía, ha sido nombrado presidente de la Fundación Ramón
Areces, fue el primer consejero ajeno a la familia. Lleva casi medio siglo en
la empresa; ha estado al frente de la Administración y del área
Financiera/Administrativa. Jamás se atrevió a contradecir a Isidoro Álvarez, y
hay quien dice que de pura buena persona que es.
Hasta
su muerte, hace algo más de un año, Juan Manuel de Mingo fue consejero y
secretario del Consejo. Fue el segundo de los consejeros ajenos a la familia en
la historia de El Corte Inglés. Abogado en ejercicio, montó la asesoría
jurídica de la compañía. Es el único directivo al que se le permitió que su
importante paquete de acciones fuera mantenido por la familia después de
desaparecido.
Carlos
Martínez Echavarría también es ajeno a la familia Rodríguez-Areces-Álvarez. De
absoluta confianza de Isidoro Álvarez, le nombró consejero hace veinte años, y
sigue teniendo mando absoluto en el departamento financiero. También es
consejero en todas las empresas del grupo y apoderado en más de medio centenar
de sociedades.
Juan
Hermoso Armada, igualmente ajeno al fundador y a sus descendientes, es
consejero y parece que también el más temido. Jesuita “rebotado” (abandonó la
Compañía de Jesús antes de ser ordenado), estudió Psicología
y entró a trabajar en El Corte Inglés en el departamento de Estudios, con cuya
jefatura se hizo en poco tiempo; después accedió a la Dirección de Ventas y
consiguió gestionar el presupuesto de publicidad –durante mucho tiempo el mayor
de las empresas españolas-, con lo que accedió a los medios de comunicación, a
los que Isidoro profesaba un temor reverencial. Primero consiguió que Isidoro
le nombrara patrono de la Fundación Ramón
Areces y finalmente consejero de El Corte Inglés. Isidoro Álvarez le encargó la
tutoría de su sobrino, Dimas Gimeno,
cuando éste volvió de Portugal, donde había trabajado en los centros de El
Corte Inglés en Lisboa y Oporto.
Leopoldo
del Nogal, otro de los consejeros, empezó como Cajero en las oficinas centrales
de El Corte Inglés, al que representó en la fallida participación de la empresa
The Harris Company, de California, hasta su venta casi a finales del pasado
siglo. Al volver de Estados Unidos se encargó de los centros en Lisboa y Oporto
y, por tanto, de la tutoría de Dimas
Gimeno en ese país.
El
último consejero es Manuel Pizarro, al parecer recomendado a Isidoro por los bancos que concedieron a El Corte
Inglés el préstamo sindicado de casi 5.000 millones. Prepara la salida a Bolsa
de la compañía y ha pilotado la información necesaria para la última Emisión de
Bonos en Irlanda.
Y
naturalmente, el Consejo tiene su secretario, en este caso no consejero,
Antonio Hernández Gil, nombrado por Isidoro Álvarez en la Junta General del pasado año para sustituir no sin cierta sorpresa al abogado jefe de El Corte Inglés,
Faustino José Soriano, que había sucedido a Juan Manuel de Mingo a la muerte de
éste. Parece que, entre otros méritos, Hernández Gil tiene el de haber
representado a El Corte Inglés en algunos pleitos recientes, entre otros el
planteado por César Areces Fuente por el valor de las acciones de la compañía.
Así
que con este consejo hecho por y a la medida de Isidoro Álvarez, éste se
convirtió durante los 25 años en un suerte de emperador absolutista… hasta que
llegó su Waterloo, cuya acta se redactará el próximo domingo, último del mes de
agosto, y por tanto día de la Junta General
de El Corte Inglés-