Me ha vuelto a conmover, Cruz, tu último post en ese
magnífico blog (magnífico hasta en su título, Crimen y Testigo). No me conmueve, Cruz, tu generosa referencia (escribes
mi nombre con el “don” delante), ni tampoco la que haces de mi hijo Manu, ¡qué
va, Cruz…!. Me conmueve volver a encontrarme con reporteros como tú, con la
sensibilidad que destilan tus crónicas, tus entradas en el blog, tus
intervenciones en el programa de Ana Rosa, lo que Manu me cuenta de ti. Me
conmueve comprobar que todavía existen -¡existís, Cruz, existís!- reporteros
que no miráis el reloj, que no pedís días libres, que, en efecto, colega, en
efecto, ejercéis el sacerdocio del “reporterismo de sucesos”.
Porque fui y sigo siendo un
reportero, pero por otras muchas razones que estoy seguro de que también
conoces, he sentido ante la tremenda muerte de Asunta lo mismo que tú, y me he
hecho las mismas preguntas… Como me las hacía cuando era un “sucesero”, como
decís ahora… ¿Qué extraños mecanismos entran en funcionamiento en la mente
humana a la hora de matar? ¿O cuál fue el último pensamiento de esos jóvenes
guardias civiles en ese microbús que al paso por la calle Juan Bravo es
reventado por una bomba cuya poder calorífico es capaz de derretir cristales
blindados? ¿Y estaban dormidos esos niños cuando en mitad de la noche saltaron
por los aires en un cuartel de la Guardia Civil en Zaragoza…? Me las hice siempre.
¿Y sabes, Cruz…? Bueno, ¡qué tontería! Parezco un periodista político haciendo
preguntas retóricas. Claro que sabes lo que te voy a decir: nunca te
acostumbras…
Pero te haces eco en tu blog, Cruz, de lo que yo llamo
abiertamente la última “caza de brujas” de muchos colegas (¿?) que nos acusan
de sordidez, de actuar como jueces, de alimentar no sé qué circos, de revelar
secretos… Aunque solo sea para devolverte tantos regalos como me haces
reivindicando y ejerciendo el periodismo –sin apellidos-, nada menos que el
periodismo, te voy a hacer una confidencia:
Era subdirector ejecutivo del Diario Pueblo y, en
consecuencia, había abandonado la calle, como decimos en nuestro argot. Fue la
madrugada del domingo 28 de noviembre de 1983. Había salido al cine, porque el
sábado no se trabajaba en la
Redacción ya que, como periódico de tarde, Pueblo no se
publicaba los domingos. A mi vuelta a casa, Manu, mi primogénito, estaba
despierto y me saludó con un “¿te has enterado del accidente de avión?”. Y me
explicó que un jumbo de la comapañía colombiana Avianca se había estrellado
en la aproximación hacia Barajas, en Mejorada del Campo. Tenía mi hijo entonces
17 años y quiso acompañarme, auinque ni decir tiene que llamé a mi hermano Miguel Garrote, fotógrafo del periódico, y me fui con ellos al escenario del
accidente aéreo. Por cierto, escrito quede entre paréntesis: En alguna ocasión he
oído contar a mi hijo que aquella experiencia de una noche invernal rodeado de
cuerpos sin vida, restos del avión, ulular de sirenas, luces que acentuaban el
aspecto fantasmagórico del escenario, fue lo que le decidió a estudiar periodismo
y a elegir la especialidad de sucesos. Aquella crónica fue probablemente la
última que hice para el periódico, porque pocos meses después se puso fin al
mismo, insostenible como era un diario que procedía de los sindicatos
verticales del franquismo, por más que su gran impulsor y mi primer maestro,
Emilio Romero, nos permitiera durante los muchos años que fue director unas
cotas de libertad inimaginables en esos tiempos.
