El doctor García-Andrade, uno de los más brillantes siquiatras forenses que he conocido, me contaba hace años la anécdota de un acusado de homicidio que cuando escuchó la explicación con todo lujo de detalles que un forense estaba dando de cómo se había producido la muerte de la víctima, exclamó algo así como “¿Dónde estaba usted, porque yo no le vi…?”. Tal era la precisión y exactitud con la que el forense había explicado el homicidio que el autor creyó que el médico había sido testigo del mismo. Quiero decir que en muchas ocasiones la prueba pericial es el espejo que recoge lo ocurrido en un delito: desde el desencadenante del mismo hasta su consumación, incluyendo los medios para cometerlo. Dicho de otra manera: el qué, el quién, el cuándo, el cómo e incluso el por qué. Y por eso también la prueba pericial, sobre todo si no es de parte, acaba siendo decisiva en muchos procesos.
En el “Caso Bretón”, en que el procesado ha negado los
hechos desde el primer momento a pesar de los numerosos indicios que le señalan
como autor de la desaparición de sus dos hijos sin que ninguno de esos indicios
constituya una prueba en el pleno sentido de la palabra, la pericial
cobra una dimensión aún mayor. Se ha visto en la sesión de hoy con el
testimonio de los psiquiatras y psicólogos, que han explicado la personalidad
de José Bretón; con los especialistas del Infoca, que han detallado el
combustible utilizado por el acusado para encender la hoguera en la que podría
haber incinerado a sus hijos; con el de los médicos que han explicado los
efectos mortales que podría tener en dos niños de 2 y 6 años la ingestión de los
tranquilizantes Orfidán y Motiván, recetados a Bretón por un psiquiatra días
antes de los hechos; o, en fin, con la falta de acuerdo entre los expertos que
analizaron los imágenes de cámaras de seguridad que, según uno, demostrarían
que los niños no iban en el.coche cuando Bretón se dirigía al parque en el que
asegura que se le perdieron, mientras que otro perito niega que de las imágenes
pueda deducirse esto.
Pero en cualquier caso, hoy Bretón se ha encontrado ante sí
mismo, ante el José Bretón de aquel domingo de octubre. En la pericial de
psiquiatras y psicólogos se ha dado de bruces con esa persona rígida, metódica,
ordenada, sin trastorno alguno de la personalidad, narcisista, celoso,
dependiente, con excesiva sensibilidad a los contratiempos, incapaz de perdonar
y de tolerar que lo abandonen, como decidió hacer Ruth, su esposa; obsesivo,
reservado, acaparador, excesivamente rígido, con esa conducta restringida al
hogar familiar, donde impone normas a los niños y a su mujer, de las que no
pueden salirse ni un ápice; menos inteligente de lo que se reflejó en el test
de inteligencia, desesperado cuando Ruth le comunica que lo abandona, pero con
una gran capacidad de control sobre sus emociones.
Y en la pericial sobre la hoguera, Bretón se ha dado de
bruces con el horno crematorio por él preparado en el que todos sospechan que incineró a sus
hijos, con un fuego para el que utilizó 250 kilos de leña y 80 litros de gasoil, lo
que provocó una temperatura superior a los 1.000 grados y una columna de humo
de casi 400 metros
de altura. Como se comprenderá, esa hoguera, convertida en un auténtico horno al
que sumó la mesa metálica que seguía allí la noche de aquel domingo no se
enciende para quemar unos papeles y algunas cosas de Ruth, como Bretón declaró
en su momento. Es decir, la prueba pericial se ha convertido en prueba de cargo.
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