martes, 30 de julio de 2013
No solo un error humano
La declaración judicial del maquinista del tren que descarriló poco antes de su llegada a Santiago de Compostela, de una parte, y los primeros datos que se han conocido de las cajas negras, por otra, además de los datos técnicos ya conocidos sobre los sistemas de seguridad en el tramo donde ocurrió la catástrofe, permiten deducir que ésta no se debió solamente a un error humano. En definitiva, no es una excepción en este tipo de accidentes, que en el caso del de Santiago, como en los de la red de alta velocidad, son comparables a los de avión. Quiero decir que cuanto más sofisticado y avanzado es el medio de transporte, el error humano solo es una parte de las causas del accidente. Valdría aquí recordar el principio del Derecho de que la causa de la causa es causa del mal causado.
Porque, conforme avanza la investigación, van apareciendo datos que, al mismo tiempo que ratifican la responsabilidad del maquinista en el accidente, desvelan que el descarrilamiento pudo evitarse y que una llamada telefónica de un controlador de Renfe distrajo la atención del maquinista en el momento que más precisa de ella en todo el recorrido de ese tren. El maquinista tenía la posibilidad de no responder la llamada, pero ésta se produjo y por parte de un controlador de la compañía.
Por otra parte, la instalación del sistema de seguridad ERTMS, del que está dotada la línea hasta cuatro kilómetros antes de la curva escenario de la catástrofe, hubiera evitado ésta, puesto que habría frenado el convoy en el momento preciso para que tomara la curva a los 80 kilómetros por hora previstos. Ni tampoco existen en el lugar balizas que recuerden al maquinista la necesaria reducción de velocidad, aunque es verdad que sí figura en su libro de ruta. Y aún más: el anuncio de Renfe y Adif de revisión de sus protocolos de seguridad supone en sí mismo el reconocimiento de que un protocolo distinto -y por supuesto un diferente sistema de seguridad- hubiera evitado la catástrofe.
En medios de transporte tan sofisticados como los que hoy existen -ya seas aéreos, ferroviarios o marítimos- difícilmente se encontrará un accidente provocado solo por un error humano. Se trata de máquinas tan perfectas que se precisan un conjunto de circunstancias -y desde luego el error humano entre ellas- para hacer inevitable el accidente. La investigación de cualquier accidente aéreo, sobre los que hay bastante más experiencia que en los de la red ferroviaria de alta velocidad (y ya sé que la línea Madrid-Santiago-Ferrol es un híbrido entre convencional y alta velocidad) siempre concluye con la revelación de varias causas, nunca una sola y nunca solo un error humano.
lunes, 22 de julio de 2013
Cifras para Bretón
Hola, asesino de mierda por dos veces, lee bien estas líneas…
Acabo de enterarme de la sentencia que te condena a 40 años de cárcel por el
asesinato de los dos hijos de Ruth, porque tuyos dejaron de serlo mucho antes
de nacer, aunque luego tú dispusieras de sus vidas casi recién estrenadas para
tu miserable venganza. Lee bien las cifras que voy a escribir a partir de ahora
y no las pierdas de vista, empezando por la de 25 años, no 40, porque las leyes
que dictan los hombres son más benevolentes que la que dictaste tú a partir del
15 de septiembre de 2011, cuando Ruth te comunicó que había decidido poner fin
al infierno que para ella suponía vivir a tu lado, y que ejecutaste 22 días
después, aquel 8 de octubre de 2011 con la frialdad del ruin psicópata que eres.
22 días, Bretón, machista maltratador, que son exactamente 528 horas y 31.680
minutos, casi dos millones de segundos, en ninguno de los cuales ni siquiera
titubeaste, sino que seguiste adelante, hasta el final, con tu venganza.
Metódicamente, preparando, además, la coartada que creías perfecta, gilipollas.
¿El combustible…? ¡Claro, para ahorrar…!
