martes, 30 de julio de 2013

No solo un error humano


La declaración  judicial del maquinista del tren que descarriló poco antes de su llegada a Santiago de Compostela, de una parte, y los primeros datos que se han conocido de las cajas negras, por otra, además de los datos técnicos ya conocidos sobre los sistemas de seguridad en el tramo donde ocurrió la catástrofe, permiten deducir que ésta no se debió solamente a un error humano. En definitiva, no es una excepción en este tipo de accidentes, que en el caso del de Santiago, como en los de la red de alta velocidad, son comparables a los de avión. Quiero decir que cuanto más sofisticado y avanzado es el medio de transporte, el error humano solo es una parte de las causas del accidente. Valdría aquí recordar el principio del Derecho de que la causa de la causa es causa del mal causado.

Porque, conforme avanza la investigación, van apareciendo datos que, al mismo tiempo que ratifican la responsabilidad del maquinista en el accidente, desvelan que el descarrilamiento pudo evitarse y que una llamada telefónica de un controlador de Renfe distrajo la atención del maquinista en el momento que más precisa de ella en todo el recorrido de ese tren. El maquinista tenía la posibilidad de no responder la llamada, pero ésta se produjo y por parte de un controlador de la compañía.

Por otra parte, la instalación del sistema de seguridad ERTMS, del que está dotada  la línea hasta cuatro kilómetros antes de la curva escenario de la catástrofe, hubiera evitado ésta, puesto que habría frenado el convoy en el momento preciso para que tomara la curva a los 80 kilómetros por hora previstos. Ni tampoco existen en el lugar balizas que recuerden al maquinista la necesaria reducción de velocidad, aunque es verdad que sí figura en su libro de ruta. Y aún más: el anuncio de Renfe y Adif de revisión de sus protocolos de seguridad supone en sí mismo el reconocimiento de que un protocolo distinto -y por supuesto un diferente sistema de seguridad- hubiera evitado la catástrofe.

En medios de transporte tan sofisticados como los que hoy existen -ya seas aéreos, ferroviarios o marítimos- difícilmente se encontrará un accidente provocado solo por un error humano. Se trata de máquinas tan perfectas que se precisan un conjunto de circunstancias -y desde luego el error humano entre ellas- para hacer inevitable el accidente. La investigación de cualquier accidente aéreo, sobre los que hay bastante más experiencia que en los de la red ferroviaria de alta velocidad (y ya sé que la línea Madrid-Santiago-Ferrol es un híbrido entre convencional y alta velocidad) siempre concluye con la revelación de varias causas, nunca una sola y nunca solo un error humano.

lunes, 22 de julio de 2013

Cifras para Bretón

Hola, asesino de mierda por dos veces, lee bien estas líneas… Acabo de enterarme de la sentencia que te condena a 40 años de cárcel por el asesinato de los dos hijos de Ruth, porque tuyos dejaron de serlo mucho antes de nacer, aunque luego tú dispusieras de sus vidas casi recién estrenadas para tu miserable venganza. Lee bien las cifras que voy a escribir a partir de ahora y no las pierdas de vista, empezando por la de 25 años, no 40, porque las leyes que dictan los hombres son más benevolentes que la que dictaste tú a partir del 15 de septiembre de 2011, cuando Ruth te comunicó que había decidido poner fin al infierno que para ella suponía vivir a tu lado, y que ejecutaste 22 días después, aquel 8 de octubre de 2011 con la frialdad del ruin psicópata que eres. 22 días, Bretón, machista maltratador, que son exactamente 528 horas y 31.680 minutos, casi dos millones de segundos, en ninguno de los cuales ni siquiera titubeaste, sino que seguiste adelante, hasta el final, con tu venganza. Metódicamente, preparando, además, la coartada que creías perfecta, gilipollas. ¿El combustible…? ¡Claro, para ahorrar…! ¿Los ansiolíticos…? ¡Lógico, después de cómo me ha dejado Ruth con su decisión de separarse de mí, a ver qué se ha creído…! Y luego, al parque… Diré que allí se han pedido… Fíjate que cada vez más creo la teoría de la abogada que te acusó en nombre de Ruth: la hubieras matado también a ella… Hubieras hecho algunas correcciones a la coartada y a tu denuncia falsa, y habrías dicho que ella se fue con los niños y que nada sabías de los tres.

