miércoles, 13 de agosto de 2014

La crisis llegó a El Corte Inglés (3): …y si no queda satisfecho, reclame a Botín

Isidoro Álvarez tenía un sueño allá por finales del pasado siglo: que El Corte Inglés alcanzara en un año unas ventas de un billón de pesetas… Pero llegó al euro y hubo que conformarse con los seis mil millones de euros, que es lo mismo pero que a Isidoro no le sonaban tan bien… Buenos tiempos aquéllos, antes de la mayor crisis económica que ha habido en el mundo desde la del 29, y cuyos efectos ha sumado El Corte Inglés a los producidos por un modelo incapaz de evolucionar para enfrentarse a los nuevos tiempos… a pesar de que en los últimos años más de uno le ha sugerido al patrón un cambio de política y sobre todo de estrategias en el que en otros tiempos era llamado gigante de la distribución.
Y es que el modelo estaba planteado casi a modo de monopolio. Así que el sistema Zara, sin ir más lejos, era motivo de cierto malestar de Isidoro Álvarez, sobre todo si levantaba sus cuarteles en las proximidades de un Corte Inglés, que respondía sacándose de la chistera una ignota, insuficiente y fracasada Sfera para acudir, siempre en desventaja, a una competencia imposible; y si una francesa como Leroy Merlin le arrebataba a Isidoro unas cuantas tuercas o tornillos de la sección de ferretería de los grandes almacenes, allá ordenaba su dedo indiscutido “¡levántese Bricor!”, que estos franceses no tienen ni idea del mercado español; no digo nada si los gabachos decidían exportar a España su exitoso modelo de hipermercado (Auchan, Carrefour…) o un intrépido emprendedor levantino iniciaba una escalada con el nombre de Mercadona… allá que llamaba Isidoro Álvarez a sus -¡ay!- acomodadas huestes, instaladas en la autosatisfacción, que iban estrellándose sistemáticamente, carentes de la cintura necesaria para modificar estrategias y empeñados en ocupar espacios vacíos en los que, al terminar de construir, ni siquiera entraba el viento porque los centros iban por delante de la urbanización;  y, en fin, si aparecían las famosas tiendas de conveniencia, allá estaba Isidoro dando órdenes de apertura de opencor o supercor o no sé qué exprés que ahora cierran o se transforman discretamente, para que no nos demos cuenta del fracaso.
 Entre tanto el cliente empezaba a dejar de ser lo que había sido… ¡Claro que la cuenta de resultados exigía el cierre de Induyco, los talleres de confección de El Corte Inglés, en los que la puntada –unidad de medida en la especialidad- cuesta varias veces más que en cualquier país de Extremo Oriente…! Pero el socialmente pacífico cierre de Induyco fue pagado por el cliente, que a partir de entonces tuvo que abonar –antes no se hacía- eso que se llaman los arreglos de la ropa (el pantalón medio centímetro de más o de menos, entálleme la chaqueta, las mangas algo más cortas…), que es el compromiso de actividad que la empresa adquirió con la mayor parte de los trabajadores que salieron de Induyco, además, obviamente, de todos los beneficios por la resolución de sus contratos.
De la noche a la mañana, todo cambiaba. Aquel jefe de trajes de caballero aceptando la devolución de un pantalón de un piloto de Iberia (habrá que contar algún día los privilegios que las administraciones y empresas públicas concedieron siempre a El Corte Inglés) que sabía usado ya se enfrentaba a la esposa del comandante de vuelo que se lo exigía. Y hasta para conseguir la preparación de un paquete regalo en Navidad había que hacer una excursión hasta un rincón de dos plantas más abajo donde una aglomeración indicaba que ahí te lo harían si… estabas dispuesto a esperar media hora, porque ya había desaparecido la sana costumbre de que en todas las cajas personal eventual se esforzara en empaquetar…
…Y llegó la crisis… Tampoco el gigante de la distribución fue capaz de preverla. Y le pilló de esa manera… Es decir, con una deuda cercana al billón de pesetas de aquél sueño de Isidoro ahora convertido en pesadilla (¡en quince años…!) y con una financiera que reventaba por todas las costuras, pero ya sin induycos que las pudiera coser, porque tampoco la cosa estaba como para cuatro puntadas. De pronto, El Corte Inglés, en titulares… De pronto, El Corte Inglés, que en las huelgas generales era todo un símbolo porque era la única tienda abierta para… que comieran los piquetes, tampoco, como nuestra economía de la burbuja, volvería a ser lo que fue… ¿O acaso había una burbuja en El Corte Inglés…? ¿Qué había hecho el heredero apenas quince años después de la muerte de Don Ramón, el hombre que decía que el secreto era gastar siempre una peseta menos de las que entran en caja, el que fue personalmente a Italia a traerse a Emidio Tucci, la marca de confección masculina de más éxito en nuestro país? Pues haciendo caso omiso a muchos que le aconsejaban, había iniciado una huída hacia delante que ponía a El Corte Inglés… en manos de los bancos… Hay que preguntar de nuevo: ¿Recordáis Galerías Preciados?
E hicieron falta tropecientos bancos para los casi 6.000 millones con los que enjugar la deuda… Y con la exigencia de poner sobre la mesa los edificios más preciados del patrimonio inmobiliario del en otro tiempo gigante de la distribución… Y, al final, el Santander del sabio Botín se alzó con el santo y la limosna. El genio cántabro lo tenía tan claro que se fijó en la financiera de El Corte Inglés, que atesora nada menos que el 42% del crédito al consumo de nuestro país (de hecho, el 60 por 100 de las ventas de El Corte Inglés son pagadas con su famosa tarjeta verde). Quería convertir Botín a su Santander Consumer Finance en líder mundial del sector, lo que ha conseguido con la compra del 51 por ciento de la financiera de El Corte Inglés, naturalmente con mando en plaza.
Y ahora resulta que, cuando no ha pasado un año del nombramiento de un director general, Isidoro Álvarez, que acabará vendiendo crecepelo (de hecho El Corte Inglés ya anuncia trasplantes de pelo), se ha buscado un asesor de lujo en la persona de Manuel Pizarro, que ha abandonado la presidencia del prestigioso despacho jurídico en el que trabajaba, lo que quiere decir que, en efecto, está dispuesto a que su asesoramiento no tenga el mismo destino que hasta ahora tuvieron las opiniones de quienes, sin grandes alardes, es verdad, porque el salario merece la pena y no conviene llevar la contraria al patrón, le decían a Isidoro Álvarez que había que rectificar. Es decir, hay que profesionalizar la gestión (por los resultados es verdad que parece que ha estado en manos de aficionados), rejuvenecer el consejo de administración y sacar a bolsa un porcentaje de la empresa para, primero, saber lo que vale, y segundo y sobre todo, distanciarse del Santander.
Durante mi vida activa como periodista, fui invitado en muchas ocasiones a la inauguración de los centros de El Corte Inglés, en los que siempre me llamaron la atención varias cosas: la velocidad con la que los miles de invitados acababan con los jamones ibéricos, que era uno de los platos preferidos del abundante cóctel que ponía fin a los actos oficiales; la ramplonería del discurso que pronunciaba Isidoro Álvarez, impropio de lo que se le paga al amanuense que se los escribe; y el momento en el que el mismo Isidoro Álvarez, como si fuera el Dulcamara de “L’elisir d’amore”, introduciría  la frase que nunca faltaba “y si no queda satisfecho le devolvemos su dinero” (incluso había apuestas sobre ello). Ahora urge el cambio, amanuense: “Si no queda satisfecho, reclame a Botín…”



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