Hola, asesino de mierda por dos veces, lee bien estas líneas…
Acabo de enterarme de la sentencia que te condena a 40 años de cárcel por el
asesinato de los dos hijos de Ruth, porque tuyos dejaron de serlo mucho antes
de nacer, aunque luego tú dispusieras de sus vidas casi recién estrenadas para
tu miserable venganza. Lee bien las cifras que voy a escribir a partir de ahora
y no las pierdas de vista, empezando por la de 25 años, no 40, porque las leyes
que dictan los hombres son más benevolentes que la que dictaste tú a partir del
15 de septiembre de 2011, cuando Ruth te comunicó que había decidido poner fin
al infierno que para ella suponía vivir a tu lado, y que ejecutaste 22 días
después, aquel 8 de octubre de 2011 con la frialdad del ruin psicópata que eres.
22 días, Bretón, machista maltratador, que son exactamente 528 horas y 31.680
minutos, casi dos millones de segundos, en ninguno de los cuales ni siquiera
titubeaste, sino que seguiste adelante, hasta el final, con tu venganza.
Metódicamente, preparando, además, la coartada que creías perfecta, gilipollas.
¿El combustible…? ¡Claro, para ahorrar…!
¿Los ansiolíticos…? ¡Lógico, después de cómo me ha dejado Ruth con su decisión
de separarse de mí, a ver qué se ha creído…! Y luego, al parque… Diré que allí
se han pedido… Fíjate que cada vez más creo la teoría de la abogada que te
acusó en nombre de Ruth: la hubieras matado también a ella… Hubieras hecho
algunas correcciones a la coartada y a tu denuncia falsa, y habrías dicho que
ella se fue con los niños y que nada sabías de los tres.
Veinticinco años, taimado cobarde. Exactamente, 9.133 días,
de los que te quedan aún 8.490, porque llevas en prisión preventiva 643. Es
decir, asesino de mierda por dos veces, te quedan 203.760 horas de celda. Te
restan todavía 12.225.600 minutos, y ten por seguro que en muchas de esas horas,
en muchos de esos minutos se te aparecerán las sonrisas de Ruth y de José, los
hijos de Ruth, cuando los conducías tú al horno crematorio de tu venganza. En
muchos de esos doce millones largos de minutos se te aparecerá José saliendo
del jardín de infancia, cuando se creía que eras su padre y que podía confiar
en ti. En muchos de esos doce millones largos de minutos, especialmente los de
la noche, se te aparecerá Ruth pidiéndote agua, como contaste tú en el juicio (“papito, agua…”, escenificaste tú).
Vuelvo al juicio, maldito seas, y te veo en el papel que
habías decidido desempeñar hasta el último día… Llegaste a creer, cruel
desalmado, que las dudas en la pericia de las cámaras que recogieron tu viaje
hacia el parque de Córdoba o en la del teléfono y mucho más la de “los huesos
que se fueron de copas” en un insólito acuerdo entre una perito oficial y tu
defensor, podrían significar el veredicto de inocencia. ¿Cuántas veces, Bretón,
te dijo tu abogado que en la duda siempre se falla a favor del procesado, lo de
in dubio pro reo…? Pero nada más regresar días después a la sala del juicio
para escuchar el veredicto, tuviste la primera prueba de que había pocas dudas
que dilucidar. No sé si tú le diste importancia, pero estoy seguro de que tu
abogado lo entendió: por primera vez, el presidente del Tribunal del Jurado no
permitía que te quitaran las esposas. Eras culpable ya, Bretón, no había dudas…
Y luego, cuando el portavoz del jurado dio lectura al veredicto y a la
argumentación que lo sostenía, aquella mirada tuya de frialdad se tornó en
mirada de miedo, de pánico, y antes de que los agentes policiales te arrancaran
del asiento para conducirte a la cárcel, donde deseo que te pudras, le pediste
a tu abogado que te fuera a ver…, en el momento que recoge la fotografía sobre estas líneas. La cobardía, Bretón, tu cobardía…
Rescato nuevamente las cifras: 8.490 días, 203.760 horas,
12.225.600 minutos. A pulso, gilipollas, a pulso en la celda de una prisión…
Voy a facilitarte el cálculo, ofreciéndote dos unidades de medida:
La primera de ellas, la de los días que tardaste en urdir y
ejecutar tu miserable venganza. Ya te he escrito que mediaron 22 días entre el
15 de septiembre, en que Ruth te comunicó que ponía fin al infierno de su
convivencia contigo, y el 8 de octubre, cuando asesinaste a sus hijos. Pues
bien, a ti te quedan de cárcel 386 veces esos 22 días.
La segunda unidad de medida son las apenas cuatro horas que
estuviste en la finca de tus padres, quemando a Ruth y José, hasta que creíste que de
ellos solo quedaban las cenizas. Te restan más de 50.000 “cuatro horas” para
recordar cómo se quemaban. 50.000 veces cuatro horas, y además sin poder salir de los muros de una prisión.
Los romanos, creadores del Derecho, acuñaron la expresión
“Dura lex, sed lex”, “la ley es dura, pero es la ley…” Fíjate, Bretón, que
desde la perspectiva de tu horrible crimen, aun con los cálculos que
he hecho, la ley se me antoja demasiado blanda para ti…
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