Isidoro Álvarez tenía un
sueño allá por finales del pasado siglo: que El Corte Inglés alcanzara en un
año unas ventas de un billón de pesetas… Pero llegó al euro y hubo que conformarse con los seis mil millones de
euros, que es lo mismo pero que a Isidoro no le sonaban tan bien… Buenos
tiempos aquéllos, antes de la mayor crisis económica que ha habido en el mundo
desde la del 29, y cuyos efectos ha sumado El Corte Inglés a los producidos por
un modelo incapaz de evolucionar para enfrentarse a los nuevos tiempos… a pesar
de que en los últimos años más de uno le ha sugerido al patrón un cambio de política y
sobre todo de estrategias en el que en otros tiempos era llamado gigante de la distribución.
Y es que el modelo estaba
planteado casi a modo de monopolio. Así que el sistema Zara, sin ir más lejos,
era motivo de cierto malestar de Isidoro Álvarez, sobre todo si levantaba sus cuarteles en las proximidades de un
Corte Inglés, que respondía sacándose de la chistera una ignota, insuficiente y
fracasada Sfera para acudir, siempre en desventaja, a una competencia
imposible; y si una francesa como Leroy Merlin le arrebataba a Isidoro unas
cuantas tuercas o tornillos de la sección de ferretería de los grandes
almacenes, allá ordenaba su dedo indiscutido “¡levántese Bricor!”, que estos franceses no tienen ni idea del
mercado español; no digo nada si los gabachos
decidían exportar a España su exitoso modelo de hipermercado (Auchan,
Carrefour…) o un intrépido emprendedor levantino iniciaba una escalada con el
nombre de Mercadona… allá que llamaba Isidoro Álvarez a sus -¡ay!- acomodadas
huestes, instaladas en la autosatisfacción, que iban estrellándose
sistemáticamente, carentes de la cintura necesaria para modificar estrategias y
empeñados en ocupar espacios vacíos en los que, al terminar de construir, ni
siquiera entraba el viento porque los centros iban por delante de la
urbanización; y, en fin, si aparecían
las famosas tiendas de conveniencia, allá estaba Isidoro dando órdenes de
apertura de opencor o supercor o no sé qué exprés que ahora cierran o se transforman discretamente,
para que no nos demos cuenta del fracaso.
Entre tanto el cliente empezaba a dejar de ser
lo que había sido… ¡Claro que la cuenta de resultados exigía el cierre de
Induyco, los talleres de confección de El Corte Inglés, en los que la puntada –unidad de medida en la
especialidad- cuesta varias veces más que en cualquier país de Extremo
Oriente…! Pero el socialmente pacífico cierre de Induyco fue pagado por el
cliente, que a partir de entonces tuvo que abonar –antes no se hacía- eso que se llaman los arreglos de la ropa (el pantalón medio centímetro de más o de
menos, entálleme la chaqueta, las mangas algo más cortas…), que es el
compromiso de actividad que la empresa adquirió con la mayor parte de los
trabajadores que salieron de Induyco, además, obviamente, de todos los
beneficios por la resolución de sus contratos.
