miércoles, 24 de junio de 2015

Señora Presidenta...

Como le decía ayer a una colega con la que estaba comentando su discurso de investidura, he llegado a una edad en la que solo sucumbo al entusiasmo después de una reflexión y un análisis sosegados. Y he de decirle de inmediato, señora Presidenta, que durante la hora y media de su discurso de ayer y durante las réplicas que hoy ha dado a los demás grupos de la Cámara regional, ha construido usted una magnífica pieza de perfecta arquitectura, cimentada en la mayor autocrítica salida de las filas del Partido Popular por la corrupción que, como he escrito en numerosas ocasiones, el PP ha convertido en un sistema de gobierno: “El 24 de mayo se abrió un tiempo nuevo de la política; las urnas nos dijeron alto y claro que había cosas que no se estaban haciendo bien. Y que la política y corrupción no pueden ir jamás de la mano… Estamos para servir a los ciudadanos, no para servirnos de ellos”, dijo usted con rotundidad y con el tono que ha utilizado en estos dos días que transmite credibilidad por los cuatro costados. Pero esas 52 palabras que ahora reproduzco han golpeado como directos en las mandíbulas de quienes permitieron durante el populista período del “aguirrato y su delfín”de los gürteles, de los púnicos, de las telesperanzas, de los consejeros sin cartera –pongamos que hablo del ínclito Arturo Fernández-, del reparto caprichoso de la publicidad institucional, de los inexplicados pero explicables enriquecimientos, de las concesiones de canales de televisión por servicios prestados... Los 52 directos habrán supuesto, como poco, un “knock down” que suele ser siempre el preámbulo del K.O., mucho más en este caso en que me temo que no hay posibilidad de la famosa “cuenta protectora” que permite el reglamento del noble arte del boxeo.
Pero eso es solo y nada menos que la principal razón para la regeneración democrática que se dispone usted a emprender, si no ha emprendido ya, porque su limpísima e impecable trayectoria tanto en las ocho legislaturas durante las que ha sido diputada regional como durante los tres años largos que ha desempeñado el cargo de Delegada del gobierno en la Comunidad de Madrid se lo permiten, empezando –y usted misma ya lo ha dicho- por la tan necesaria como exigible auditoría de lo que ha pasado en la Real Casa de Correos y sus tentáculos durante los años del aguirrato.
Sé, señora Presidenta, que los compromisos de su investidura no se van a convertir ni en sugerencias ni en papel mojado ni en imposibles provocados por una herencia recibida que estaba en el fondo del cajón. Sueño, señora Presidenta con ese gobierno y esa Asamblea regionales carentes de descalificaciones, sin gritos ni aspavientos, sin miradas al tendido animando a “los del siete” para que monten la bronca a la oposición y pidan la oreja para el gobierno.
Sueño, señora Presidenta, con la Política con mayúsculas, cuyo primer mandamiento, como usted anticipó ayer, es conjugar el verbo pactar. Y con un gobierno transparente sin sectarismos. Sé, en fin, que todo cuanto expuso en su discurso de ayer tiene la carta de naturaleza de un compromiso irrenunciable que está en su ADN. Y que no entienda nadie la expresión como metáfora, porque eso lo aprendió usted de su padre, general de Artillería que murió hace unos meses seguro de que, si finalmente el partido la designaba como candidata a la Comunidad de Madrid, sería para usted un servicio más que prestar a la sociedad (otra enseñanza de su padre), porque así es como concibe usted la política.
(Aviso a navegantes: Disfrutando yo ya del júbilo que Rajoy y su programa de salvación de la banca me han ido recortando, conocí personalmente a Cristina Cifuentes, que tuvo la gentileza de invitarme a un almuerzo que celebramos mano a mano en su despacho con su directora de Comunicación, Marisa González, como nexo entre los dos y perfecta organizadora. De aquél encuentro yo salí convencido de que si, como se comentaba ya entonces, Cristina Cifuentes acababa siendo candidata del Partido Popular a la presidencia de la Comunidad de Madrid, el gobierno regional no sería patrimonio ni trampolín de nadie, sino de los madrileños, y tendría una presidenta dedicada al ciento por ciento a su tarea y no a otros cálculos, otros proyectos u otras conspiraciones… Una presidenta del siglo XXI y para el siglo XXI con unos principios irrenunciables, sean o no políticamente correctos y coincidan o no con los que en cada momento convenga estratégicamente a su partido)
Con su discurso, como antes con su impecable campaña electoral, en la que puso tanto empeño como elegancia en sortear zancadillas, ha abierto usted, señora Presidenta, un enorme horizonte en el que los jóvenes, las mujeres y los parados de larga duración tengan oportunidades; en el que la Sanidad y la Educación no tenga que reivindicar con mareas lo que la Constitución garantiza; en el que las becas y la reducción en los importes de las matrículas universitarias acudan a la salvación de muchos cerebros que han tenido que abandonar la Universidad o matricularse por asignaturas en vez de por cursos; en el que los impuestos dejen de ser una asfixia para los más débiles; en el que nos vayamos acercando a la universalidad del cheque guardería; en el que, en fin, se combata el hambre sobre todo de los niños y la mendicidad no negándola o escondiendo a los mendigos, sino con políticas que permitan alimentar a los pequeños y dar refugio a los marginales de la sociedad.
Sé también, señora Presidenta, que el apoyo de Ciudadanos ha permitido su investidura, pero se equivocarían si exhiben como un triunfo del joven partido el espléndido programa que usted expuso en su discurso. Déjeme, señora presidenta, decirle a Alberto Rivera y los suyos que su mérito no ha sido imponer un programa, sino sumarse al que usted tiene. 

