domingo, 13 de octubre de 2013

Carta abierta a Cruz Morcillo

Me ha vuelto a conmover, Cruz, tu último post en ese magnífico blog (magnífico hasta en su título, Crimen y Testigo). No me conmueve, Cruz, tu generosa referencia (escribes mi nombre con el “don” delante), ni tampoco la que haces de mi hijo Manu, ¡qué va, Cruz…!. Me conmueve volver a encontrarme con reporteros como tú, con la sensibilidad que destilan tus crónicas, tus entradas en el blog, tus intervenciones en el programa de Ana Rosa, lo que Manu me cuenta de ti. Me conmueve comprobar que todavía existen -¡existís, Cruz, existís!- reporteros que no miráis el reloj, que no pedís días libres, que, en efecto, colega, en efecto, ejercéis el sacerdocio del “reporterismo de sucesos”.

Porque fui y sigo siendo un reportero, pero por otras muchas razones que estoy seguro de que también conoces, he sentido ante la tremenda muerte de Asunta lo mismo que tú, y me he hecho las mismas preguntas… Como me las hacía cuando era un “sucesero”, como decís ahora… ¿Qué extraños mecanismos entran en funcionamiento en la mente humana a la hora de matar? ¿O cuál fue el último pensamiento de esos jóvenes guardias civiles en ese microbús que al paso por la calle Juan Bravo es reventado por una bomba cuya poder calorífico es capaz de derretir cristales blindados? ¿Y estaban dormidos esos niños cuando en mitad de la noche saltaron por los aires en un cuartel de la Guardia Civil en Zaragoza…? Me las hice siempre. ¿Y sabes, Cruz…? Bueno, ¡qué tontería! Parezco un periodista político haciendo preguntas retóricas. Claro que sabes lo que te voy a decir: nunca te acostumbras…

Pero te haces eco en tu blog, Cruz, de lo que yo llamo abiertamente la última “caza de brujas” de muchos colegas (¿?) que nos acusan de sordidez, de actuar como jueces, de alimentar no sé qué circos, de revelar secretos… Aunque solo sea para devolverte tantos regalos como me haces reivindicando y ejerciendo el periodismo –sin apellidos-, nada menos que el periodismo, te voy a hacer una confidencia:

Era subdirector ejecutivo del Diario Pueblo y, en consecuencia, había abandonado la calle, como decimos en nuestro argot. Fue la madrugada del domingo 28 de noviembre de 1983. Había salido al cine, porque el sábado no se trabajaba en la Redacción ya que, como periódico de tarde, Pueblo no se publicaba los domingos. A mi vuelta a casa, Manu, mi primogénito, estaba despierto y me saludó con un “¿te has enterado del accidente de avión?”. Y me explicó que un jumbo de la comapañía colombiana Avianca se había estrellado en la aproximación hacia Barajas, en Mejorada del Campo. Tenía mi hijo entonces 17 años y quiso acompañarme, auinque ni decir tiene que llamé a mi hermano Miguel Garrote, fotógrafo del periódico, y me fui con ellos al escenario del accidente aéreo. Por cierto, escrito quede entre paréntesis: En alguna ocasión he oído contar a mi hijo que aquella experiencia de una noche invernal rodeado de cuerpos sin vida, restos del avión, ulular de sirenas, luces que acentuaban el aspecto fantasmagórico del escenario, fue lo que le decidió a estudiar periodismo y a elegir la especialidad de sucesos. Aquella crónica fue probablemente la última que hice para el periódico, porque pocos meses después se puso fin al mismo, insostenible como era un diario que procedía de los sindicatos verticales del franquismo, por más que su gran impulsor y mi primer maestro, Emilio Romero, nos permitiera durante los muchos años que fue director unas cotas de libertad inimaginables en esos tiempos.

Y aquella crónica la escribí con la misma intensidad que la primera, con el mismo realismo, procurando trasladar lo que vi, lo que vimos aquella noche en Mejorada del Campo... Y en contra de lo que dicen ahora esos colegas políticamente correctísimos pero periodísticamente como mínimo dudosos, lo hice sin truculencias ni sordidez, sin alimentar no sé qué extraño circo.… Conté, Cruz, lo que ví… Tomo el espejo del  “Rojo y Negro” de Stendhal para escribir que nosotros contamos lo que el espejo refleja sin culpar al espejo; es decir, contamos, en todo caso, la crónica del ser humano, que desgraciadamente tiene sus miserias, y no hay más que acudir a las crónicas de la política que, por cierto, escriben esos colegas (¿?) tan políticamente correctos y tan sospechosos periodísticamente.

Estar allí y contarlo… ¿Sabrán estos mccarthystas de vía estrecha lo que significa esa frase? Más fácil, colega: ¿es que lo suceseros no tenemos derecho a responder a los qué, quién, cuándo, cómo, dónde, porqué y para qué? ¿Y ellos sí….? ¿Ellos tienen derecho a llenarnos la comida o la cena de las miserias de los bárcenas, camachos, rubalcabas, eres fraudulentos, pujoles, corrupciones varias…? ¿Sabes, Cruz? También estoy de acuerdo contigo en que al final de lo que nos acusan en realidad es de hacer un trabajo que ellos son incapaces de realizar. 

Desconocen estos cronistas de la nada que la sordidez también se mueve entre los manteles de hilo que cubren las mesas de los restaurantes de lujo en los que les hacen filtraciones interesadas (¡y luego lo califican de exclusivas!)  los psicópatas de la política para seguir alimentando el hemicirco ese (¡menudo circo, Cruz!) en el que, al parecer, tenemos depositada todos nosotros la soberanía popular.

Quiero terminar esta carta abierta, Cruz, con otra confidencia y, si me permites la presunción, in bellezza, que dicen los italianos. Mi hija, Zhou li Marie, adoptada en China hace 10 años, y que hoy tiene 14, y que estudia en el Liceo Francés, presenta mañana en su clase de Literatura una “pequeña redacción” que la profesora les ha pedido a todos los alumnos como un ejercicio dentro del estudio de Georges Perec, el abanderado del Nouveau Roman francés. La profesora quiere que narren tres recuerdos de la escuela, estructurado en tres párrafos que empiecen con el calificativo “el más…”. El último que narra Zhou li es, como le ha pedido su profesora, el “aparentemente más original”, y yo te lo traduzco, Cruz:


“El tercero es aparentemente el más original. Estaba en clase de CM2 y un día, durante el recreo, en el patio, mi profesora de “moyenne section” (N. del T.: En el sistema francés es el primer tramo de primaria) me pide ir  a cantar una canción en chino para sus alumnos, porque están trabajando sobre el tema de China. Y le dije que sí. Estaba un poco nerviosa, pero muy contenta a la vez. Volvía a la primera clase que conocí en el Liceo Francés cuando llegué de China. Al volver, sentí el mismo ambiente de ternura que viví con esta profesora a lo largo de toda mi “moyenne section”. Había escogido una canción de “Año Nuevo”. Comencé a cantar intentando no temblar ante tantos niños atentos, curiosos y contentos. Por momentos, yo me veía sentada en su sitio, cantando y aprendiendo la lengua que es ahora la mía. Al final, todos me aplaudieron. Y yo tengo una foto que mi profesora Françoise me dio algún tiempo después para que tuviera ese recuerdo”.

Por mi parte, ilustro esta líneas con esa foto y te dijo algo más, Cruz: ¡Claro que pienso en Asunta,…! ¡Y no sabes cuánto…! ¡Con qué cercanía, con cuánta empatía, con qué afinidad…!

Un beso.

Manuel.


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