viernes, 14 de septiembre de 2012

Otra vez comunista como insulto

La "lideresa" Esperanza Aguirre, que se las da de liberal quizás en un intento de enmascarar los tics autoritarios (a lo peor son algo más que tics) que exhibe, ha sacado a pasear en el reciente debate sobre el estado de la región sus viejos demonios y ha utilizado la palabra comunista como insulto. "¡Es usted... -aquí una retahíla de descalificaciones-, ...es usted un comunista...!", dirigido tanto a Tomás Gómez, triste portavoz socialista, como a Gregorio Gordo, de Izquierda Unida.

Eché la mirada atrás..., tanto como sesenta años, cuando acusar de comunista a alguien era una condena del Tribunal de Orden Público a años de cárcel no sin antes pasar por las celdas de tortura de la Dirección General de Seguridad que tan bien (¡) manejaba la Brigada Político Social de la policía.


Que sesenta años después de tanto dolor, de tanto sacrificio de muchos españoles, equivocados o no, en su lucha contra la dictadura; después de la ejemplar transición y el decisivo papel que el Partido Comunista tuvo en la misma; de la tremenda matanza de los abogados laboralistas de Atocha y de más de 30 años de Constitución  la presidenta madrileña utilice el "¡comunista!" como insulto es la vuelta a las cavernas. O, mejor, es como una visita a la sede ideológica de Esperanza Aguirre. Al fin y a la postre, la caverna...

Entre las muchas lecturas que le faltan le convendría a la presidenta analizar, por ejemplo, este párrafo: "Para mí, ese saludo (el puño en alto) nunca ha sido un gesto de triunfo, y mucho menos de amenaza. Encarna más bien la fraternidad de los humillados y ofendidos, la solidaridad de los pobres. De los vencidos, con demasiada frecuencia. También puede leerse en él la esperanza: la más loca de las esperanzas, la más desesperada..."

¡Ay! el puño en alto de los comunistas...

O lea la presidenta también estas líneas: "Intenté imaginar mi vida sin el compromiso total, en cuerpo y alma, con la aventura del comunismo. Por aquel entonces, en 1960, se había apagado ya el fuego de mi primer fervor. No esperaba ya nada realmente creativo de la práctica del marxismo... Incluso la clandestinidad española, fraternal y pródiga en riquezas emocionales, dejaba traslucir sus defectos de ritual y de rutina. Así y todo, no alcanzaba a imaginar mi vida pasada sin ese compromiso total... Tal vez había sido necesaria toda esa locura, esa enajenación de uno mismo, esa exaltación, ese sabor amargo de un vínculo trascendente, esa ilusión por el futuro, ese sueño obstinado, esa racionalidad suntuosa pero contraria a todas las razones razonadoras y razonables, todo ese odio, ese amor, ese cariño a los compañeros desconocidos de la larga macha interminable, esos retazos de cantos, de poemas, de consignas lanzadas a la faz del mundo como una llamada de esperanza o de angustia, ese sufrimiento bajo la tortura y el orgullo de haber resistido a ella; tal vez había sido necesario todo eso para conferir a mi vida una oscura y rutilante coherencia".

Son pequeños párrafos de una de las obras de Jorge Semprún, "Adiós, luz de veranos..." ¡Pero qué sabe la presidenta de todo esto...!


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