viernes, 5 de junio de 2015

Una exigencia que parece una excusa

Empieza a urgir una explicación de Ciudadanos sobre su inflexible actitud en las negociaciones con Cristina Cifuentes para alcanzar un pacto para la presidencia de la Comunidad de Madrid. La inflexibilidad del partido de Alberto Rivera, su expresión de permanente sospecha sobre la fiabilidad de la candidata del Partido Popular o, lo que es peor, sobre su debilidad,  esa especie de órdagos que se van sucediendo sin solución de continuidad dan la impresión de que lo que el presidente de Ciudadanos busca es la excusa que le permita cumplir un compromiso adquirido, que solo puede ser un acuerdo ya alcanzado con la candidatura socialista de Ángel Gabilondo.


Porque si con su trayectoria no fuera suficiente, Cristina Cifuentes viene demostrando que nada tiene que ver con la corrupción que se había instalado poco menos que como sistema de gobierno en la Comunidad de Esperanza Aguirre y sus herederos. Pretender ahora que, como prueba de compromiso, las condiciones que impone Ciudadanos para apoyar a Cifuentes sean firmadas por Esperanza Aguirre suena más a excusa que a desconfianza. De sobra sabe Rivera que la todavía presidenta de los populares madrileños no va a facilitar el camino a la que primero despreció como compañera de ticket electoral y de la que sabe que, después de haber sacado más votos que ella en la ciudad de Madrid, es una sólida candidata a encabezar la refundación y/o la regeneración del Partido Popular.

Ni siquiera haría falta que Esperanza Aguirre firme el compromiso que exige Alberto Rivera. A mi juicio bastaría con que, por fin, la autoproclamada lideresa le preste un servicio a su partido al que, por cierto, debe buena parte de lo que ha sido (lo que es se lo ha ganado a pulso) y presente su dimisión irrevocable y se marche incluso a su casa, sin necesidad siquiera de hacer la “parada” al frente de la oposición en el Ayuntamiento de Madrid. Creo que su partido, los madrileños y Cristina Cifuentes se lo agradecerían.