“Leo atónito, sin
salir de mi asombro, una crónica en El Semanal Digital sobre la visita de Rajoy
a la Casa Blanca,
cuyos jardines, según el cronista, están muy bien cuidados, pero los de La Moncloa son más grandes.
Las instalaciones para la prensa son una pena, aunque el cronista, puesto a
comparar las excelencias de la potencia española frente a ese pequeño y
emergente país del norte de América, se hace un lío y escribe que "las
instalaciones para la prensa reservadas en una pequeña sala del ala oeste no
tienen nada que envidiar a las instalaciones de La Moncloa", cuando es
obvio que ha querido escribir lo contrario. Además, en su barra-comedor apenas
caben cinco personas, ¡vaya por Dios! Encima tienen un perro que corre suelto
(el cronista escribe "liberado") por los jardines de la Casa Blanca. Y para
terminar: ni la moqueta del despacho oval ni el Capitolio ni la Cámara de Comercio ni los
"diminutos" jardines de la Casa Blanca llamaron la atención de nuestros
políticos, empresarios y enviados especiales. ¿Saben lo que les llamó la
atención? El grito de "Spain is back" que "hemos visto, palpado
y escuchado". O sea, según el método Vaughan de inglés (aunque nada como
nuestra Escuela Oficial de Idiomas y los colegios bilingües de la lideresa
Esperancita), "¡España ha vuelto!". Leeré con atención la crónica que
publique el modesto Washington Post sobre el próximo viaje oficial de Obama
fuera de Estados Unidos para ver si los periodistas de este país han aprendido
de la independencia y objetividad de los nuestros.”
Me contestó también en Facebook el
autor de la crónica con este comentario:
“Compruebo, con mucho más asombro que
el tuyo, Maestro, que no conoces las instalaciones para la prensa en la Casa Blanca.
Cualquier periodista que ha pasado por allí, incluidos los corresponsales en
Washington que llevan años en la capital de EEUU, coinciden en que las
instalaciones para trabajar dejan mucho que desear. Y coinciden en que las
instalaciones de Moncloa son de las mejores del mundo. Y ya he visto unas
cuantas, aunque quizá no tantas como tú. Ah....y hablo de instalaciones. Que
son las mismas las de este Gobierno, que las del anterior, y el anterior. Una crónica
de color, descriptiva, y ajustada a lo que estos humildes ojos de periodista, a
los que en alguna ocasión tú mismo ayudaste a observar, vieron ese día. Aún
recuerdo al corresponsal del New York Times en España describir elogiando la
zona de trabajo de Moncloa en comparación con la de su País. Lo que no
significa nada más que eso...”
Y ahora tengoque
responderle en este blog, empezando por tranquilizar al colega por lo que se
refiere a mi falta de experiencia y conocimientos sobre la Casa Blanca. Cuando el cronista
del viaje de Rajoy a Washington probablemente aún no había nacido, en julio de
1976, andaba yo por Washington, iniciando un viaje por carretera desde la
capital federal de los Estados Unidos hasta San Francisco, formando parte de
una de las caravanas de periodistas de todo el mundo con ocasión del
bicentenario de la independencia de ese país. La Administración
estadounidense, dirigida entonces por Gerald Ford, que ocupó la presidencia
tras la dimisión de Richard Nixon por el escándalo Watergate, había hecho una
selección de periodistas en todo los países sin otra contraprestación que la de cumplir itinerario y calendario, para
luego contar en sus medios lo que vieran a su paso por West Virginia, Kentucky,
Missouri, Kansas, Colorado, Utah, Nevada o California, puesto que el viaje fue
por los llamados estados del centro.
Para ello, pusieron a nuestra disposición un Ford (creo que era el modelo
“Granada”, con cambio automático) y una caravana o roulotte marca Starstream con un completo equipamiento. La verdad
es que no recuerdo las instalaciones de prensa de la
Casa Blanca, probablemente porque no tenía,
como el colega, el modelo comparativo de La Moncloa, que ni siquiera había sido habilitada
entonces como sede de la
Presidencia del Gobierno y residencia del titular de la
misma. En todo caso, confieso que las instalaciones para la prensa nunca me han
importado, estuviera donde estuviera, porque, entre otras cosas, forman parte
del marketing de los políticos o de las instituciones.
