martes, 26 de mayo de 2015

El otro "ticket" electoral de la Comunidad de Madrid


Ni siquiera haría falta acudir a los datos que publica hoy el diario El Mundo sobre los votos que Esperanza Aguirre y Cristina Cifuentes han cosechado respectivamente en los 22 distritos de Madrid (sólo en Chamberí y Salamanca la autoproclamada lideresa obtuvo más sufragios que su compañera de “ticket” electoral madrileño: siete y cuatro centésimas de ventaja en porcentaje; 630 y 350, respectivamente, en número de votantes) para comprender la verdadera dimensión de la victoria de la ex delegada del Gobierno en la Comunidad de Madrid. Porque a las dificultades que la marca PP presentaba después de tres años y medio de gobierno de Rajoy dedicados a aniquilar a buena parte de las clases medias de este país; a la fortaleza de Podemos y Ciudadanos anunciada por las encuestas y por el resultado de las elecciones andaluzas; a la nunca cómoda cohabitación entre la candidata Cifuentes y el gobierno regional presidido por un frustrado aspirante; al tardío anuncio de la candidatura, que dejaba un escaso plazo de tiempo para la campaña pre-electoral, que había además que reducir en los días que tardó el Consejo de Ministros en nombrar la nueva delegada del Gobierno, a todo ello había que añadir el ninguneo, si no la negación y yo diría que hasta las sutiles zancadillas de la lideresa, más la autoridad (tratándose de Esperanza Aguirre, no en el sentido clásico sino como sinónimo de fuerza) que se desprende de ser presidenta del partido en Madrid.
Gigantesca dimensión la de la victoria de Cristina Cifuentes, cimentada en un trabajo de comunicación de finísima orfebrería obra de la periodista Marisa González Casado, que para quien esto escribe es la gran experta en comunicación política que hay en este país, condición a la que une una capacidad de trabajo a prueba de cualquier exigencia y una lealtad sin límites, acreditado todo ello por una hoja de servicios, es decir de éxitos, que no tiene parangón en la democracia española. Así que cuando anoche, en la tertulia de Hora 25, el colega Emilio Contreras, que fue subdirector de Opinión del diario ABC y que hoy es director de comunicación de una de nuestras grandes empresas, decía que tras la victoria de Cristina Cifuentes estaba el trabajo de Marisa González, “una señora muy lista” (sic) que sabe dónde tiene que acudir una candidata en una campaña electoral, sentí la necesidad de escribir estas líneas, aunque solo fuera para decir que, como más mayor que Emilio Contreras que soy, “yo la vi primero”.
Vaya la justicia –que no el elogio- que hago de Marisa González no en detrimento del excelente trabajo que, primero como diputada regional y luego como delegada del Gobierno en Madrid y finalmente como candidata a la presidencia regional, ha hecho Cristina Cifuentes, sino en todo caso como reconocimiento también del acierto al nombrarla su directora de Comunicación, hasta convertirse ambas en una especie de “ticket” electoral para la victoria.
Porque, no nos engañemos, la comunicación es hoy día fundamental  –y cada vez más- en todas las actividades y mucho más en la política. Pero la mayor parte de los políticos la entienden como un inevitable e incluso molesto departamento que en no pocos casos utilizan para cubrir sus puestos con periodistas afines que lo mismo sirven para hacer unos resúmenes de prensa que para distribuir el “maná” de la publicidad institucional de acuerdo a simpatías, filias y fobias o incluso para escribir los discursos del “jefe” y elogiarlos luego como corresponsal de un periódico (y me refiero al vergonzoso caso del entonces presidente balear y su director de comunicación). Así que, lejos de especialistas en comunicación política, muchos políticos se rodean de gentes que “compran” el ditirambo a cambio de determinadas prebendas o simplemente de un trato de favor (contaba el genial Miguel Ángel Aguilar que minutos antes de la rueda de prensa de ayer de Mariano Rajoy en el Partido Popular, una compañera le dijo que el presidente solo contestaría a tres preguntas de tres medios –Libertad Digital, Tele 5 y El País-, tras lo cual se daría por finalizada la comparecencia del presidente; y, efectivamente, a pesar de que fueron decenas las manos que se levantaron para preguntar a Rajoy, solo contestó a tres preguntas, exactamente las de los medios que la colega había adelantado a Aguilar).
Cristina Cifuentes, sin embargo, ha tenido el acierto de elegir una directora de Comunicación experta en… Comunicación política. Una persona que ha sabido resaltar sus evidentes perfiles positivos, absolutamente permeable a la opinión y a las iniciativas de Marísa González, y consciente de la necesidad de saber comunicar a los madrileños su indiscutible capacidad para ser presidenta de la Comunidad de Madrid.
Cuando hace tres años y medio Alberto Ruiz-Gallardón se fue de la alcaldía de Madrid, quienes sabemos que el éxito de la trayectoria de Gallardón estaba cimentado en buena parte por el trabajo de Marisa González como su directora de Comunicación durante más de veinte años no nos explicamos que no le pidiera que le acompañara al Ministerio de Justicia. Tampoco nos explicamos que la sucesora de Gallardón al frente de la alcaldía, Ana Botella, no contara con Marisa, que prefirió marcharse sin ruido alguno, que es otra de sus virtudes; en su casa estuvo, hasta que Cristina Cifuentes, que la conocía sobradamente aunque nunca la ex delegada trabajó como “cazadora de talentos”, le pidió que se sumara a su proyecto. Dejadme añadir una pequeña maldad: mirad dónde están Gallardón y Ana Botella y dónde están Cristina Cifuentes y Marisa González Casado.