Veinticinco años, taimado cobarde. Exactamente, 9.133 días, de los que te quedan aún 8.490, porque llevas en prisión preventiva 643. Es decir, asesino de mierda por dos veces, te quedan 203.760 horas de celda. Te restan todavía 12.225.600 minutos, y ten por seguro que en muchas de esas horas, en muchos de esos minutos se te aparecerán las sonrisas de Ruth y de José, los hijos de Ruth, cuando los conducías tú al horno crematorio de tu venganza. En muchos de esos doce millones largos de minutos se te aparecerá José saliendo del jardín de infancia, cuando se creía que eras su padre y que podía confiar en ti. En muchos de esos doce millones largos de minutos, especialmente los de la noche, se te aparecerá Ruth pidiéndote agua, como contaste tú en el juicio (“papito, agua…”, escenificaste tú).

Vuelvo al juicio, maldito seas, y te veo en el papel que habías decidido desempeñar hasta el último día… Llegaste a creer, cruel desalmado, que las dudas en la pericia de las cámaras que recogieron tu viaje hacia el parque de Córdoba o en la del teléfono y mucho más la de “los huesos que se fueron de copas” en un insólito acuerdo entre una perito oficial y tu defensor, podrían significar el veredicto de inocencia. ¿Cuántas veces, Bretón, te dijo tu abogado que en la duda siempre se falla a favor del procesado, lo de in dubio pro reo…? Pero nada más regresar días después a la sala del juicio para escuchar el veredicto, tuviste la primera prueba de que había pocas dudas que dilucidar. No sé si tú le diste importancia, pero estoy seguro de que tu abogado lo entendió: por primera vez, el presidente del Tribunal del Jurado no permitía que te quitaran las esposas. Eras culpable ya, Bretón, no había dudas… Y luego, cuando el portavoz del jurado dio lectura al veredicto y a la argumentación que lo sostenía, aquella mirada tuya de frialdad se tornó en mirada de miedo, de pánico, y antes de que los agentes policiales te arrancaran del asiento para conducirte a la cárcel, donde deseo que te pudras, le pediste a tu abogado que te fuera a ver…, en el momento que recoge la fotografía sobre estas líneas. La cobardía, Bretón, tu cobardía…

Rescato nuevamente las cifras: 8.490 días, 203.760 horas, 12.225.600 minutos. A pulso, gilipollas, a pulso en la celda de una prisión… Voy a facilitarte el cálculo, ofreciéndote dos unidades de medida:

La primera de ellas, la de los días que tardaste en urdir y ejecutar tu miserable venganza. Ya te he escrito que mediaron 22 días entre el 15 de septiembre, en que Ruth te comunicó que ponía fin al infierno de su convivencia contigo, y el 8 de octubre, cuando asesinaste a sus hijos. Pues bien, a ti te quedan de cárcel 386 veces esos 22 días.

La segunda unidad de medida son las apenas cuatro horas que estuviste en la finca de tus padres, quemando a Ruth y José, hasta que creíste que de ellos solo quedaban las cenizas. Te restan más de 50.000 “cuatro horas” para recordar cómo se quemaban. 50.000 veces cuatro horas, y además sin poder salir de los muros de una prisión.

Los romanos, creadores del Derecho, acuñaron la expresión “Dura lex, sed lex”, “la ley es dura, pero es la ley…” Fíjate, Bretón, que desde la perspectiva de tu horrible crimen, aun con los cálculos que he hecho, la ley se me antoja demasiado blanda para ti…



viernes, 12 de julio de 2013

La unanimidad del jurado y... del pueblo

 La unanimidad con la que el jurado del “caso Bretón” ha alcanzado el veredicto de culpabilidad habría necesitado la fórmula estadounidense de “el pueblo contra…” Porque, efectivamente, nunca jurado popular alguno representó tan exactamente el pueblo del que emana la justicia en nuestro país, como dice el Artículo 117 de nuestra Constitución. Quiero decir que la unanimidad con la que el jurado ha resuelto las veintiuna cuestiones planteadas por el Magistrado que lo preside (extraordinaria labor también la de su señoría) y que fundamentan el veredicto de culpabilidad es la unanimidad de todos los ciudadanos de este país, que están convencidos de que el padre de Ruth y José mató a sus dos hijos quemándolos en una hoguera que preparó como un horno crematorio, y en venganza porque su mujer y madre de los niños había decidido divorciarse.