Recuerdo también ahora –la verdad es que uno
ya no tiene más que recuerdos- mi viaje como enviado especial a Managua pocas
horas después de producirse el tremendo terremoto del 23 de diciembre de 1972,
con más de 20.000 muertos (nunca hubo cifra oficial, porque muchos cadáveres ni
siquiera fueron rescatados). Llegué al aeropuerto de Managua, via México, en el
avión de Iberia que curiosamente llevaba la primera ayuda española. Pasé la Navidad en la calle con un
nicaragüense de origen español que había logrado sacar un hornillo de petróleo
de los escombros de su casa y esperaba al pie de los mismos que alguien
rescatara a sus familiares sepultados, mientras cocinaba una gallina que
compartió conmigo. Esa crónica se publicó en la primera página del diario
Pueblo de aquellas fechas, como la de un Anastasio Somoza, el dictador
nicaragüense, recibiendo a la prensa internacional y pretendiendo agasajarnos
hasta con cigarros puros, mientras los supervivientes de su pueblo se morían de
dolor y de hambre y él y sus familiares preparaban la estrategia para apoderarse
de la ayuda internacional en su propio beneficio, sustrayéndosela a quienes la
necesitaban. Tampoco recuerdo los servicios de prensa de las instalaciones de
la presidencia de Nicaragua, pero probablemente serían envidiadas por la escasa
cobertura que todavía se daba a los periodistas en el modesto palacete de
comienzos de la Castellana,
donde estaba la presidencia de gobierno del dictador Francisco Franco, que
ostentaba el almirante Carrero Blanco, asesinado justo un año después (otro día
contaré mi apasionante aventura periodística en aquel atentado).
Tampoco me han importado las alfombras
o la moqueta –como escribe el cronista de Rajoy- ni cuando las he tenido bajo
los pies porque desempeñaba algún cargo. Incluso entonces me he considerado un
reportero, más próximo por tanto a una conexión en la vida que suena (¡qué
bella definición de la radio nos dejó el Maestro –este sí, Maestro con
mayúscula- Martín Ferrand!) o a publicar cualquier reportaje en un cucurucho de
papel lleno de historias humanas (otra bella definición, la del periódico,
igualmente del Maestro Martín Ferrand). Quiero decir que me preocupa más la
libertad de la prensa y de los periodistas americanos que las instalaciones que
la Casa Blanca
pone a su disposición, y tengo serias dudas de que los servicios de prensa de la Presidencia de los Estados Unidos veten a algún medio o periodistas de su país
en una rueda de Prensa del presidente Obama, como se ha hecho en el viaje de
Rajoy con dos medios españoles. Pero como periodista me preocupa bastante más que la
Casa Blanca y La Moncloa, que Rajoy y que
Obama, lo que está ocurriendo en la enseñanza o en la sanidad de mi país o con las pensiones o con los jóvenes para los que no hay trabajo o en las calles de cualquier ciudad.
Lee otra vez, querido colega, tu crónica.
Quítale cuanto tiene de ditirambo, y verás que queda mucho mejor. Y para vacunarte contra esos excesos –como
el de situar por debajo del interés del “Spain is back” el que puede despertar
el Capitolio de Washington; hombre, ¡eso no…!-, lee un artículo, que yo he
convertido en el de cabecera, de
Arturo Pérez Reverte, uno de los reporteros con los que compartí aquella mítica redacción del diario
Pueblo, y que se titula “Cuándo éramos honrados mercenarios” (http://www.perezreverte.com/articulo/patentes-corso/252/cuando-eramos-honrados-mercenarios/).
Y di conmigo que eso, lo que cuenta Arturo y lo que algunos hemos tenido la
suerte de vivir, es el periodismo… El
artículo recuerda aquellos tiempos del diario Pueblo. Yo me voy a permitir
subrayarte un párrafo:
“…Estamos hablando de periodismo. De pan de cada día y de
reglas básicas. Éstas incluían aportar hechos y no opiniones, no respetar en el
fondo nada ni a nadie, y ser sobornables sólo con información exclusiva,
mujeres guapas -o el equivalente para reporteras intrépidas- y gloriosas firmas
en primera. En el peor de los casos, los jefes compraban tu trabajo, no tu
alma. Ser periodista no era una cruzada ideológica, sino un oficio bronco y
apasionante. Como habría dicho Graham Greene, Dios y la militancia política
sólo existían para los editorialistas, los columnistas y los jefes de la
sección de Nacional. A ellos dejábamos, con mucho gusto, la parte sublime del
negocio. El resto éramos mercenarios eficaces y peligrosos. “
Honrados mercenarios,
colega, honrados mercenarios, que nos importaban una higa los servicios de
prensa y las moquetas o las alfombras. ¿No te recorre un escalofrío la columna
vertebral cuando lees eso? A mí todavía sí, colega… Y ando ya cerca de los 70.