lunes, 8 de julio de 2013

A Bretón no le cree ni su abogado


Es la hora del jurado popular, que ha de dar respuesta a las 22 preguntas planteadas por el magistrado presidente del tribunal para fundamentar así su veredicto de culpabilidad o de inocencia.

Pero la última sesión del juicio, la de los informes de las partes (ministerio público, acusación particular y defensa) y la de la última palabra del procesado, ha deparado la relativa sorpresa de comprobar que ni siquiera su abogado defensor cree a Bretón. Solo así puede entenderse la excéntrica hipótesis que el letrado ha transmitido al jurado de que su defendido “pudo haber drogado a sus hijos con tranquilizantes pero luego los habría entregado a una tercera persona en la autovía…”  Si además el letrado se ha empeñado en mantener que los huesos hallados en la hoguera fueron los que la perito de la policía identificó como de animales, pero que luego fueron cambiados por restos humanos y entregados al antropólogo Etxebarría y los demás peritos, que los señalaron como pertenecientes a niños de dos y seis años –las edades de los hijos desaparecidos de Bretón-, todo ello configura el informe de un abogado que no cree la versión de su cliente, prescindiendo de lo que éste le haya confesado, que forma parte del secreto profesional, y del sagrado derecho que todo procesado tiene a su defensa.

Aun con todo ello, no tengo más remedio que hacerme eco de la falta de sensibilidad del abogado defensor, incluso el mal gusto y desde luego la inoportunidad, porque poco añade a la defensa de su representado, de un par de frases de su informe: “Tiene el mismo valor probatorio decir que los niños fueron adormecidos previamente por la ingesta de tranquilizantes que pensar que murieron como consecuencia de un "golpe de calor" sufrido mientras dormían la siesta en el coche bajo un chamizo en la parcela familiar”, dijo el abogado. Y en otra parte de su informe dijo que  "un niño, por muy dormido que esté, se le pone encima de una candela de estas características y llegan los gritos a Sevilla". Para colmo, terminó con un lugar común en el Derecho Penal: “Mejor mil culpables en la calle que un inocente en la cárcel”. Lo tenía difícil el letrado Sánchez de Puerta, pero a mí me ha decepcionado su informe final.

Menos sorpresas nos ha deparado la “ultima palabra” de Bretón, que ha vuelto a hacer un alarde de cinismo. Ha elegido una de las tres posibilidades que tenía: el silencio, el reconocimiento de la autoría de los hechos o la mentira. Fiel a así mismo ha optado por la mentira, que no cree ni su propio abogado.



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