En mi larga trayectoria en la información de tribunales, aun consciente de que se trata de un término estrictamente jurídico, siempre cuidé escrupulosamente la presunción de inocencia, bien entendido que sin abusar del calificativo presunto, con el que muchos de mis colegas salpimientan sus crónicas de sucesos. ¡Cuántas veces oigo o leo lo de “aparece una mujer presuntamente muerta por su marido que permanecía al lado del cadáver con sus ropas llenas de sangre y un cuchillo de grandes proporciones ensangrentado”. Es obvio que la muerte no es presunta si está el cadáver, y que, en el mejor de los casos, tampoco es presunto autor de la misma un hombre sorprendido al lado del cadáver con las ropas manchadas de sangre y el cuchillo ensangrentado. Pero en el “caso Bretón” he renunciado incluso a la tentación de calificar a su autor de presunto y ni siquiera de sospechoso. Se podrá decir que formo parte del linchamiento popular que el defensor de Bretón ha denunciado en alguna ocasión, pero era tan clara la responsabilidad del padre de Ruth y José en la desaparición de sus hijos que resulta imposible sustraerse a ello, mucho más tratándose de unos hechos con unos perfiles tan horribles como los del doble asesinato: su premeditación, su alevosía, sus preparativos, el móvil, las coartadas…

En mi artículo sobre la última sesión del juicio oral, escribí que ni su defensor creía a Bretón, hasta el extremo de que en su informe de conclusiones definitivas el letrado apuntó por primera vez una teoría surrealista, la de que el procesado hubiera entregado a sus hijos a alguien en la carretera y no hubiera vuelto a tener noticia de ellos. Pienso que también los padres y hermanos de Bretón están convencidos de que mató a sus hijos, y por eso guardaron silencio aprovechando el derecho que les asiste a no declarar al ser familiares en primer grado.Y hoy, el jurado popular, ha reflejado la unanimidad del jurado y también la del pueblo al que representa.

miércoles, 10 de julio de 2013

Periodismo con mayúscula

Más de dos horas de Periodismo con mayúscula. Ocho palabras que resumen el especial de Espejo Público en Antena 3 esta madrugada. Tres periodistas: Alfonso Egea y Albert Castillón, como conductores del programa complementándose perfectamente, y Manu Marlasca, que ha seguido in situ el juicio oral, experto reportero de sucesos y jefe de investigación de La Sexta. Una abogada penalista y criminóloga, Beatriz de Vicente, amiga además de Josefina Lamas, la perito policial responsable del gran borrón de la investigación, al identificar los huesos encontrados en la hoguera de Las Quemadillas como pertenecientes a roedores, cuando se corresponden con los de dos menores de dos y seis años, las edades de Ruth y José, los hijos de Bretón. Dos policías: Serafín Castro, ya jubilado y que dirigió la investigación del caso, y José María Benito, del Sindicato Unificado de Policía. Un antiguo jefe de Josefina Lamas, Juan López Palafox, antropólogo, al que la doctora llamó para que ratificara su erróneo informe, a lo que se negó, porque él también identificó los huesos como pertenecientes a niños. Luis Aviar, director de la empresa Condor Georadar, encargada de buscar restos humanos en Las Quemadillas y que fue el que, en un encuentro casual con el antropólogo Etxeberría, habló con él de los huesos hallados donde Bretón había hecho la hoguera en la que, presumiblemente, quemó a sus hijos. Y dos reporteras: Toñi Portillo, a las puertas de la Audiencia de Córdoba, en cuyo interior delibera el jurado para emitir el veredicto; y Silvia González, cerca del lugar donde Ruth, la madre de los niños, y su familia esperan para escuchar en directo el veredicto del jurado.


