Si la primera semana de sesiones del juicio oral que sienta
en el banquillo a José Bretón fue la del cerco de la verdad a la fantasía del
propio procesado, los comienzos de esta segunda nos desvelan a un acusado en el
que sus dotes interpretativas dejan mucho que desear. Algo de esto vimos
también la pasada semana, en que pretendía amenazar y amedrentar con su mirada
a los testigos, como si fuera un chulo de barrio; o con su medido autocontrol
postural, incluyendo el escaso pestañeo; y, sobre todo, con el improvisado
sollozo cuando hablaba de cómo su hijo corría a sus brazos cuando salía de la
guardería, que no hubiera pasado ni la primera prueba para una plaza de meritorio en una de las antiguas compañías de
cómicos de la legua. Aquél sollozo no produjo ni una lágrima y fue poco más que
una inflexión o un cambio de tono de la voz.
La sesión de hoy nos ha descubierto a un pésimo actor,
además de un frío asesino, que eso quedó al descubierto hace mucho tiempo…
Cualquier coartada que hubiera preparado José Bretón –y fueron muchas, por
cierto a cual más torpe- se habría dado de bruces con la pobre interpretación
que hizo de un padre que acaba de perder a sus dos hijos, de dos y seis años,
en un parque de Córdoba. El desfile de testigos de hoy, todos ellos presentes
aquella tarde en el parque donde el procesado dijo que había perdido a los
niños, es un mentís más al relato que Bretón construyó desde que su esposa le
anunció el divorcio y él decidió la más terrible venganza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario