Si es verdad que no hay crimen perfecto sino investigación
deficiente, no es menos cierto que una investigación perfecta resuelve en poco
tiempo cualquier crimen, y desde luego el de Bretón está bastante alejado del
crimen perfecto. El testimonio de los policías –desde los que acudieron ante la
denuncia telefónica de Bretón hasta el comisario-jefe de la UDEV (Unidad de Delincuencia
Especializada y Violenta)- que han declarado hoy en el juicio que sienta en el
banquillo al padre de Ruth y José configura una investigación perfecta, hasta
el punto de que pasadas apenas unas horas desde la desaparición, los policías ya tenían tres conclusiones: 1. Los niños
nunca llegaron al parque donde su padre dice que los perdió. .2. La clave de su
desaparición estaba en la finca “Las Quemadillas”, a la que los llevó su padre pero de la
que nunca salieron. Y 3. En consecuencia, José Bretón es el responsable de la
desaparición de sus hijos.
Se me dirá que en la investigación que yo califico de
perfecta se produjo el terrible fallo de los huesos encontrados en los restos
de la hoguera que Bretón preparó, que una forense de Policía Científica
certificó que eran de animales, cuando meses después quedó acreditado que se
trataban de huesos de dos niños de dos y seis años, las edades de los hijos del
hoy acusado de haberlos asesinado. Pero aún con ese fallo pericial, la
investigación fue perfecta. Hasta el punto de que, con toda probabilidad, si
nunca hubieran sido identificados los huesos de la hoguera, José Bretón hubiera
podido ser condenado por el secuestro de sus hijos (puesto que no los reintegró
al hogar materno pasado el fin de semana que le correspondía por el acuerdo
entre ambos cónyuges) sin haber dado razón de su paradero.
Quiero decir que ha sido la perfecta investigación, con una
minuciosidad de orfebrería policial, la que ha cerrado el círculo sobre la
responsabilidad de Bretón en los hechos, cuya calificación corresponde ahora al
jurado. La reconstrucción de lo realizado por el procesado y sus hijos aquél domingo;
el análisis de imágenes de las cámaras, el obsesionante control de minutos y
segundos pasados, la irreprochable inspección ocular, el marcaje del
policía-sombra que secó literalmente al hoy procesado durante las 200 horas
que disfrutó de libertad desde que denunció la desaparición de sus hijos, la
identificación de todas las llamadas telefónicas realizadas por Bretón y el
lugar desde el que las hizo, hasta el detalle de la comprobación de que donde aseguró que había aparcado era imposible abrir la puerta trasera del
coche por la que afirmaba que habían salido los niños… Súmese a todo ello la
intuición policial, que también existe, y desde luego la puesta a disposición
de la policía judicial de cuantos medios se necesitaban para aclarar el
espantoso crimen, y se tendrá la investigación perfecta que hace imposible el
crimen perfecto.
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