¿Los ansiolíticos…? ¡Lógico, después de cómo me ha dejado Ruth con su decisión
de separarse de mí, a ver qué se ha creído…! Y luego, al parque… Diré que allí
se han pedido… Fíjate que cada vez más creo la teoría de la abogada que te
acusó en nombre de Ruth: la hubieras matado también a ella… Hubieras hecho
algunas correcciones a la coartada y a tu denuncia falsa, y habrías dicho que
ella se fue con los niños y que nada sabías de los tres.
Veinticinco años, taimado cobarde. Exactamente, 9.133 días,
de los que te quedan aún 8.490, porque llevas en prisión preventiva 643. Es
decir, asesino de mierda por dos veces, te quedan 203.760 horas de celda. Te
restan todavía 12.225.600 minutos, y ten por seguro que en muchas de esas horas,
en muchos de esos minutos se te aparecerán las sonrisas de Ruth y de José, los
hijos de Ruth, cuando los conducías tú al horno crematorio de tu venganza. En
muchos de esos doce millones largos de minutos se te aparecerá José saliendo
del jardín de infancia, cuando se creía que eras su padre y que podía confiar
en ti. En muchos de esos doce millones largos de minutos, especialmente los de
la noche, se te aparecerá Ruth pidiéndote agua, como contaste tú en el juicio (“papito, agua…”, escenificaste tú).
Vuelvo al juicio, maldito seas, y te veo en el papel que
habías decidido desempeñar hasta el último día… Llegaste a creer, cruel
desalmado, que las dudas en la pericia de las cámaras que recogieron tu viaje
hacia el parque de Córdoba o en la del teléfono y mucho más la de “los huesos
que se fueron de copas” en un insólito acuerdo entre una perito oficial y tu
defensor, podrían significar el veredicto de inocencia. ¿Cuántas veces, Bretón,
te dijo tu abogado que en la duda siempre se falla a favor del procesado, lo de
in dubio pro reo…? Pero nada más regresar días después a la sala del juicio
para escuchar el veredicto, tuviste la primera prueba de que había pocas dudas
que dilucidar. No sé si tú le diste importancia, pero estoy seguro de que tu
abogado lo entendió: por primera vez, el presidente del Tribunal del Jurado no
permitía que te quitaran las esposas. Eras culpable ya, Bretón, no había dudas…
Y luego, cuando el portavoz del jurado dio lectura al veredicto y a la
argumentación que lo sostenía, aquella mirada tuya de frialdad se tornó en
mirada de miedo, de pánico, y antes de que los agentes policiales te arrancaran
del asiento para conducirte a la cárcel, donde deseo que te pudras, le pediste
a tu abogado que te fuera a ver…, en el momento que recoge la fotografía sobre estas líneas. La cobardía, Bretón, tu cobardía…
Rescato nuevamente las cifras: 8.490 días, 203.760 horas,
12.225.600 minutos. A pulso, gilipollas, a pulso en la celda de una prisión…
Voy a facilitarte el cálculo, ofreciéndote dos unidades de medida:
La primera de ellas, la de los días que tardaste en urdir y
ejecutar tu miserable venganza. Ya te he escrito que mediaron 22 días entre el
15 de septiembre, en que Ruth te comunicó que ponía fin al infierno de su
convivencia contigo, y el 8 de octubre, cuando asesinaste a sus hijos. Pues
bien, a ti te quedan de cárcel 386 veces esos 22 días.
La segunda unidad de medida son las apenas cuatro horas que
estuviste en la finca de tus padres, quemando a Ruth y José, hasta que creíste que de
ellos solo quedaban las cenizas. Te restan más de 50.000 “cuatro horas” para
recordar cómo se quemaban. 50.000 veces cuatro horas, y además sin poder salir de los muros de una prisión.
