martes, 22 de octubre de 2013

Infamia consumada

José Antonio Zarzalejos ex director de El Correo y de ABC, extraordinario jurista y mejor articulista si cabe, ha puesto hoy el dedo en la llaga en su notebook de El Confidencial (http://blogs.elconfidencial.com/espana/notebook/2013-10-22/el-desolador-fracaso-del-estado-summa-ley-summa-iniuria_44253/): La sentencia del Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo evidencia el desolador fracaso del Estado español.

Negro sobre blanco: Desde 1973 hasta 1995 no se le ocurrió a nadie –ni a los gobiernos ni a los sucesivos parlamentos- una modificación del Código Penal para que los terroristas cumplieran la integridad de las penas a las que fueran condenados sin posibilidad alguna de redención, con el límite de 40 años. Para colmo, esos 22 años arrancan prácticamente con el asesinato del almirante Carrero Blanco, presidente del gobierno todavía en la dictadura del general Franco, y se extienden durante el período preconstitucional o la transición y desde 1978 en plena democracia. Y esos fueron –como recuerda Zarzalejos en su artículo-  los años de los más terribles crímenes de la banda terrorista: Hipercor, cuartel de La Jota de Zaragoza (los primeros ataúdes blancos), Plaza de la República Dominicana de Madrid, calle Juan Bravo, también de Madrid, y así hasta cientos de tremendos crímenes protagonizados por los dos comandos más mortíferos de ETA: el Comando Madrid y el itinerante, dirigido éste por Henry Parot, que acabó dando nombre a la doctrina del Supremo ahora revocada por el Tribunal de Estrasburgo.


La salida de prisión de la sanguinaria etarra Inés del Río (en la foto)  es, simplemente, la consecuencia de lo que Zarzalejos llama desolador fracaso. Porque, a mi juicio, no se puede analizar la situación a la que nos ha abocado la sentencia de Estrasburgo desde esta excarcelación, como tampoco desde las que vendrán muy pronto, con un adelanto de nueve años sobre lo que suponía la aplicación de la “doctrina Parot”, terrorista que, por cierto, va a seguir en la cárcel porque sobre él pesa otra condena ya con el nuevo Código Penal y el cumplimiento íntegro de las penas.

Los crímenes cometidos por Inés y los demás etarras merecerían la cadena perpetua, una pena que no está prevista en nuestro Código Penal. Y por debajo de esa pena, todas me parecen especialmente escasas después de ver, como he visto, buena parte de los peores atentados de ETA: Desde el del guardia Pardines Arcay y que supuso la carta de presentación de la banda, aunque ocho años antes, en 1960, había matado a la niña de 22 meses Begoña Arroz cuando un comando hizo estallar una bomba en la consigna de la estación ferroviaria de Amara, en San Sebastián. Al entierro de aquel guardia civil asistí como enviado especial del diario Pueblo, y luego tuve que cubrir informativamente el asesinato del comisario de Irún, Melitón Manzanas; y el primer secuestro, el del cónsul honorario de Alemania en San Sebastián, Eugene Beihl, y el de Felipe Huarte, y la mayor parte de los tremendos asesinatos de ETA, incluyendo el de la Operación Ogro, que acabó con la vida del almirante Carrero Blanco, en las postrimerías del franquismo.

Quiero decir que habiendo visto todo esto y hasta el atentado de junio de 1993 en la Glorieta López de Hoyos de Madrid, muy cerca de los estudios de Antena 3, en la calle Oquendo, y cuya onda expansiva destrozó buena parte del control del estudio en el que yo entrevistaba por teléfono al entonces secretario general del PP, Álvarez Cascos, el debate no debería estar en si nueve años más o nueve años menos, sino en qué fue lo que tendría que haberse hecho y no se hizo para que los etarras cumplieran la integridad de sus condenas.

Porque la evidencia es que, más tarde o más temprano, saldrán a la calle. Y se necesitará una gran dosis de generosidad por parte de la sociedad para cruzarte por la calle con el asesino de tu padre o de tu marido o de tu hijo o de tu vecino o de tu amigo o de cualquiera de los trabajadores del orden público que te protegen a ti y a los tuyos. Esa misma frase, la de la generosidad, fue pronunciada por ese gran demócrata y extraordinario vasco que fue Juan Mari Bandrés en un coloquio celebrado sobre el final del terrorismo –creo recordar que en plenas negociaciones de Argel, que fue una de las grandes y frustradas esperanzas del final de ETA- en Madrid, en el Centro Cultural de la Villa (lo que hoy es el teatro Fernán Gómez) y en el que por primera y única vez participaron representantes de todo el arco parlamentario de entonces, incluyendo a Herri Batasuna.

No llegó entonces el final de ETA, que ha sido derrotada por el Estado de Derecho y que ha dejado de matar hace tres años. Pero no deja de ser paradójico que una de sus más sanguinarias terroristas salga de prisión antes que sus compañeros entreguen las armas a causa de lo que Zarzalejos califica de desolador fracaso del Estado. Consumada la última infamia, solo falta que se permita que el relato etarra sea épico, como pretende la banda, y no criminal, como demanda la historia, que son también palabras de José Antonio Zarzalejos. Escrito de otra manera, que nadie nos arrebate el verdadero relato de la historia, porque solo nosotros, los demócratas, tenemos la legitimidad y también mucho dolor para contarla.

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