jueves, 10 de marzo de 2016

Orgullo de paciente



Hace no menos de siete años que comencé a conocer las excelencias de la Fundación Jiménez Díaz, esa vieja vecina de la Moncloa de mi infancia y adolescencia, a la que llamábamos “la concha” (Clínica de la Concepción), cuando nuestros juegos se reducían  a escalar ladrillos apilados con los que se cauterizaban las heridas que una incivil guerra había abierto en la colindante Universitaria, la zona más próxima al imposible “¡no pasarán!”. Fundada por el profesor Jiménez Díaz, concebida como clínica universitaria, dedicada a  tres campos fundamentales de las ciencias biomédicas (asistencia clínica, investigación y docencia), en la década de los noventa del pasado siglo fue atravesada por una tremenda crisis que amenazaba con su desaparición si no se encontraba a alguien con el valor y la imaginación necesarios como para sacar de la quiebra a la vieja “concha”. El peso de su propia historia, en la que se incluyen médic@s, enfermer@s y personal administrativo y auxiliar, fue decisivo para que ya en los comienzos de siglo acudiera al rescate una multinacional que firmó con la Comunidad de Madrid un acuerdo que, entre otras cosas, contemplaba la modernización del centro sanitario. Y ahí tenéis a la Fundación como hospital de referencia de la sanidad pública, como hospital universitario, que incluye escuela de enfermería, como centro de investigación y también como el mejor hospital de España, según el Índice de Excelencia Hospitalaria elaborado por el Instituto Coordenadas de Gobernanza y Economía Aplicada. Y es que la multinacional y también la Comunidad de Madrid añadieron algo a las condiciones del acuerdo: dejar la gestión en manos de los profesionales.

Diez años después, cuando uno siente el orgullo de ser paciente de un centro hospitalario modélico, recuerdo en mitad de la bruma de la memoria la frase de un compañero de juventud, que estudiaba Medicina, y que un día me dijo: “¿Sabes lo que es un médico?: Un proyecto de hospital”. Recorro ahora las dependencias de la Fundación Jiménez Díaz (honor sea dado al fundador, ya que solo queda de la Concepción el recuerdo y el nombre en la fachada principal) y comprendo la verdadera dimensión de la definición de mi viejo amigo.  En estos siete años de asistencias médicas en la Fundación he podido comprobarlo: en cada consulta, en cada revisión, en cada prueba diagnóstica podía verse el desarrollo de un proyecto. Ahí está el Servicio de Urgencias, que ha ido transformándose hasta convertirse en una de las “joyas de la corona”, con la firma, la vocación y la dedicación del doctor Blanco García, al que es fácil ver a “pie de obra” y que ha convertido el que por lógica tiene que ser el mayor centro de tensión de cualquier complejo hospitalario en una especie de “mar de la tranquilidad”, que forma parte del tratamiento del enfermo que acude alarmado por la alteración de su estado de salud. Al verlo se entiende que haya recibido el sello específico de la Fundación Ad Qualitatem, un distintivo por el que se reconocen los más elevados y exigentes estándares de calidad asistencial en Urgencias.