Los romanos, creadores del Derecho, acuñaron la expresión
“Dura lex, sed lex”, “la ley es dura, pero es la ley…” Fíjate, Bretón, que
desde la perspectiva de tu horrible crimen, aun con los cálculos que
he hecho, la ley se me antoja demasiado blanda para ti…
viernes, 12 de julio de 2013
La unanimidad del jurado y... del pueblo
En mi larga trayectoria en la información de tribunales, aun consciente de que se trata de un término estrictamente jurídico, siempre cuidé escrupulosamente la presunción de inocencia, bien entendido que sin abusar del
calificativo presunto, con el que
muchos de mis colegas salpimientan sus crónicas de sucesos. ¡Cuántas veces oigo
o leo lo de “aparece una mujer
presuntamente muerta por su marido que permanecía al lado del cadáver con sus
ropas llenas de sangre y un cuchillo de grandes proporciones ensangrentado”.
Es obvio que la muerte no es presunta si está el cadáver, y que, en el mejor de
los casos, tampoco es presunto autor de la misma un hombre sorprendido al lado
del cadáver con las ropas manchadas de sangre y el cuchillo ensangrentado. Pero en el “caso
Bretón” he renunciado incluso a la tentación de calificar a su autor de
presunto y ni siquiera de sospechoso. Se podrá decir que formo parte del
linchamiento popular que el defensor de Bretón ha denunciado en alguna ocasión,
pero era tan clara la responsabilidad del padre de Ruth y José en la
desaparición de sus hijos que resulta imposible sustraerse a ello, mucho más
tratándose de unos hechos con unos perfiles tan horribles como los del doble
asesinato: su premeditación, su alevosía, sus preparativos, el móvil, las
coartadas…
miércoles, 10 de julio de 2013
Periodismo con mayúscula
Más de dos horas de Periodismo con
mayúscula. Ocho palabras que resumen el especial de Espejo Público en Antena 3 esta madrugada. Tres periodistas:
Alfonso Egea y Albert Castillón, como conductores del programa complementándose
perfectamente, y Manu Marlasca, que ha seguido in situ el juicio oral, experto reportero de sucesos y jefe de
investigación de La Sexta. Una
abogada penalista y criminóloga, Beatriz de Vicente, amiga además de Josefina Lamas,
la perito policial responsable del gran borrón de la investigación, al
identificar los huesos encontrados en la hoguera de Las Quemadillas como
pertenecientes a roedores, cuando se corresponden con los de dos menores de dos
y seis años, las edades de Ruth y José, los hijos de Bretón. Dos policías:
Serafín Castro, ya jubilado y que dirigió la investigación del caso, y José
María Benito, del Sindicato Unificado de Policía. Un antiguo jefe de Josefina
Lamas, Juan López Palafox, antropólogo, al que la doctora llamó para que
ratificara su erróneo informe, a lo que se negó, porque él también identificó
los huesos como pertenecientes a niños. Luis Aviar, director de la empresa
Condor Georadar, encargada de buscar restos humanos en Las Quemadillas y que
fue el que, en un encuentro casual con el antropólogo Etxeberría, habló con él
de los huesos hallados donde Bretón había hecho la hoguera en la que,
presumiblemente, quemó a sus hijos. Y dos reporteras: Toñi Portillo, a las
puertas de la Audiencia
de Córdoba, en cuyo interior delibera el jurado para emitir el veredicto; y
Silvia González, cerca del lugar donde Ruth, la madre de los niños, y su
familia esperan para escuchar en directo el veredicto del jurado.
Analizó el programa lo que en uno
de mis artículos sobre el juicio he titulado Caso Lamas, en referencia no ya al error de identificación de los
huesos, sino al sorprendente testimonio de la antropóloga policial que la ha
convertido en perito de parte cuando su participación en el procedimiento es de
una perito técnica, perteneciente nada menos que a la Policía.Y me refiero a
su famosa frase de “los huesos se fueron
de copas”, en el sentido de que se les mostró al doctor Etxeberría en un
bar o restaurante. El mejor mentís a esta declaración formó parte del
Periodismo con mayúscula que destilaba el programa por sus cuatro costados: las
imágenes de Etxeberría analizando los huesos que saca de una caja precintada en
dependencias policiales, en las que también aparece un calendario del mes de
agosto.
