martes, 2 de julio de 2013

Bretón, ante sí mismo


El doctor García-Andrade, uno de los más brillantes siquiatras forenses que he conocido, me contaba hace años la anécdota de un acusado de homicidio que cuando escuchó la explicación con todo lujo de detalles que un forense estaba dando de cómo se había producido la muerte de la víctima, exclamó algo así como “¿Dónde estaba usted, porque yo no le vi…?”. Tal era la precisión y exactitud con la que el forense había explicado el homicidio que el autor creyó que el médico había sido testigo del mismo. Quiero decir que en muchas ocasiones la prueba pericial es el espejo que recoge lo ocurrido en un delito: desde el desencadenante del mismo hasta su consumación, incluyendo los medios para cometerlo. Dicho de otra manera: el qué, el quién, el cuándo, el cómo e incluso el por qué. Y por eso también la prueba pericial, sobre todo si no es de parte, acaba siendo decisiva en muchos procesos.

En el “Caso Bretón”, en que el procesado ha negado los hechos desde el primer momento a pesar de los numerosos indicios que le señalan como autor de la desaparición de sus dos hijos sin que ninguno de esos indicios constituya una prueba en el pleno sentido de la palabra, la pericial cobra una dimensión aún mayor. Se ha visto en la sesión de hoy con el testimonio de los psiquiatras y psicólogos, que han explicado la personalidad de José Bretón; con los especialistas del Infoca, que han detallado el combustible utilizado por el acusado para encender la hoguera en la que podría haber incinerado a sus hijos; con el de los médicos que han explicado los efectos mortales que podría tener en dos niños de 2 y 6 años la ingestión de los tranquilizantes Orfidán y Motiván, recetados a Bretón por un psiquiatra días antes de los hechos; o, en fin, con la falta de acuerdo entre los expertos que analizaron los imágenes de cámaras de seguridad que, según uno, demostrarían que los niños no iban en el.coche cuando Bretón se dirigía al parque en el que asegura que se le perdieron, mientras que otro perito niega que de las imágenes pueda deducirse esto.

Pero en cualquier caso, hoy Bretón se ha encontrado ante sí mismo, ante el José Bretón de aquel domingo de octubre. En la pericial de psiquiatras y psicólogos se ha dado de bruces con esa persona rígida, metódica, ordenada, sin trastorno alguno de la personalidad, narcisista, celoso, dependiente, con excesiva sensibilidad a los contratiempos, incapaz de perdonar y de tolerar que lo abandonen, como decidió hacer Ruth, su esposa; obsesivo, reservado, acaparador, excesivamente rígido, con esa conducta restringida al hogar familiar, donde impone normas a los niños y a su mujer, de las que no pueden salirse ni un ápice; menos inteligente de lo que se reflejó en el test de inteligencia, desesperado cuando Ruth le comunica que lo abandona, pero con una gran capacidad de control sobre sus emociones.


Y en la pericial sobre la hoguera, Bretón se ha dado de bruces con el horno crematorio por él preparado en el que todos sospechan que incineró a sus hijos, con un fuego para el que utilizó 250 kilos de leña y 80 litros de gasoil, lo que provocó una temperatura superior a los 1.000 grados y una columna de humo de casi 400 metros de altura. Como se comprenderá, esa hoguera, convertida en un auténtico horno al que sumó la mesa metálica que seguía allí la noche de aquel domingo no se enciende para quemar unos papeles y algunas cosas de Ruth, como Bretón declaró en su momento. Es decir, la prueba pericial se ha convertido en prueba de cargo.

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