lunes, 18 de mayo de 2015

Traidor Ferrari

Leo sin sorpresa alguna que Atresmedia ha apartado de la gestión de Onda Cero a Javier González Ferrari, que ha presidido la cadena de emisoras durante los últimos catorce años. Según la información, que publica El Confidencial Digital, Ferrari ha traicionado a Onda Cero, cooperando con Carlos Herrera a su salida de esta cadena y a su fichaje por la Cope. Por eso no me sorprende la noticia: la traición está en el ADN de este individuo, como lo está su indiscutible capacidad para la conspiración y también para flotar por turbulentas que sean las aguas en las que se mueve (renuncio a hacer fáciles comparaciones escatológicas).
Cuando, durante la presidencia del gobierno de España de José María Aznar, fue director general de RTVE, le pedía al jefe de gobierno su mediación para promocionarle a un puesto ejecutivo en la empresa privada, “como Saenz de Buruaga, que está ganando mucho dinero en Antena 3 y yo aquí solo gano 20 millones” (el burgalés, que va a dar un nuevo “pelotazo” con un programa en Televisión Española, llegó a ser consejero-delegado de Antena 3, donde se firmó a si mismo un contrato que contemplaba una millonaria indemnización que naturalmente se llevó en cuanto que Telefónica vendió la cadena a Planeta y ésta prescindió de él).
Aznar atendió su demanda y Ferrari apareció un día como presidente de Onda Cero. Y cuando Planeta desembarcó también en la cadena de radio, Ferrari se apresuró a hablar italiano en la intimidad, porque Carlotti era el hombre fuerte de Planeta en Onda Cero (“Carlotti me ha llamado presidente”, confiaba nerviosamente a la salida de su primer encuentro con el italiano en un despacho de la sede de la editorial en el Paseo de Recoletos).

Ahí se ha mantenido o, mejor, ahí lo ha mantenido Carlos Herrera, al que Onda Cero le debe una parte sustancial de su audiencia, pero consciente Planeta de que la relación Ferrari/Herrera blindaba también al presidente de la cadena, cuyo amor por el trabajo no es precisamente inenarrable. Ahora, sin Herrera, Ferrari ha dejado de estar blindado y, lo que es peor, aflora su verdadera dimensión, muestra también en su caso del deterioro de la raza, como decía el sabio Martín Ferrand, porque es hijo de un genio de la radio, Antonio González Calderón.