El debate entre Serafín Castro y
José María Benito sobre el famoso rumor de “los
huesos se fueron de copas”; la explicación de Manu Marlasca sobre lo que
calificó de error de la abogada de la acusación particular que interrogó a
Josefina Lamas como si fuera una procesada en lugar de una perito; las
revelaciones de López Palafox sobre la conversación con la doctora, cuyo error
comprendió y razonó; la valoración de las preguntas que el magistrado que
preside el juicio ha hecho al jurado para fundamentar su veredicto, que hizo la
penalista y criminóloga Beatriz de Vicente; y la conducción y dirección del
programa, con unos totales, como se
dice en el argot, que ilustraban e hilvanaban sólidamente todo el “especial”. Excepcional también la
reacción de los presentadores revelando los insultos que participantes en el
programa estaban recibiendo en las redes sociales por parte de José Manuel
Sánchez Forner, un policía que ha vivido décadas no de su trabajo de
investigación en la calle sino de su representación sindical. ¡Hasta se
facilitó el teléfono del programa al que Sánchez Forner podía llamar para
mostrar sus discrepancias con lo que se estaba diciendo, lo que no hizo porque
tampoco el ejercicio de la valentía está entre las virtudes –no sé si escasas-
del policía sindicalista.
Ojalá el programa haya sido visto
por los modernos gurús del periodismo que despotrican del tratamiento que se
está dando al “Caso Bretón” en los
medios informativos, que ha sido impecable. Aunque quizás lo primero que tendrían
que aprender estos gurús es que noticia es que un niño muerda a un perro, no
que un perro muerda a un niño… Pero es verdad que los gurús no han dado una
noticia en su vida… Supongo que no les interesa ver el programa; así que no
para ellos –que también- sino para quienes lean estas líneas y quieran verlo,
les dejo la dirección en la que lo encontrarán: http://www.antena3.com/videos/espejo-publico/2013-julio-9-2013071000003.html
lunes, 8 de julio de 2013
A Bretón no le cree ni su abogado
Es la hora del jurado popular, que
ha de dar respuesta a las 22 preguntas planteadas por el magistrado presidente
del tribunal para fundamentar así su veredicto de culpabilidad o de inocencia.
Pero la última sesión del juicio,
la de los informes de las partes (ministerio público, acusación particular y
defensa) y la de la última palabra del procesado, ha deparado la relativa
sorpresa de comprobar que ni siquiera su abogado defensor cree a Bretón. Solo
así puede entenderse la excéntrica hipótesis que el letrado ha transmitido al
jurado de que su defendido “pudo haber
drogado a sus hijos con tranquilizantes pero luego los habría entregado a una
tercera persona en la autovía…” Si
además el letrado se ha empeñado en mantener que los huesos hallados en la hoguera
fueron los que la perito de la policía identificó como de animales, pero que luego
fueron cambiados por restos humanos y entregados al antropólogo Etxebarría y
los demás peritos, que los señalaron como pertenecientes a niños de dos y seis
años –las edades de los hijos desaparecidos de Bretón-, todo ello configura el
informe de un abogado que no cree la versión de su cliente, prescindiendo de lo
que éste le haya confesado, que forma parte del secreto profesional, y del
sagrado derecho que todo procesado tiene a su defensa.
Aun con todo ello, no tengo más
remedio que hacerme eco de la falta de sensibilidad del abogado defensor, incluso
el mal gusto y desde luego la inoportunidad, porque poco añade a la defensa de
su representado, de un par de frases de su informe: “Tiene el mismo valor probatorio decir que los niños fueron
adormecidos previamente por la ingesta de tranquilizantes que pensar que
murieron como consecuencia de un "golpe de calor" sufrido mientras dormían la siesta en el
coche bajo un chamizo en la parcela familiar”, dijo el abogado. Y en otra
parte de su informe dijo que "un niño, por muy dormido que esté, se le
pone encima de una candela de estas características y llegan los gritos a Sevilla". Para colmo, terminó con un lugar
común en el Derecho Penal: “Mejor mil
culpables en la calle que un inocente en la cárcel”. Lo tenía difícil el
letrado Sánchez de Puerta, pero a mí me ha decepcionado su informe final.
