Lo de hoy solamente ha sido la primera de las duras pruebas
que le esperan a José Bretón… Faltan todavía la minuciosa reconstrucción de lo
que él hizo relatada por agentes policiales, peritos y testigos; el veredicto
de culpabilidad, la sentencia condenatoria y muchos años de cárcel en los que, en
la soledad de su celda, es más probable que le asalten las tremendas imágenes
de sus dos hijos sin conocimiento o quizás muertos antes de que fueran reducidos
a cenizas en el horno crematorio que preparó y encendió, que no desde luego las
imágenes que hoy ha querido trasladar a los componentes del jurado, incluso con
un teatral sollozo, de un niño corriendo al encuentro de su padre o una niña
pidiéndole agua por las noches…
Como ha dicho María del Reposo Carrero, la letrada que
representa la acusación particular, lo importante no ha sido lo de hoy, el relato
sobradamente conocido que viene haciendo José Bretón, sino las sesiones en que
declararán policías y peritos. Y eso a pesar de los tres primeros indicios de
contradicciones, que empiezan a debilitar ese relato de Bretón: las pastillas
tranquilizantes que le pidió al psiquiatra que hoy ha mantenido que las tiró, cuando
antes dijo que se las había llevado a su casa de Huelva; la gran humareda detectada
por los servicios de Infoca, el servicio andaluz de lucha contra incendios
forestales, coincidiendo en su procedencia, fecha y hora con las que se supone
quemó a sus hijos, y de la que Bretón nunca había hablado, pero que ayer situó
en las proximidades de la finca escenario del doble crimen, pero no aquí; y, en fin, el
hecho de que de las respuestas a las preguntas que hoy le han realizado, se
deduce que faltan o sobran bidones de gas-oil que él compraba con un celo
ahorrador que merecía mejor causa que alimentar el horno crematorio en el que
quemó a sus dos hijos.
Indicios y no pruebas… Pero nadie ha dicho que un veredicto
de culpabilidad y una sentencia condenatoria necesiten pruebas, sobre todo si
la principal –los dos niños- han sido incinerados a unas temperaturas que ni
siquiera permiten encontrar el ADN en los pequeños restos hallados. Recuerdo un
caso –seguro que hay muchos más- en que la desaparición del cadáver no sirvió
de exculpación a los procesados: el de Santiago Corella, “el Nani”, un
delincuente muerto en un interrogatorio policial, y cuyo cadáver fue hecho
desaparecer por los propios agentes. También ellos mantuvieron ante un tribunal
un relato bien diferente que concluía con la fuga del delincuente en el curso
de la reconstrucción del delito por el que había sido detenido. Pero los tres
magistrados que juzgaron a los policías pensaron que existían indicios suficientes para condenar a los procesados, y así fue reflejado en su sentencia condenatoria, que mandó a prisión durante 29 años a tres policías, uno de ellos
Comisario y que luego fue luego confirmada por el Supremo, y rechazado por el
Constitucional el recurso presentado ante este Tribunal.
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