De la noche a la mañana,
todo cambiaba. Aquel jefe de trajes de caballero aceptando la devolución de un
pantalón de un piloto de Iberia (habrá
que contar algún día los privilegios que las administraciones y empresas
públicas concedieron siempre a El Corte Inglés) que sabía usado ya se
enfrentaba a la esposa del comandante de vuelo que se lo exigía. Y hasta para
conseguir la preparación de un paquete regalo en Navidad había que hacer una
excursión hasta un rincón de dos plantas más abajo donde una aglomeración
indicaba que ahí te lo harían si… estabas dispuesto a esperar media hora,
porque ya había desaparecido la sana costumbre de que en todas las cajas
personal eventual se esforzara en empaquetar…
…Y llegó la crisis… Tampoco
el gigante de la distribución fue
capaz de preverla. Y le pilló de esa manera… Es decir, con una deuda cercana al
billón de pesetas de aquél sueño de Isidoro ahora convertido en pesadilla (¡en quince años…!) y con una financiera
que reventaba por todas las costuras, pero ya sin induycos que las pudiera coser, porque tampoco la cosa estaba como
para cuatro puntadas. De pronto, El Corte Inglés, en titulares… De pronto, El
Corte Inglés, que en las huelgas generales era todo un símbolo porque era la
única tienda abierta para… que comieran los piquetes, tampoco, como nuestra
economía de la burbuja, volvería a ser lo que fue… ¿O acaso había una burbuja
en El Corte Inglés…? ¿Qué había hecho el heredero apenas quince años después de
la muerte de Don Ramón, el hombre que decía que el secreto era gastar siempre
una peseta menos de las que entran en caja, el que fue personalmente a Italia a
traerse a Emidio Tucci, la marca de confección masculina de más éxito en
nuestro país? Pues haciendo caso omiso a muchos que le aconsejaban, había
iniciado una huída hacia delante que ponía a El Corte Inglés… en manos de los bancos…
Hay que preguntar de nuevo: ¿Recordáis Galerías Preciados?
E hicieron falta tropecientos bancos para los casi 6.000
millones con los que enjugar la deuda… Y con la exigencia de poner sobre la
mesa los edificios más preciados del patrimonio inmobiliario del en otro tiempo
gigante de la distribución… Y, al
final, el Santander del sabio Botín se alzó con el santo y la limosna. El genio
cántabro lo tenía tan claro que se fijó en la financiera de El Corte Inglés,
que atesora nada menos que el 42% del crédito al consumo de nuestro país (de
hecho, el 60 por 100 de las ventas de El Corte Inglés son pagadas con su famosa
tarjeta verde). Quería convertir Botín a su Santander Consumer Finance en líder
mundial del sector, lo que ha conseguido con la compra del 51 por ciento de la
financiera de El Corte Inglés, naturalmente con mando en plaza.
Y ahora resulta que, cuando
no ha pasado un año del nombramiento de un director general, Isidoro Álvarez,
que acabará vendiendo crecepelo (de
hecho El Corte Inglés ya anuncia trasplantes de pelo), se ha buscado un asesor
de lujo en la persona de Manuel Pizarro, que ha abandonado la presidencia del
prestigioso despacho jurídico en el que trabajaba, lo que quiere decir que, en
efecto, está dispuesto a que su asesoramiento no tenga el mismo destino que
hasta ahora tuvieron las opiniones de quienes, sin grandes alardes, es verdad,
porque el salario merece la pena y no conviene llevar la contraria al patrón,
le decían a Isidoro Álvarez que había que rectificar. Es decir, hay que profesionalizar
la gestión (por los resultados es verdad que parece que ha estado en manos de
aficionados), rejuvenecer el consejo de administración y sacar a bolsa un
porcentaje de la empresa para, primero, saber lo que vale, y segundo y sobre
todo, distanciarse del Santander.
Durante mi vida activa como
periodista, fui invitado en muchas ocasiones a la inauguración de los centros
de El Corte Inglés, en los que siempre me llamaron la atención varias cosas: la
velocidad con la que los miles de invitados acababan con los jamones ibéricos, que
era uno de los platos preferidos del abundante cóctel que ponía fin a los actos
oficiales; la ramplonería del discurso que pronunciaba Isidoro Álvarez, impropio
de lo que se le paga al amanuense que se los escribe; y el momento en el que el
mismo Isidoro Álvarez, como si fuera el Dulcamara de “L’elisir d’amore”, introduciría
la frase que nunca faltaba “y si no queda satisfecho le devolvemos su
dinero” (incluso había apuestas sobre ello). Ahora urge el cambio,
amanuense: “Si no queda satisfecho, reclame a Botín…”
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