Menos sorpresas nos ha deparado la
“ultima palabra” de Bretón, que ha
vuelto a hacer un alarde de cinismo. Ha elegido una de las tres posibilidades
que tenía: el silencio, el reconocimiento de la autoría de los hechos o la
mentira. Fiel a así mismo ha optado por la mentira, que no cree ni su propio
abogado.
viernes, 5 de julio de 2013
Bretón sabe lo que hace, pero no siente lo que hace
Después de las tres semanas de vista oral; elevadas a
definitivas las conclusiones provisionales de las distintas partes en el
proceso (ministerio público o fiscal, acusación particular y defensa), reiterada
en consecuencia la petición de 40 años de prisión de un lado y la absolución
del otro, a la espera tan solo de sus informes y de si finalmente José Bretón
hará uso del derecho que le asiste de pronunciar la última palabra, podría
decirse que son muchos los indicios que han aflorado en el juicio y que todos
ellos señalan al procesado como único responsable de la desaparición de sus
hijos a los que, con toda probabilidad, quemó en una hoguera que convirtió en
un auténtico horno crematorio.
Muchos se preguntarán cuál es el mecanismo que se pone en
marcha en la mente de un ser humano para ser capaz de quemar a sus hijos, de
seis y dos años de edad, para vengarse así de su mujer, que le ha anunciado
apenas tres semanas antes que se divorciaba. Y se hace mucho más difícil de
entender si se acude al anuario del Centro Reina Sofía para el Estudio de la Violencia , con sede en
Valencia, que desvela que en el año 2010 murieron en España 23 menores a manos
de sus progenitores; pero la diferencia con Bretón es que todos los casos
fueron a consecuencia de enajenación mental de los autores que confesaron el
parricidio o se suicidaron inmediatamente después de cometerlo. No hay ningún
caso registrado con la maldad y perversión del de Córdoba y que, además, el
supuesto responsable del mismo niegue su autoría.
En un magnífico reportaje publicado en el Diario Córdoba el
pasado septiembre con la firma de Juan Fernández, se recogen opiniones de
reputados criminólogos y psicólogos sobre la personalidad de José Bretón; entre
otros Vicente Garrido Genovés, profesor de criminología de la Universidad de
Valencia, autor del libro “El secreto de Bretón”, que mantiene que “(Bretón) encaja en el perfil del psicópata
integrado, alguien que no tiene historial criminal, pero que alberga los rasgos
de ese trastorno y que, probablemente, nunca hubiera sido detectado si no
hubiera cometido este acto”.
Recordaba yo todo esto y otros casos de psicópatas
escuchando las llamadas telefónicas que Bretón hizo poco antes de su detención,
mientras España entera buscaba a sus hijos, y que han sido reproducidas en la
sesión del juicio de hoy. En la primera llamada, Bretón prometía devolverle sus
hijos a Ruth, su esposa, “tarde más o
tarde menos, porque he sido yo quien los ha perdido y debo ser yo quien los
devuelva”. Pero un minuto después realiza una llamada a una antigua
conocida con la que conversa en un tono distendido y de “flirteo”. ¿Cómo se
pueden entender las dos llamadas con sesenta segundos de diferencia y a los
diez días de que los niños hubieran desaparecido? La única respuesta posible es
que se puede entender de la misma manera que las conversaciones distendidas con
la policía horas después de la desaparición de Ruth y José o la propuesta de
sacar una guitarra o abrir unas botellas de vino o preparar una cena para todos
o narrar sus hazañas de alcoba (más bien violaciones) con su esposa o en
cualquiera de los prostíbulos a los que acudía.
Y la respuesta hay que hallarla en ese psicópata integrado
del que habla el profesor Garrido y cuya decisión de deshacerse de sus hijos en
la hoguera explica muy bien el psicólogo criminalista Jiménez Serrano: “Dice José Bretón que encendió la hoguera para quemar cartas y vestidos de su mujer.
Visto así, parecería que hablamos de alguien que quiere cortar con su pasado,
por lo que quema todo lo que le ata con su anterior relación, y para él quemar
a sus hijos equivalía a quemar unas fotografías”.