Analizó el programa lo que en uno de mis artículos sobre el juicio he titulado Caso Lamas, en referencia no ya al error de identificación de los huesos, sino al sorprendente testimonio de la antropóloga policial que la ha convertido en perito de parte cuando su participación en el procedimiento es de una perito técnica, perteneciente nada menos que a la Policía.Y me refiero a su famosa frase de “los huesos se fueron de copas”, en el sentido de que se les mostró al doctor Etxeberría en un bar o restaurante. El mejor mentís a esta declaración formó parte del Periodismo con mayúscula que destilaba el programa por sus cuatro costados: las imágenes de Etxeberría analizando los huesos que saca de una caja precintada en dependencias policiales, en las que también aparece un calendario del mes de agosto.

El debate entre Serafín Castro y José María Benito sobre el famoso rumor de “los huesos se fueron de copas”; la explicación de Manu Marlasca sobre lo que calificó de error de la abogada de la acusación particular que interrogó a Josefina Lamas como si fuera una procesada en lugar de una perito; las revelaciones de López Palafox sobre la conversación con la doctora, cuyo error comprendió y razonó; la valoración de las preguntas que el magistrado que preside el juicio ha hecho al jurado para fundamentar su veredicto, que hizo la penalista y criminóloga Beatriz de Vicente; y la conducción y dirección del programa, con unos totales, como se dice en el argot, que ilustraban e hilvanaban sólidamente todo el “especial”. Excepcional también la reacción de los presentadores revelando los insultos que participantes en el programa estaban recibiendo en las redes sociales por parte de José Manuel Sánchez Forner, un policía que ha vivido décadas no de su trabajo de investigación en la calle sino de su representación sindical. ¡Hasta se facilitó el teléfono del programa al que Sánchez Forner podía llamar para mostrar sus discrepancias con lo que se estaba diciendo, lo que no hizo porque tampoco el ejercicio de la valentía está entre las virtudes –no sé si escasas- del policía sindicalista.

Ojalá el programa haya sido visto por los modernos gurús del periodismo que despotrican del tratamiento que se está dando al “Caso Bretón” en los medios informativos, que ha sido impecable. Aunque quizás lo primero que tendrían que aprender estos gurús es que noticia es que un niño muerda a un perro, no que un perro muerda a un niño… Pero es verdad que los gurús no han dado una noticia en su vida… Supongo que no les interesa ver el programa; así que no para ellos –que también- sino para quienes lean estas líneas y quieran verlo, les dejo la dirección en la que lo encontrarán: http://www.antena3.com/videos/espejo-publico/2013-julio-9-2013071000003.html




lunes, 8 de julio de 2013

A Bretón no le cree ni su abogado


Es la hora del jurado popular, que ha de dar respuesta a las 22 preguntas planteadas por el magistrado presidente del tribunal para fundamentar así su veredicto de culpabilidad o de inocencia.

Pero la última sesión del juicio, la de los informes de las partes (ministerio público, acusación particular y defensa) y la de la última palabra del procesado, ha deparado la relativa sorpresa de comprobar que ni siquiera su abogado defensor cree a Bretón. Solo así puede entenderse la excéntrica hipótesis que el letrado ha transmitido al jurado de que su defendido “pudo haber drogado a sus hijos con tranquilizantes pero luego los habría entregado a una tercera persona en la autovía…”  Si además el letrado se ha empeñado en mantener que los huesos hallados en la hoguera fueron los que la perito de la policía identificó como de animales, pero que luego fueron cambiados por restos humanos y entregados al antropólogo Etxebarría y los demás peritos, que los señalaron como pertenecientes a niños de dos y seis años –las edades de los hijos desaparecidos de Bretón-, todo ello configura el informe de un abogado que no cree la versión de su cliente, prescindiendo de lo que éste le haya confesado, que forma parte del secreto profesional, y del sagrado derecho que todo procesado tiene a su defensa.

Aun con todo ello, no tengo más remedio que hacerme eco de la falta de sensibilidad del abogado defensor, incluso el mal gusto y desde luego la inoportunidad, porque poco añade a la defensa de su representado, de un par de frases de su informe: “Tiene el mismo valor probatorio decir que los niños fueron adormecidos previamente por la ingesta de tranquilizantes que pensar que murieron como consecuencia de un "golpe de calor" sufrido mientras dormían la siesta en el coche bajo un chamizo en la parcela familiar”, dijo el abogado. Y en otra parte de su informe dijo que  "un niño, por muy dormido que esté, se le pone encima de una candela de estas características y llegan los gritos a Sevilla". Para colmo, terminó con un lugar común en el Derecho Penal: “Mejor mil culpables en la calle que un inocente en la cárcel”. Lo tenía difícil el letrado Sánchez de Puerta, pero a mí me ha decepcionado su informe final.

