jueves, 20 de junio de 2013

El relato de la verdad

En el proceso penal hay, al menos, dos relatos de los hechos, el del acusado y el de quienes acusan (el ministerio público y quien o quienes defienden los derechos de los perjudicados), a los que hay que añadir un tercero: el contenido en el resultando de hechos probados de la sentencia y que es, obviamente, el que contiene la única verdad jurídica.

En la primera sesión del juicio oral, José Bretón hizo su relato de los hechos, esa especie de fantasía que creyó imbatible y que, conforme va desvelando el desarrollo de la vista, tenía demasiados fallos como para convertirse en una coartada sin respuesta posible.

Así que si el miércoles empezó a deshacerse el relato de Bretón como un azucarillo en agua con el testimonio de su ex esposa y la familia de ésta, que presentaron un individuo que nada tiene que ver con la imagen que él mismo quiso dar ante el jurado que ha de dictar el veredicto, en la sesión de hoy el relato de la verdad ha ido ganando terreno al de la fantasía de Bretón.

Y si el martes el acusado, a pesar de sus estudiados relato y actitud, cayó en contradicciones (el destino de los tranquilizantes, la gran humareda detectada por los servicios regionales contra incendios y la compra masiva del combustible con el que acabaría alimentando el horno crematorio en el que se deshizo de los cuerpos de sus hijos), hoy muy diferentes testigos se han encargado de ganar un terreno para la verdad que empieza a antojárseme insalvable para el relato de la fantasía de Bretón.


El niño que corre al salir de la guardería a los brazos de su padre es el niño atemorizado ante el castigo que nos ha presentado la tutora de la guardería; la compra masiva de combustible que para Bretón era simplemente un procedimiento de ahorro ha acabado siendo sorprendente incluso para los propios expendedores que se lo vendieron por la cantidad y la frecuencia con que fue adquirido; el apesadumbrado padre, amante de sus hijos y cuya voz se quiebra solo al recordarlos, con el cuidado en su relato de situarlos siempre en presente como si la utilización del tiempo del verbo fuera la coartada perfecta, estaba sorprendentemente tranquilo horas después de que Ruth y José hubieran desaparecido como atestigua uno de sus amigos, que le acompañó en esos momentos; el hombre que asegura que sus hijos poco menos que se le escaparon al llegar al parque de Córdoba y, por cierto, donde no fueron grabados por las cámaras que sí recogieron la imagen del propio Bretón, es presentado como tan controlador que cuantos le conocen creen imposible que perdiera a sus niños; el hombre de mirada fría, capaz de amenazar con ella a una de las testigos de hoy, no es otra cosa que un hombre sin escrúpulos y sin sentimientos capaz de intentar ligarse a una ex amiga poco antes de que la policía se disponga a dar cumplimiento a la orden del Juez de Instrucción de esposarlo y conducirle a prisión y mientras media España busca a sus dos hijos que él ha quemado en un artesanal horno crematorio.

La verdad empieza a cercar a la fantasía.



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