Pero no se trata de la obra de un loco. Como explica muy
bien el canadiense Robert D. Hare, probablemente la mayor autoridad en el
estudio de las psicopatías, creador de una auténtica escuela en el diagnóstico
de esta alteración de conducta, “en la
psicopatía no hay nada que curar. Es un comportamiento con anomalías neurológicas.
Pero no hay pacientes que pidan ayuda,
que sufran. Ellos están perfectos y se sienten perfectos. Nunca podrán sentir
empatía, ponerse en el lugar de otra persona, tener sentimientos hacia alguien.
Ni siquiera por los seres más próximos, padres, hermanos, pareja, hijos… Los
psicópatas no tienen emociones y no es posible enseñárselas”…
El profesor Robert D. Hare define en muy pocas palabras al
psicópata: “Sabe lo que hace pero no
siente lo que hace”. Repasando el comportamiento de Bretón solo durante las
sesiones del juicio, se llega también a esa conclusión: “Bretón sabe lo que hace, pero no siente lo que hace”.
jueves, 4 de julio de 2013
El "Caso Lamas"
El programa “Más Vale Tarde” (La Sexta ), sin duda el de
mejor, más fiable y más rigurosa información del “caso Bretón”, ha llamado la
atención hoy sobre un hecho que a mí me parece gravísimo: lo que bien podría
ser calificado de acuerdo entre el defensor de Bretón y nada menos que la
antropóloga forense de la
Policía que confundió con huesos de roedores los restos
encontrados en la hoguera encendida por el hoy acusado de un doble asesinato.
La declaración de la doctora Josefina Lamas asegurando que en la Policía se comentaba que
los “huesos se fueron de copas”, en referencia a que fueron sacados de
dependencias policiales y llevados a un bar o restaurante para mostrárselos al
doctor Etxeberría (que los identificó como humanos y pertenecientes a dos niños
de 2 y 6 años, las edades de los hijos de Bretón), no fue espontánea, sino la
respuesta a la pregunta del defensor de Bretón: “¿Ha oído usted decir –le
preguntó a la antropóloga, que comparecía como perita forense- que la muestra
número ocho (uno de los huesos) se fue de copas?” Y la doctora Lamas contestó:
“Lo que yo oí es que los huesos se fueron de copas”.
La abogada Beatriz de Vicente, que comenta en “Más Vale
Tarde” desde el punto de vista del Derecho Penal las sesiones del juicio, ha
detallado hoy la gravedad de esta manifestación: En primer lugar, porque no es
espontánea y, en consecuencia, supone un acuerdo entre el abogado y la perito,
que, por cierto, no es de parte; en segundo lugar porque a lo largo de toda la
instrucción, jamás la doctora Lamas dijo que había escuchado que “los huesos se
fueron de copas”, a pesar de que precisamente por su condición y la
responsabilidad que tiene estaba obligada a comunicárselo a sus superiores, que se lo harían llegar al juez instructor; en tercer lugar porque, de
ser cierta su manifestación, la prueba de los huesos tendría que ser invalidada
y el doctor Etxeberría así como los agentes
policiales que han manifestado que jamás se rompió la cadena de custodia de los
huesos incurrirían en responsabilidad penal ; y por último porque, de no ser cierto lo manifestado por la doctora con
toda probabilidad con el acuerdo previo con el abogado de Bretón, no solo ha
puesto fin a su carrera (por otra parte muy brillante), sino que tendrá que
responder penalmente por lo dicho (recuérdese que el presidente del Tribunal dedujo testimonio de sus manifestaciones).