Menos sorpresas nos ha deparado la “ultima palabra” de Bretón, que ha vuelto a hacer un alarde de cinismo. Ha elegido una de las tres posibilidades que tenía: el silencio, el reconocimiento de la autoría de los hechos o la mentira. Fiel a así mismo ha optado por la mentira, que no cree ni su propio abogado.



viernes, 5 de julio de 2013

Bretón sabe lo que hace, pero no siente lo que hace

Después de las tres semanas de vista oral; elevadas a definitivas las conclusiones provisionales de las distintas partes en el proceso (ministerio público o fiscal, acusación particular y defensa), reiterada en consecuencia la petición de 40 años de prisión de un lado y la absolución del otro, a la espera tan solo de sus informes y de si finalmente José Bretón hará uso del derecho que le asiste de pronunciar la última palabra, podría decirse que son muchos los indicios que han aflorado en el juicio y que todos ellos señalan al procesado como único responsable de la desaparición de sus hijos a los que, con toda probabilidad, quemó en una hoguera que convirtió en un auténtico horno crematorio.

Muchos se preguntarán cuál es el mecanismo que se pone en marcha en la mente de un ser humano para ser capaz de quemar a sus hijos, de seis y dos años de edad, para vengarse así de su mujer, que le ha anunciado apenas tres semanas antes que se divorciaba. Y se hace mucho más difícil de entender si se acude al anuario del Centro Reina Sofía para el Estudio de la Violencia, con sede en Valencia, que desvela que en el año 2010 murieron en España 23 menores a manos de sus progenitores; pero la diferencia con Bretón es que todos los casos fueron a consecuencia de enajenación mental de los autores que confesaron el parricidio o se suicidaron inmediatamente después de cometerlo. No hay ningún caso registrado con la maldad y perversión del de Córdoba y que, además, el supuesto responsable del mismo niegue su autoría.

En un magnífico reportaje publicado en el Diario Córdoba el pasado septiembre con la firma de Juan Fernández, se recogen opiniones de reputados criminólogos y psicólogos sobre la personalidad de José Bretón; entre otros Vicente Garrido Genovés, profesor de criminología de la Universidad de Valencia, autor del libro “El secreto de Bretón”, que mantiene que “(Bretón) encaja en el perfil del psicópata integrado, alguien que no tiene historial criminal, pero que alberga los rasgos de ese trastorno y que, probablemente, nunca hubiera sido detectado si no hubiera cometido este acto”.


Recordaba yo todo esto y otros casos de psicópatas escuchando las llamadas telefónicas que Bretón hizo poco antes de su detención, mientras España entera buscaba a sus hijos, y que han sido reproducidas en la sesión del juicio de hoy. En la primera llamada, Bretón prometía devolverle sus hijos a Ruth, su esposa, “tarde más o tarde menos, porque he sido yo quien los ha perdido y debo ser yo quien los devuelva”. Pero un minuto después realiza una llamada a una antigua conocida con la que conversa en un tono distendido y de “flirteo”. ¿Cómo se pueden entender las dos llamadas con sesenta segundos de diferencia y a los diez días de que los niños hubieran desaparecido? La única respuesta posible es que se puede entender de la misma manera que las conversaciones distendidas con la policía horas después de la desaparición de Ruth y José o la propuesta de sacar una guitarra o abrir unas botellas de vino o preparar una cena para todos o narrar sus hazañas de alcoba (más bien violaciones) con su esposa o en cualquiera de los prostíbulos a los que acudía.

Y la respuesta hay que hallarla en ese psicópata integrado del que habla el profesor Garrido y cuya decisión de deshacerse de sus hijos en la hoguera explica muy bien el psicólogo criminalista Jiménez Serrano: “Dice José Bretón que encendió la hoguera para quemar cartas y vestidos de su mujer. Visto así, parecería que hablamos de alguien que quiere cortar con su pasado, por lo que quema todo lo que le ata con su anterior relación, y para él quemar a sus hijos equivalía a quemar unas fotografías”.

