En medio del griterío de la brunete mediática, que se lava la conciencia a base de eructos
contra el fallo del Tribunal de Estrasburgo declarando ilegal la doctrina Parot, hemos asistido a la que
me van a permitir que llame “doctrina Bandrés”, la expresada por
ese tan buen vasco como buen jurista y buen demócrata (en la foto, bajo estas
líneas), que hace muchos años, cuando el silencio de las pistolas de los
asesinos de ETA era una quimera, dijo aquello de “llegará un día en que la sociedad tendrá que ser muy generosa para
encontrarse en la calle con el asesino de su padre o de su marido o de su
hijo…”
Si Juan Mari Bandrés viviera, seguro que hubiera tenido un
hueco en dos actos celebrados en las últimas horas en Euskadi: por un lado, el
abrazo de la viuda del sargento de la Ertzaintza
Joseba Goikoetxea, asesinado por ETA hace veinte años, con
dos etarras arrepentidos de la llamada vía
Nanclares, Carmen Gisasola y Andoni Altza, este último detenido en su día
precisamente por Goikoetxea, y puestos ambos en libertad antes de la decisión
del Tribunal de Estrasburgo; por otro lado, el acto celebrado en Vitoria por la
“Fundación Buesa”, que unió en la misma mesa a Iñaki Arrizabalaga,
hijo de otra víctima de ETA; el periodista Gorka Landaburu, que sufrió graves
lesiones en un mano con un paquete bomba remitido por la banda terrorista, y el
arrepentido Iñaki Rekarte, autor, entre otros, de la colocación de un coche
bomba en Santander, que produjo tres muertos y decenas de heridos, y que acaba
de salir de prisión gracias al fallo del Tribunal de Estrasburgo. Reveladoras
sus palabras de descalificación de quienes se niegan a pedir perdón por los
crímenes cometidos: “¿Matas a alguien y
te cuesta pedir perdón? Es hora de olvidar la política y hacer las cosas de ser
humano a ser humano”.
En el acto celebrado en el aniversario del asesinato del
sargento, en la Plaza
de la Convivencia ,
de Bilbao, también estuvieron presentes, entre otros, la hija del doctor
Brouard, militante de Herri Batasuna asesinado por los GAL, y una hermana de José
Ignacio Zabala, uno de los dos etarras secuestrados, torturados y enterrados
con cal por cuyos hechos fue procesado y condenado el general de la Guardia Civil Enrique Rodríguez Galindo. Y también
acudieron familiares del diputado abertzale Josu Muguruza, asesinado por disparos
de la extrema derecha en un hotel de la madrileña calle Alcalá, que estaban
codo con codo con los familiares de Francisco Javier Gómez Elósegui, psicólogo
de la prisión de Martutene, asesinado por ETA; la viuda de otro ertzaina víctima igualmente de la banda
terrorista y un hermano del etarra Txiki Paredes Manot, uno de los cinco
últimos fusilados en nuestro país apenas dos meses antes de la muerte del dictador,
aquél maldito 27 de septiembre de 1975, que Luis Eduardo Aute narra en su
inolvidable “Al Alba…”.
Escribí al comienzo que con su griterío la brunete mediática lava su conciencia, incapaz de reconocer que
la llamada Doctrina Parot violaba un
principio inamovible de la justicia, el de la no retroactividad de las leyes,
e incapaz también de explicar que los sucesivos gobiernos y
mayorías parlamentarias no modificaron el Código Penal para que,
a partir de su aprobación, los autores de crímenes tan horribles como los de
los etarras –estén o no arrepentidos- cumplieran la totalidad de los 40 años de
prisión. Su griterío, en fin, les incapacita incluso para transmitir el mensaje
inequívoco de que, sin la doctrina Parot,
los etarras condenados hubieran salido de prisión uno a uno y no todos a la
vez, como está ocurriendo ahora, con la consiguiente alarma social creada no
solo por ellos, sino también por el griterío de la brunete mediática, que no puede entender (o acaso no les convenga
hacerlo) que, al final, Juan Mari Bandrés llevaba razón al anticipar lo que yo llamo su doctrina. Porque, efectivamente, la sociedad representada ayer en la Plaza de la Convivencia de Bilbao y en la Fundación Buesa de Vitoria mostró una gran generosidad.