Escribí ayer de la condición humana, y con esta expresión
titulé mi comentario. Hoy, tras la información de “Más Vale Tarde” y los
comentarios de la penalista De Vicente, hay que volver a la condición humana
como única explicación de la actitud de la doctora Lamas. No me extraña la poca
atención que ha merecido la sesión de hoy, a pesar del testimonio del experto
que analizó el teléfono móvil de Bretón, identificó todas sus llamadas a partir
del 15 de septiembre, cuando la esposa del procesado le anunció su decisión de
divorciarse, y que ha desvelado el borrado del teléfono que hizo el procesado
el domingo que los niños desaparecieron y la desconexión durante las cuatro
horas en las que se sitúa el asesinato de los dos pequeños. Y aunque el experto
ha deshecho otra parte de la coartada de Bretón, en la Sala de la Audiencia de Córdoba seguían
resonando las palabras de la doctora Lamas del día anterior. Más pareciera que
el “caso Bretón” se hubiera convertido por unas horas en el “caso Lamas”.
miércoles, 3 de julio de 2013
La condición humana
Cuando decidí hacer un comentario diario de las sesiones del
juicio del “Caso Bretón”, imaginé que en alguno de ellos no tendría más remedio
que hablar de la condición humana, expresión que, no por recurrente, deja de
ser la única explicación de muchas conductas incompatibles con los mínimos valores que se le
supone a cualquier persona. Pero lo que
nunca pude pensar es que esa expresión acabaría siendo el titular de la sesión
más importante del juicio oral, la que ha establecido que Ruth y
José, de 6 y 2 años, fueron quemados en una hoguera que su padre convirtió en
un horno crematorio. En un magistral informe el doctor Francisco Etxeberría,
llegado al caso prácticamente por casualidad, no solo detalló que los huesos
hallados entre los restos de la hoguera eran humanos y pertenecientes a dos
niños de 6 y 2 años, sino hasta cómo fue colocado el cuerpo de la niña en ese
horno crematorio que alcanzó temperaturas próximas a los mil grados. Un
centenar de folios, fotografías y una exposición en “power point” han formado parte
de la verdadera pieza maestra que ha sido el informe de este antropólogo
forense, reconocido mundialmente como una autoridad en la materia.
Lo que nadie podía esperar es que en una sesión científica
como es esta prueba pericial, con testimonio no solo de Etxeberría sino de
otros médicos conocedores del caso, hubiera que apelar a lo peor de la
condición humana para explicar la increíble intervención de la doctora Josefina
Lamas, autora del primer informe sobre los huesos en el que descartó que
pertenecieran a seres humanos y que, por cierto, retrasó la investigación
judicial casi un año, con el correspondiente dolor para la madre y otros
familiares de los dos niños. Es verdad que en la sesión de hoy reconoció su
error, y no es menos cierto que tampoco en esta ocasión –nunca lo ha hecho-
pidió perdón por el mismo. Pero en una sorprendente intervención desmintió
declaraciones de compañeros policías que aseguraron que nunca se rompió la
cadena de custodia de esos huesos y, lo que es peor, dijo que los restos
–finalmente humanos- hallados en la hoguera salieron de copas en referencia a
que fueron mostrados al doctor Etxeberría en un bar o restaurante.
martes, 2 de julio de 2013
Bretón, ante sí mismo
El doctor García-Andrade, uno de los más brillantes siquiatras forenses que he conocido, me contaba hace años la anécdota de un acusado de homicidio que cuando escuchó la explicación con todo lujo de detalles que un forense estaba dando de cómo se había producido la muerte de la víctima, exclamó algo así como “¿Dónde estaba usted, porque yo no le vi…?”. Tal era la precisión y exactitud con la que el forense había explicado el homicidio que el autor creyó que el médico había sido testigo del mismo. Quiero decir que en muchas ocasiones la prueba pericial es el espejo que recoge lo ocurrido en un delito: desde el desencadenante del mismo hasta su consumación, incluyendo los medios para cometerlo. Dicho de otra manera: el qué, el quién, el cuándo, el cómo e incluso el por qué. Y por eso también la prueba pericial, sobre todo si no es de parte, acaba siendo decisiva en muchos procesos.
