Cuando solo
había unos pequeños indicios de la crisis económica mundial que se hizo patente
e insoportable a partir de 2008, contaban por los pasillos de Telemadrid la
frase con la que el entonces vicepresidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio
González, respondía a quienes señalaban el déficit de la televisión y radio
públicas a pesar del contrato programa de casi 150 millones que el gobierno
regional entregaba cada año a sus gestores: “¿Millones
de déficit…? ¡Para la Comunidad eso son pins…!”.
A la vista de
su observación y de lo que fuimos sabiendo después, es lógico pensar que el poderoso
vicepresidente de la Comunidad de Madrid coleccionaba pins con los que decorar su vida, que hasta entonces era desde el punto de vista económico acorde
con la de un técnico superior del Ayuntamiento de Madrid venido a más gracias a
su excelente relación con Esperanza Aguirre, que había llegado a la Casa de la
Villa como concejala en la oposición tras las elecciones locales de 1983. Cuando
José María Aznar ganó las elecciones generales y nombró a Esperanza Aguirre
primero ministra de Educación y luego presidenta del Senado, Ignacio González
fue escalando puestos políticos a la sombra de la lideresa, que se lo llevó de
número dos en las elecciones del “tamayazo”,
con lo que, acabado el proceso y después de la victoria por mayoría absoluta de
Aguirre en el proceso electoral que hubo que repetir, fue nombrado
vicepresidente del gobierno regional, puesto que compatibilizó, entre otros,
con la presidencia del Canal de Isabel II y la vicepresidencia del Comité
Ejecutivo de Ifema, además del mando en
plaza desde el Consejo Taurino, pasando por las numerosas empresas públicas
de la Comunidad, como la Telemadrid de sus pins y la patronal madrileña,
presidida por el espeso Arturo
Fernández, al que no por casualidad calificaban de “ministro sin cartera” del gobierno regional de Madrid y que nombró
a Lourdes Cavero, esposa de Ignacio González, adjunta a la presidencia de Ceim,
naturalmente con un importante salario.
Poco a poco,
el vicepresidente iba coleccionando pins.
Conforme llegaba a los cargos las solapas de sus chaquetas se llenaban de
singulares pins…, alguno de los
cuales fue a buscarlo seguramente a Cartagena de Indias, en Colombia, escenario
de un nunca aclarado episodio de espionaje, del que hay imágenes de todo un
presidente del gobierno regional de Madrid con unas bolsas de plástico de El
Corte Inglés con aspecto de contener no precisamente lo que conocemos como
paquetes-regalo. Otros pins los
obtenía en enfrentamientos con Alfredo Prada, empeñado éste en el megalómano
proyecto de la Ciudad de la Justicia, con lo que a González no le resultó
difícil laminarlo literalmente, y con Francisco
Granados, que también perdió el pulso cuando todos creían en la integridad del luego
descubierto cabecilla de la Púnica,
uno de los mayores casos de corrupción en la historia de la democracia
española.
Pero ningún pin como el que se colocó en las solapas
de su traje más preciado: un dúplex de lujo de 500 metros cuadrados y piscina
privada en una de las urbanizaciones más lujosas de la Costa del Sol. No era,
claro, una adquisición, porque su
destreza en las inversiones combinada con sus limitados ingresos no daban aún
para la adquisición de semejante propiedad, sino que fue un alquiler que
podríamos calificar de favor o quizás
de influencia, aprovechando su puesto
de vicepresidente de la Comunidad madrileña. Sea como fuera, la realidad es que
el pobre vicepresidente, cuyo salario
era de algo más de 80.000 euros líquidos al año, al que obviamente habría que
sumar el de su esposa, solo pagaba 2.000 euros al mes por esos 500 metros
cuadrados de lujazo en la Costa del
Sol. Pin a pin, Ignacio y su esposa acabaron comprando el dúplex –es de suponer que desesperado el casero
ante la escasa rentabilidad de su propiedad- en 770.000 euros, al parecer abonados
con hipoteca, ahorros y alguien filtró que también una supuesta
indemnización de su mujer en un puesto que abandonó voluntariamente en la
patronal española del sector eléctrico, a pesar de todo lo cual la adquisición
de este pin de Ignacio González, siendo
ya presidente del gobierno regional, es objeto de investigación de la Fiscalía
Anticorrupción, porque alquiler y compraventa están relacionados con paraísos
fiscales y testaferro californiano y coincide en el tiempo con algún pelotazo
urbanístico en el área metropolitana de Madrid.
Es verdad también
que ya para entonces, Ignacio González, habilidoso buscador de pins, se había hecho con otro de los que
se han dado en llamar “casoplón”, en
Aravaca, uno de los distritos residenciales de Madrid, en el que vivía en un
piso de algo menos de 200 metros cuadrados. Pero encontró el pin de una vivienda unifamiliar con
jardín y piscina privada, de casi 500 metros cuadrados construidos y escriturada
por algo más de un millón de euros, aunque en los tiempos de su adquisición el
precio de tasación fuera algo superior. Obviamente, de la limpieza de la
residencia de los González-Cavero y de la atención al matrimonio y sus tres
hijas, se ocupa el servicio, compuesto por dos personas.
También el ex
presidente madrileño encontró y pagó puntualmente con pins los estudios de su hija mayor en el selecto Cunef (Colegio
Universitario de Estudios Financieros), que luego completó en Estados Unidos;
los de su hija mediana, en el Ceu San Pablo; y los de su hija pequeña, también
en centro privado.
Hay otros pins del Ignacio González vicepresidente
o presidente de la Comunidad, como es el abono a la temporada de ópera en el
Real o la feria taurina de San Isidro en el coso de Las Ventas. Y alguno más
anecdótico, pero significativo de la voracidad de pins que tiene: uno de los asistentes a una cena de cumpleaños que
celebró en el “casoplón” en el que
vive le regaló una pieza escultórica de algunos centenares de euros. Al día
siguiente, domingo, el propio Ignacio González se presentó en la tienda con la
escultura para cambiarla por un… ¡cheque regalo!.