Es la hora del jurado popular, que
ha de dar respuesta a las 22 preguntas planteadas por el magistrado presidente
del tribunal para fundamentar así su veredicto de culpabilidad o de inocencia.
Pero la última sesión del juicio,
la de los informes de las partes (ministerio público, acusación particular y
defensa) y la de la última palabra del procesado, ha deparado la relativa
sorpresa de comprobar que ni siquiera su abogado defensor cree a Bretón. Solo
así puede entenderse la excéntrica hipótesis que el letrado ha transmitido al
jurado de que su defendido “pudo haber
drogado a sus hijos con tranquilizantes pero luego los habría entregado a una
tercera persona en la autovía…” Si
además el letrado se ha empeñado en mantener que los huesos hallados en la hoguera
fueron los que la perito de la policía identificó como de animales, pero que luego
fueron cambiados por restos humanos y entregados al antropólogo Etxebarría y
los demás peritos, que los señalaron como pertenecientes a niños de dos y seis
años –las edades de los hijos desaparecidos de Bretón-, todo ello configura el
informe de un abogado que no cree la versión de su cliente, prescindiendo de lo
que éste le haya confesado, que forma parte del secreto profesional, y del
sagrado derecho que todo procesado tiene a su defensa.
Aun con todo ello, no tengo más
remedio que hacerme eco de la falta de sensibilidad del abogado defensor, incluso
el mal gusto y desde luego la inoportunidad, porque poco añade a la defensa de
su representado, de un par de frases de su informe: “Tiene el mismo valor probatorio decir que los niños fueron
adormecidos previamente por la ingesta de tranquilizantes que pensar que
murieron como consecuencia de un "golpe de calor" sufrido mientras dormían la siesta en el
coche bajo un chamizo en la parcela familiar”, dijo el abogado. Y en otra
parte de su informe dijo que "un niño, por muy dormido que esté, se le
pone encima de una candela de estas características y llegan los gritos a Sevilla". Para colmo, terminó con un lugar
común en el Derecho Penal: “Mejor mil
culpables en la calle que un inocente en la cárcel”. Lo tenía difícil el
letrado Sánchez de Puerta, pero a mí me ha decepcionado su informe final.
Menos sorpresas nos ha deparado la
“ultima palabra” de Bretón, que ha
vuelto a hacer un alarde de cinismo. Ha elegido una de las tres posibilidades
que tenía: el silencio, el reconocimiento de la autoría de los hechos o la
mentira. Fiel a así mismo ha optado por la mentira, que no cree ni su propio
abogado.
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