En el “Caso Bretón”, en que el procesado ha negado los
hechos desde el primer momento a pesar de los numerosos indicios que le señalan
como autor de la desaparición de sus dos hijos sin que ninguno de esos indicios
constituya una prueba en el pleno sentido de la palabra, la pericial
cobra una dimensión aún mayor. Se ha visto en la sesión de hoy con el
testimonio de los psiquiatras y psicólogos, que han explicado la personalidad
de José Bretón; con los especialistas del Infoca, que han detallado el
combustible utilizado por el acusado para encender la hoguera en la que podría
haber incinerado a sus hijos; con el de los médicos que han explicado los
efectos mortales que podría tener en dos niños de 2 y 6 años la ingestión de los
tranquilizantes Orfidán y Motiván, recetados a Bretón por un psiquiatra días
antes de los hechos; o, en fin, con la falta de acuerdo entre los expertos que
analizaron los imágenes de cámaras de seguridad que, según uno, demostrarían
que los niños no iban en el.coche cuando Bretón se dirigía al parque en el que
asegura que se le perdieron, mientras que otro perito niega que de las imágenes
pueda deducirse esto.
Pero en cualquier caso, hoy Bretón se ha encontrado ante sí
mismo, ante el José Bretón de aquel domingo de octubre. En la pericial de
psiquiatras y psicólogos se ha dado de bruces con esa persona rígida, metódica,
ordenada, sin trastorno alguno de la personalidad, narcisista, celoso,
dependiente, con excesiva sensibilidad a los contratiempos, incapaz de perdonar
y de tolerar que lo abandonen, como decidió hacer Ruth, su esposa; obsesivo,
reservado, acaparador, excesivamente rígido, con esa conducta restringida al
hogar familiar, donde impone normas a los niños y a su mujer, de las que no
pueden salirse ni un ápice; menos inteligente de lo que se reflejó en el test
de inteligencia, desesperado cuando Ruth le comunica que lo abandona, pero con
una gran capacidad de control sobre sus emociones.
Y en la pericial sobre la hoguera, Bretón se ha dado de
bruces con el horno crematorio por él preparado en el que todos sospechan que incineró a sus
hijos, con un fuego para el que utilizó 250 kilos de leña y 80 litros de gasoil, lo
que provocó una temperatura superior a los 1.000 grados y una columna de humo
de casi 400 metros
de altura. Como se comprenderá, esa hoguera, convertida en un auténtico horno al
que sumó la mesa metálica que seguía allí la noche de aquel domingo no se
enciende para quemar unos papeles y algunas cosas de Ruth, como Bretón declaró
en su momento. Es decir, la prueba pericial se ha convertido en prueba de cargo.
lunes, 1 de julio de 2013
La sombra de Bretón
Habría que preguntarse cuál hubiera sido el final del “caso
Bretón” sin la brillante investigación policial. Porque con un sospechoso
negando ser el responsable de la desaparición de sus dos hijos, de 2 y 6 años
de edad, y sin rastro alguno de éstos, solo la acumulación de indicios o de
pruebas indiciarias puede resolver el enigma en que se convierte un crimen de
esta naturaleza y en las condiciones citadas. Que frente a tanta caligrafía
fina, se echara el borrón del error de confundir los restos de huesos hallados
en la hoguera con restos de animales es una lástima por el innecesario dolor
añadido a la familia, pero no le quita ni tanto así de brillantez a la
investigación policial.
Hoy se ha visto claramente en el interrogatorio al policía
que durante los nueve días que Bretón disfrutó de libertad desde la
desaparición de sus hijos solo se separó de él para dormir. Conocido en el
argot como policía sombra, el testimonio del agente es demoledor y ratifica,
como mínimo, la sospecha de que Bretón es el autor de los hechos. Desde su
frialdad hasta el “detenedme ya” cuando se le empezaba a hacer insoportable el
verse permanentemente señalado y cuestionado su testimonio por los
investigadores; desde la frivolidad de la conversaciones emprendidas por un
hombre que acaba de perder a sus dos hijos hasta el convencimiento del
policía-sombra de que él los había matado; desde el desprecio a la madre de sus
hijos y los insultos que le dedicaba cuando hablaba de ella hasta sus aventuras
con prostitutas de las que alardeaba… Todo, en fin, acusa a Bretón… Hasta su
sombra.
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