Podría reproducir de memoria el nombre de cada uno de los profesionales que me han atendido a lo largo de estos siete años. Para todos tengo palabras de agradecimiento, sin olvidar enfermeras (incluidas  las“conchitas”, procedentes de la admirada Escuela de Enfermería de la Fundación) y auxiliares. Pero déjenme señalar al doctor Villar Álvarez como gran referencia, no solo porque es ese profesional que cada uno tiene como “mi médico”,cuyo diagnóstico y cuya palabra son ley; es el “médico mío” en el sentido más posesivo de la expresión, y también en el sentido más excluyente porque todos los demás son el “especialista”, el “doctor tal o cual”, pero “mi médico” es único, es nuestro médico de cabecera, nuestro especialista en la enfermedad crónica que tenemos, nuestro confesor, nuestro psicólogo, nuestro consejero y nuestro amigo.
Me lo presentó y me lo recomendó la doctora Diana Sánchez Mellado, también neumóloga, una especie de torbellino de conocimientos, dedicación y simpatía, integrada ella en otro novedoso proyecto, la Unidad de Cuidados Intermedios Respiratorios, que trata de ralentizar el inevitable avance de los procesos crónicos.
Desde que intercambiamos las primeras palabras me di cuenta de que el doctor Villar era más que un proyecto de hospital; más bien me pareció y sigue pareciéndome dedicado en cuerpo y alma a ejecutar su proyecto de hospital. Cada cita con él es poco menos que una sesión clínica de la que forman parte otros médicos –probablemente residentes-, que no pierden palabra ni gesto de quien está revestido de la auctoritas (en el sentido romano de la palabra: legitimación socialmente reconocida que procede de un saber y que ostenta la persona o institución con capacidad moral para emitir una opinión cualificada sobre una decisión).
Debe rondar los cuarenta años y su tesis doctoral obtuvo la calificación de sobresaliente cum laude por unanimidad y mereció el Premio a la mejor Tesis Doctoral en Neumología y Cirugía Torácica de la Sociedad Madrileña Neumomadrid. Editor y autor de libros e incansable articulista en revistas científicas, jamás deja sin respuesta una pregunta que le hagas por elemental o absurda que sea, que suele acompañar de un dibujo para que despejes cualquier duda que te asalte. Los fines de semana son para él fines de semana en el hospital, ya sea acudiendo al mismo o telefoneando al servicio de enfermería para pedir los detalles de cada uno de sus pacientes ingresados. Desde luego, no es ajeno al premio Best in Class (BiC) a la excelencia a la atención al paciente que ha recibido el servicio de Neumología (por cierto, como otros cuatro de la Fundación), concedido por la Gaceta Médica y la Cátedra de Innovación y Gestión Sanitaria de la Universidad Rey Juan Carlos, que distinguen a las mejores unidades y servicios de la sanidad española, así como a sus profesionales. Como dijo al recoger el premio el máximo responsable de Neumología, doctor Nicolás González Mangado, “nuestro servicio tiene dos características principales: es equilibrado y busca la excelencia en todas sus secciones y unidades”.
Por esos territorios anda de sol a sol el doctor Villar Álvarez. Te lo puedes encontrar rodeado de discípulos en un despacho del servicio o pasando consulta y dialogando hasta el límite con el paciente o en comitiva seguido por residentes en su visita a los hospitalizados o preparando una ponencia para algún curso o congreso o, en fin, investigando con su participación en ensayos clínicos. En definitiva, realizando el proyecto de hospital que él es en sí mismo.
Recuerdo su entusiasmo cuando la Unidad de Cuidados Crónicos Respiratorios Ambulatorios (Uccra), otra exitosa iniciativa en la que él participa, fue galardonada con el Premio al Mejor Proyecto de Mejora de la Calidad Asistencial por la Asociación Madrileña de Calidad Asistencial (Amca). Las manos y los ojos formaban parte, al igual que sus palabras, de la descripción de un proyecto que, como señalaba Amca, mejora la seguridad y la calidad asistencial del paciente, lo que redunda en una mejora de los cuidados y de la salud: “¿Sabes –me preguntaba- lo que supone  para un paciente de Epoc tener  durante un mes  asistencia domiciliaria de enfermería, un hospital de día de apoyo y una consulta de Neumología de mañana y tarde? Fíjate que solo en los primeros cuatro meses del servicio se han reducido en un 30 por 100 los reingresos por agudización de los síntomas en pacientes con enfermedad pulmonar obstructiva crónica". Y seguía extendiéndose en explicaciones para que entendiera el principal objetivo  de la unidad, que es“reducir el reingreso de pacientes frágiles con Epoc, ya que así conseguiremos mejorar la calidad de vida y la supervivencia global de los pacientes (sagrado objetivo de los médicos), además del control de las enfermedades crónicas y sus comorbilidades”.
Ahora, cuando acudo a “la concha”, mi vieja vecina de Moncloa de juegos infantiles y de adolescencia, y me abro paso por la bruma de la memoria y por la historia de la Fundación Jiménez Díaz, me atrevo a pensar que, con toda seguridad, el profesor que proyectó este complejo hospitalario, convertido 75 años después en el mejor de España, sentiría de quienes desde entonces han ido tomando su testigo el orgullo que siento yo como paciente del mismo y de uno de los continuadores de su creación, el doctor Villar Álvarez.









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