Pero no se trata de la obra de un loco. Como explica muy bien el canadiense Robert D. Hare, probablemente la mayor autoridad en el estudio de las psicopatías, creador de una auténtica escuela en el diagnóstico de esta alteración de conducta, “en la psicopatía no hay nada que curar. Es un comportamiento con anomalías neurológicas. Pero  no hay pacientes que pidan ayuda, que sufran. Ellos están perfectos y se sienten perfectos. Nunca podrán sentir empatía, ponerse en el lugar de otra persona, tener sentimientos hacia alguien. Ni siquiera por los seres más próximos, padres, hermanos, pareja, hijos… Los psicópatas no tienen emociones y no es posible enseñárselas”…


El profesor Robert D. Hare define en muy pocas palabras al psicópata: “Sabe lo que hace pero no siente lo que hace”. Repasando el comportamiento de Bretón solo durante las sesiones del juicio, se llega también a esa conclusión: “Bretón sabe lo que hace, pero no siente lo que hace”. 

jueves, 4 de julio de 2013

El "Caso Lamas"

El programa “Más Vale Tarde” (La Sexta), sin duda el de mejor, más fiable y más rigurosa información del “caso Bretón”, ha llamado la atención hoy sobre un hecho que a mí me parece gravísimo: lo que bien podría ser calificado de acuerdo entre el defensor de Bretón y nada menos que la antropóloga forense de la Policía que confundió con huesos de roedores los restos encontrados en la hoguera encendida por el hoy acusado de un doble asesinato. La declaración de la doctora Josefina Lamas asegurando que en la Policía se comentaba que los “huesos se fueron de copas”, en referencia a que fueron sacados de dependencias policiales y llevados a un bar o restaurante para mostrárselos al doctor Etxeberría (que los identificó como humanos y pertenecientes a dos niños de 2 y 6 años, las edades de los hijos de Bretón), no fue espontánea, sino la respuesta a la pregunta del defensor de Bretón: “¿Ha oído usted decir –le preguntó a la antropóloga, que comparecía como perita forense- que la muestra número ocho (uno de los huesos) se fue de copas?” Y la doctora Lamas contestó: “Lo que yo oí es que los huesos se fueron de copas”.

La abogada Beatriz de Vicente, que comenta en “Más Vale Tarde” desde el punto de vista del Derecho Penal las sesiones del juicio, ha detallado hoy la gravedad de esta manifestación: En primer lugar, porque no es espontánea y, en consecuencia, supone un acuerdo entre el abogado y la perito, que, por cierto, no es de parte; en segundo lugar porque a lo largo de toda la instrucción, jamás la doctora Lamas dijo que había escuchado que “los huesos se fueron de copas”, a pesar de que precisamente por su condición y la responsabilidad que tiene estaba obligada a comunicárselo a sus superiores, que se lo harían llegar al juez instructor; en tercer lugar porque, de ser cierta su manifestación, la prueba de los huesos tendría que ser invalidada y el doctor Etxeberría así como los agentes policiales que han manifestado que jamás se rompió la cadena de custodia de los huesos incurrirían en responsabilidad penal ; y por último porque, de no ser cierto lo manifestado por la doctora con toda probabilidad con el acuerdo previo con el abogado de Bretón, no solo ha puesto fin a su carrera (por otra parte muy brillante), sino que tendrá que responder penalmente por lo dicho (recuérdese que el presidente del Tribunal dedujo testimonio de sus manifestaciones).