Y aquella crónica la escribí con la misma intensidad que la
primera, con el mismo realismo, procurando trasladar lo que vi, lo que vimos
aquella noche en Mejorada del Campo... Y en contra de lo que dicen ahora esos
colegas políticamente correctísimos pero periodísticamente como mínimo dudosos,
lo hice sin truculencias ni sordidez, sin alimentar no sé qué extraño circo.…
Conté, Cruz, lo que ví… Tomo el espejo del “Rojo y Negro” de Stendhal para escribir que
nosotros contamos lo que el espejo refleja sin culpar al espejo; es decir,
contamos, en todo caso, la crónica del ser humano, que desgraciadamente tiene
sus miserias, y no hay más que acudir a las crónicas de la política que, por
cierto, escriben esos colegas (¿?) tan políticamente correctos y tan sospechosos periodísticamente.
Estar allí y contarlo… ¿Sabrán estos mccarthystas de vía
estrecha lo que significa esa frase? Más fácil, colega: ¿es que lo suceseros no
tenemos derecho a responder a los qué, quién, cuándo, cómo, dónde, porqué y
para qué? ¿Y ellos sí….? ¿Ellos tienen derecho a llenarnos la comida o la
cena de las miserias de los bárcenas, camachos, rubalcabas, eres fraudulentos,
pujoles, corrupciones varias…? ¿Sabes, Cruz? También estoy de acuerdo contigo
en que al final de lo que nos acusan en realidad es de hacer un trabajo que
ellos son incapaces de realizar.
Desconocen estos cronistas de la nada que la sordidez
también se mueve entre los manteles de hilo que cubren las mesas de los
restaurantes de lujo en los que les hacen filtraciones interesadas (¡y luego lo
califican de exclusivas!) los psicópatas
de la política para seguir alimentando el hemicirco ese (¡menudo circo, Cruz!)
en el que, al parecer, tenemos depositada todos nosotros la soberanía popular.
Quiero terminar esta carta abierta, Cruz, con otra
confidencia y, si me permites la presunción, in bellezza, que dicen los italianos. Mi hija, Zhou li Marie, adoptada en China hace 10 años, y que hoy
tiene 14, y que estudia en el Liceo Francés, presenta mañana en su clase de Literatura una “pequeña redacción” que la profesora les ha pedido a todos los
alumnos como un ejercicio dentro del estudio de Georges Perec, el abanderado
del Nouveau Roman francés. La profesora quiere que narren tres recuerdos de la
escuela, estructurado en tres párrafos que empiecen con el calificativo “el
más…”. El último que narra Zhou li es, como le ha pedido su profesora, el
“aparentemente más original”, y yo te lo traduzco, Cruz:
“El tercero es aparentemente el más original. Estaba en clase de CM2 y un día, durante el recreo, en el
patio, mi profesora de “moyenne section” (N.
del T.: En el sistema francés es el primer tramo de primaria) me pide ir a cantar una canción en chino para
sus alumnos, porque están trabajando sobre el tema de China. Y le dije que sí.
Estaba un poco nerviosa, pero muy contenta a la vez. Volvía a la primera clase
que conocí en el Liceo Francés cuando llegué de China. Al volver, sentí el
mismo ambiente de ternura que viví con esta profesora a lo largo de toda mi
“moyenne section”. Había escogido una canción de “Año Nuevo”. Comencé a cantar
intentando no temblar ante tantos niños atentos, curiosos y contentos. Por
momentos, yo me veía sentada en su sitio, cantando y aprendiendo la lengua que
es ahora la mía. Al final, todos me aplaudieron. Y yo tengo una foto que mi
profesora Françoise me dio algún tiempo después para que tuviera ese recuerdo”.
Por mi parte, ilustro esta líneas con esa foto y te dijo algo más,
Cruz: ¡Claro que pienso en Asunta,…! ¡Y no sabes cuánto…! ¡Con qué cercanía,
con cuánta empatía, con qué afinidad…!
Un beso.
Manuel.
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