martes, 25 de junio de 2013

Investigación perfecta

Si es verdad que no hay crimen perfecto sino investigación deficiente, no es menos cierto que una investigación perfecta resuelve en poco tiempo cualquier crimen, y desde luego el de Bretón está bastante alejado del crimen perfecto. El testimonio de los policías –desde los que acudieron ante la denuncia telefónica de Bretón hasta el comisario-jefe de la UDEV (Unidad de Delincuencia Especializada y Violenta)- que han declarado hoy en el juicio que sienta en el banquillo al padre de Ruth y José configura una investigación perfecta, hasta el punto de que pasadas apenas unas horas desde la desaparición, los policías ya tenían tres conclusiones: 1. Los niños nunca llegaron al parque donde su padre dice que los perdió. .2. La clave de su desaparición estaba en la finca “Las Quemadillas”, a la que los llevó su padre pero de la que nunca salieron. Y 3. En consecuencia, José Bretón es el responsable de la desaparición de sus hijos.



Se me dirá que en la investigación que yo califico de perfecta se produjo el terrible fallo de los huesos encontrados en los restos de la hoguera que Bretón preparó, que una forense de Policía Científica certificó que eran de animales, cuando meses después quedó acreditado que se trataban de huesos de dos niños de dos y seis años, las edades de los hijos del hoy acusado de haberlos asesinado. Pero aún con ese fallo pericial, la investigación fue perfecta. Hasta el punto de que, con toda probabilidad, si nunca hubieran sido identificados los huesos de la hoguera, José Bretón hubiera podido ser condenado por el secuestro de sus hijos (puesto que no los reintegró al hogar materno pasado el fin de semana que le correspondía por el acuerdo entre ambos cónyuges) sin haber dado razón de su paradero.

Quiero decir que ha sido la perfecta investigación, con una minuciosidad de orfebrería policial, la que ha cerrado el círculo sobre la responsabilidad de Bretón en los hechos, cuya calificación corresponde ahora al jurado. La reconstrucción de lo realizado por el procesado y sus hijos aquél domingo; el análisis de imágenes de las cámaras, el obsesionante control de minutos y segundos pasados, la irreprochable inspección ocular, el marcaje del policía-sombra que secó literalmente al hoy procesado durante las 200 horas que disfrutó de libertad desde que denunció la desaparición de sus hijos, la identificación de todas las llamadas telefónicas realizadas por Bretón y el lugar desde el que las hizo, hasta el detalle de la comprobación de que donde aseguró que había aparcado era imposible abrir la puerta trasera del coche por la que afirmaba que habían salido los niños… Súmese a todo ello la intuición policial, que también existe, y desde luego la puesta a disposición de la policía judicial de cuantos medios se necesitaban para aclarar el espantoso crimen, y se tendrá la investigación perfecta que hace imposible el crimen perfecto.



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