Escribí ayer de la condición humana, y con esta expresión titulé mi comentario. Hoy, tras la información de “Más Vale Tarde” y los comentarios de la penalista De Vicente, hay que volver a la condición humana como única explicación de la actitud de la doctora Lamas. No me extraña la poca atención que ha merecido la sesión de hoy, a pesar del testimonio del experto que analizó el teléfono móvil de Bretón, identificó todas sus llamadas a partir del 15 de septiembre, cuando la esposa del procesado le anunció su decisión de divorciarse, y que ha desvelado el borrado del teléfono que hizo el procesado el domingo que los niños desaparecieron y la desconexión durante las cuatro horas en las que se sitúa el asesinato de los dos pequeños. Y aunque el experto ha deshecho otra parte de la coartada de Bretón, en la Sala de la Audiencia de Córdoba seguían resonando las palabras de la doctora Lamas del día anterior. Más pareciera que el “caso Bretón” se hubiera convertido por unas horas en el “caso Lamas”.

miércoles, 3 de julio de 2013

La condición humana

Cuando decidí hacer un comentario diario de las sesiones del juicio del “Caso Bretón”, imaginé que en alguno de ellos no tendría más remedio que hablar de la condición humana, expresión que, no por recurrente, deja de ser la única explicación de muchas conductas incompatibles con los mínimos valores que se le supone  a cualquier persona. Pero lo que nunca pude pensar es que esa expresión acabaría siendo el titular de la sesión más importante del juicio oral, la que ha establecido que Ruth y José, de 6 y 2 años, fueron quemados en una hoguera que su padre convirtió en un horno crematorio. En un magistral informe el doctor Francisco Etxeberría, llegado al caso prácticamente por casualidad, no solo detalló que los huesos hallados entre los restos de la hoguera eran humanos y pertenecientes a dos niños de 6 y 2 años, sino hasta cómo fue colocado el cuerpo de la niña en ese horno crematorio que alcanzó temperaturas próximas a los mil grados. Un centenar de folios, fotografías y una exposición en “power point” han formado parte de la verdadera pieza maestra que ha sido el informe de este antropólogo forense, reconocido mundialmente como una autoridad en la materia.


Lo que nadie podía esperar es que en una sesión científica como es esta prueba pericial, con testimonio no solo de Etxeberría sino de otros médicos conocedores del caso, hubiera que apelar a lo peor de la condición humana para explicar la increíble intervención de la doctora Josefina Lamas, autora del primer informe sobre los huesos en el que descartó que pertenecieran a seres humanos y que, por cierto, retrasó la investigación judicial casi un año, con el correspondiente dolor para la madre y otros familiares de los dos niños. Es verdad que en la sesión de hoy reconoció su error, y no es menos cierto que tampoco en esta ocasión –nunca lo ha hecho- pidió perdón por el mismo. Pero en una sorprendente intervención desmintió declaraciones de compañeros policías que aseguraron que nunca se rompió la cadena de custodia de esos huesos y, lo que es peor, dijo que los restos –finalmente humanos- hallados en la hoguera salieron de copas en referencia a que fueron mostrados al doctor Etxeberría en un bar o restaurante.

Como ha recordado Luis Rendueles, subdirector de “Interviú”, en el programa “Más vale tarde”, de La Sexta, Josefina Lamas, considerada una experta antropóloga forense, estaba al frente de ese departamento en la Policía Científica de la Comisaría General de Policía Judicial, y su tremendo error con los huesos de Ruth y José le costó el puesto y ahora está dedicada a pasar reconocimiento a sus compañeros policías en el complejo policial de Canillas. Al parecer, esta mañana decidió cobrarse una miserable factura por ello. Y en la sala del juicio apareció lo peor de la condición humana: la soberbia, la envidia, la venganza, los celos… Pero en esta ocasión no era en la persona de José Bretón, sino en una antropóloga forense incapaz de digerir su propio fracaso.

martes, 2 de julio de 2013

Bretón, ante sí mismo


El doctor García-Andrade, uno de los más brillantes siquiatras forenses que he conocido, me contaba hace años la anécdota de un acusado de homicidio que cuando escuchó la explicación con todo lujo de detalles que un forense estaba dando de cómo se había producido la muerte de la víctima, exclamó algo así como “¿Dónde estaba usted, porque yo no le vi…?”. Tal era la precisión y exactitud con la que el forense había explicado el homicidio que el autor creyó que el médico había sido testigo del mismo. Quiero decir que en muchas ocasiones la prueba pericial es el espejo que recoge lo ocurrido en un delito: desde el desencadenante del mismo hasta su consumación, incluyendo los medios para cometerlo. Dicho de otra manera: el qué, el quién, el cuándo, el cómo e incluso el por qué. Y por eso también la prueba pericial, sobre todo si no es de parte, acaba siendo decisiva en muchos procesos.

