Como le decía ayer a una colega con la que estaba comentando
su discurso de investidura, he llegado a una edad en la que solo sucumbo al
entusiasmo después de una reflexión y un análisis sosegados. Y he de decirle de
inmediato, señora Presidenta, que durante la hora y media de su discurso de ayer y durante las
réplicas que hoy ha dado a los demás grupos de la Cámara regional, ha
construido usted una magnífica pieza de perfecta arquitectura, cimentada en
la mayor autocrítica salida de las filas del Partido Popular por la corrupción
que, como he escrito en numerosas ocasiones, el PP ha convertido en un sistema
de gobierno: “El 24 de mayo se
abrió un tiempo nuevo de la política; las urnas nos dijeron alto y claro que
había cosas que no se estaban haciendo bien. Y que la política y corrupción no
pueden ir jamás de la mano… Estamos para servir a los ciudadanos, no para
servirnos de ellos”, dijo usted con rotundidad y con el tono que ha utilizado en
estos dos días que transmite credibilidad por los cuatro costados. Pero esas 52
palabras que ahora reproduzco han golpeado como directos en las mandíbulas de
quienes permitieron durante el populista período del “aguirrato y su delfín”de los gürteles, de los púnicos, de las telesperanzas, de los consejeros sin cartera –pongamos que hablo del ínclito Arturo Fernández-, del reparto
caprichoso de la publicidad institucional, de los inexplicados pero explicables
enriquecimientos, de las concesiones de canales de televisión por servicios prestados...
Los 52 directos habrán supuesto, como poco, un “knock down” que suele ser siempre el preámbulo del K.O., mucho más
en este caso en que me temo que no hay posibilidad de la famosa “cuenta protectora” que permite el reglamento
del noble arte del boxeo.
Pero eso es solo y nada menos que la principal razón para la
regeneración democrática que se dispone usted a emprender, si no ha emprendido
ya, porque su limpísima e impecable trayectoria tanto en las ocho legislaturas
durante las que ha sido diputada regional como durante los tres años largos que
ha desempeñado el cargo de Delegada del gobierno en la Comunidad de Madrid se
lo permiten, empezando –y usted misma ya
lo ha dicho- por la tan necesaria como exigible auditoría de lo que ha pasado
en la Real Casa
de Correos y sus tentáculos durante los años del aguirrato.
Sueño, señora Presidenta, con la Política con mayúsculas,
cuyo primer mandamiento, como usted anticipó ayer, es conjugar el verbo pactar.
Y con un gobierno transparente sin sectarismos. Sé, en fin, que todo cuanto
expuso en su discurso de ayer tiene la carta de naturaleza de un compromiso
irrenunciable que está en su ADN. Y que no entienda nadie la expresión como metáfora,
porque eso lo aprendió usted de su padre, general de Artillería que murió hace
unos meses seguro de que, si finalmente el partido la designaba como candidata
a la Comunidad
de Madrid, sería para usted un servicio más que prestar a la sociedad (otra
enseñanza de su padre), porque así es como concibe usted la política.
(Aviso a
navegantes: Disfrutando yo ya del
júbilo que Rajoy y su programa de salvación de la banca me han ido recortando,
conocí personalmente a Cristina Cifuentes, que tuvo la gentileza de invitarme a
un almuerzo que celebramos mano a mano en su despacho con su directora de
Comunicación, Marisa González, como nexo entre los dos y perfecta organizadora.
De aquél encuentro yo salí convencido de que si, como se comentaba ya entonces,
Cristina Cifuentes acababa siendo candidata del Partido Popular a la
presidencia de la Comunidad
de Madrid, el gobierno regional no sería patrimonio ni trampolín de nadie, sino
de los madrileños, y tendría una presidenta dedicada al ciento por ciento a su tarea
y no a otros cálculos, otros proyectos u otras conspiraciones… Una presidenta del siglo XXI y para el siglo XXI con unos principios
irrenunciables, sean o no políticamente correctos y coincidan o no con los que
en cada momento convenga estratégicamente a su partido)
Con su discurso, como antes con su impecable campaña
electoral, en la que puso tanto empeño como elegancia en sortear zancadillas,
ha abierto usted, señora Presidenta, un enorme horizonte en el que los jóvenes,
las mujeres y los parados de larga duración tengan oportunidades; en el que la Sanidad y la Educación no tenga que
reivindicar con mareas lo que la Constitución
garantiza; en el que las becas y la reducción en los importes de las matrículas
universitarias acudan a la salvación de muchos cerebros que han tenido que
abandonar la Universidad
o matricularse por asignaturas en vez de por cursos; en el que los impuestos
dejen de ser una asfixia para los más débiles; en el que nos vayamos acercando
a la universalidad del cheque guardería; en el que, en fin, se combata el
hambre sobre todo de los niños y la mendicidad no negándola o escondiendo a los
mendigos, sino con políticas que permitan alimentar a los pequeños y dar
refugio a los marginales de la sociedad.
Sé también, señora Presidenta, que el apoyo de Ciudadanos ha
permitido su investidura, pero se equivocarían si exhiben como un triunfo del joven
partido el espléndido programa que usted expuso en su discurso. Déjeme, señora
presidenta, decirle a Alberto Rivera y los suyos que su mérito no ha sido
imponer un programa, sino sumarse al que usted tiene.