En el “Caso Bretón”, en que el procesado ha negado los hechos desde el primer momento a pesar de los numerosos indicios que le señalan como autor de la desaparición de sus dos hijos sin que ninguno de esos indicios constituya una prueba en el pleno sentido de la palabra, la pericial cobra una dimensión aún mayor. Se ha visto en la sesión de hoy con el testimonio de los psiquiatras y psicólogos, que han explicado la personalidad de José Bretón; con los especialistas del Infoca, que han detallado el combustible utilizado por el acusado para encender la hoguera en la que podría haber incinerado a sus hijos; con el de los médicos que han explicado los efectos mortales que podría tener en dos niños de 2 y 6 años la ingestión de los tranquilizantes Orfidán y Motiván, recetados a Bretón por un psiquiatra días antes de los hechos; o, en fin, con la falta de acuerdo entre los expertos que analizaron los imágenes de cámaras de seguridad que, según uno, demostrarían que los niños no iban en el.coche cuando Bretón se dirigía al parque en el que asegura que se le perdieron, mientras que otro perito niega que de las imágenes pueda deducirse esto.

Pero en cualquier caso, hoy Bretón se ha encontrado ante sí mismo, ante el José Bretón de aquel domingo de octubre. En la pericial de psiquiatras y psicólogos se ha dado de bruces con esa persona rígida, metódica, ordenada, sin trastorno alguno de la personalidad, narcisista, celoso, dependiente, con excesiva sensibilidad a los contratiempos, incapaz de perdonar y de tolerar que lo abandonen, como decidió hacer Ruth, su esposa; obsesivo, reservado, acaparador, excesivamente rígido, con esa conducta restringida al hogar familiar, donde impone normas a los niños y a su mujer, de las que no pueden salirse ni un ápice; menos inteligente de lo que se reflejó en el test de inteligencia, desesperado cuando Ruth le comunica que lo abandona, pero con una gran capacidad de control sobre sus emociones.


Y en la pericial sobre la hoguera, Bretón se ha dado de bruces con el horno crematorio por él preparado en el que todos sospechan que incineró a sus hijos, con un fuego para el que utilizó 250 kilos de leña y 80 litros de gasoil, lo que provocó una temperatura superior a los 1.000 grados y una columna de humo de casi 400 metros de altura. Como se comprenderá, esa hoguera, convertida en un auténtico horno al que sumó la mesa metálica que seguía allí la noche de aquel domingo no se enciende para quemar unos papeles y algunas cosas de Ruth, como Bretón declaró en su momento. Es decir, la prueba pericial se ha convertido en prueba de cargo.

lunes, 1 de julio de 2013

La sombra de Bretón

Habría que preguntarse cuál hubiera sido el final del “caso Bretón” sin la brillante investigación policial. Porque con un sospechoso negando ser el responsable de la desaparición de sus dos hijos, de 2 y 6 años de edad, y sin rastro alguno de éstos, solo la acumulación de indicios o de pruebas indiciarias puede resolver el enigma en que se convierte un crimen de esta naturaleza y en las condiciones citadas. Que frente a tanta caligrafía fina, se echara el borrón del error de confundir los restos de huesos hallados en la hoguera con restos de animales es una lástima por el innecesario dolor añadido a la familia, pero no le quita ni tanto así de brillantez a la investigación policial.


Hoy se ha visto claramente en el interrogatorio al policía que durante los nueve días que Bretón disfrutó de libertad desde la desaparición de sus hijos solo se separó de él para dormir. Conocido en el argot como policía sombra, el testimonio del agente es demoledor y ratifica, como mínimo, la sospecha de que Bretón es el autor de los hechos. Desde su frialdad hasta el “detenedme ya” cuando se le empezaba a hacer insoportable el verse permanentemente señalado y cuestionado su testimonio por los investigadores; desde la frivolidad de la conversaciones emprendidas por un hombre que acaba de perder a sus dos hijos hasta el convencimiento del policía-sombra de que él los había matado; desde el desprecio a la madre de sus hijos y los insultos que le dedicaba cuando hablaba de ella hasta sus aventuras con prostitutas de las que alardeaba… Todo, en fin, acusa a Bretón… Hasta su sombra.