sábado, 18 de enero de 2014

Respuesta a un colega

Hace unos días publiqué en mi perfil de Facebook un comentario sobre una crónica del viaje de Rajoy a Washington publicada en uno de los mejores periódicos en Internet, El Semanal Digital (http://elsemanaldigital.com/blog.asp?idarticulo=133219&cod_aut=). Lo reproduzco en este blog:

“Leo atónito, sin salir de mi asombro, una crónica en El Semanal Digital sobre la visita de Rajoy a la Casa Blanca, cuyos jardines, según el cronista, están muy bien cuidados, pero los de La Moncloa son más grandes. Las instalaciones para la prensa son una pena, aunque el cronista, puesto a comparar las excelencias de la potencia española frente a ese pequeño y emergente país del norte de América, se hace un lío y escribe que "las instalaciones para la prensa reservadas en una pequeña sala del ala oeste no tienen nada que envidiar a las instalaciones de La Moncloa", cuando es obvio que ha querido escribir lo contrario. Además, en su barra-comedor apenas caben cinco personas, ¡vaya por Dios! Encima tienen un perro que corre suelto (el cronista escribe "liberado") por los jardines de la Casa Blanca. Y para terminar: ni la moqueta del despacho oval ni el Capitolio ni la Cámara de Comercio ni los "diminutos" jardines de la Casa Blanca llamaron la atención de nuestros políticos, empresarios y enviados especiales. ¿Saben lo que les llamó la atención? El grito de "Spain is back" que "hemos visto, palpado y escuchado". O sea, según el método Vaughan de inglés (aunque nada como nuestra Escuela Oficial de Idiomas y los colegios bilingües de la lideresa Esperancita), "¡España ha vuelto!". Leeré con atención la crónica que publique el modesto Washington Post sobre el próximo viaje oficial de Obama fuera de Estados Unidos para ver si los periodistas de este país han aprendido de la independencia y objetividad de los nuestros.”

Me contestó también en Facebook el autor de la crónica con este comentario:

“Compruebo, con mucho más asombro que el tuyo, Maestro, que no conoces las instalaciones para la prensa en la Casa Blanca. Cualquier periodista que ha pasado por allí, incluidos los corresponsales en Washington que llevan años en la capital de EEUU, coinciden en que las instalaciones para trabajar dejan mucho que desear. Y coinciden en que las instalaciones de Moncloa son de las mejores del mundo. Y ya he visto unas cuantas, aunque quizá no tantas como tú. Ah....y hablo de instalaciones. Que son las mismas las de este Gobierno, que las del anterior, y el anterior. Una crónica de color, descriptiva, y ajustada a lo que estos humildes ojos de periodista, a los que en alguna ocasión tú mismo ayudaste a observar, vieron ese día. Aún recuerdo al corresponsal del New York Times en España describir elogiando la zona de trabajo de Moncloa en comparación con la de su País. Lo que no significa nada más que eso...”


Y ahora tengoque responderle en este blog, empezando por tranquilizar al colega por lo que se refiere a mi falta de experiencia y conocimientos sobre la Casa Blanca. Cuando el cronista del viaje de Rajoy a Washington probablemente aún no había nacido, en julio de 1976, andaba yo por Washington, iniciando un viaje por carretera desde la capital federal de los Estados Unidos hasta San Francisco, formando parte de una de las caravanas de periodistas de todo el mundo con ocasión del bicentenario de la independencia de ese país. La Administración estadounidense, dirigida entonces por Gerald Ford, que ocupó la presidencia tras la dimisión de Richard Nixon por el escándalo Watergate, había hecho una selección de periodistas en todo los países sin otra contraprestación que la de cumplir itinerario y calendario, para luego contar en sus medios lo que vieran a su paso por West Virginia, Kentucky, Missouri, Kansas, Colorado, Utah, Nevada o California, puesto que el viaje fue por los llamados estados del centro. Para ello, pusieron a nuestra disposición un Ford (creo que era el modelo “Granada”, con cambio automático) y una caravana o roulotte marca Starstream con un completo equipamiento. La verdad es que no recuerdo las instalaciones de prensa de la Casa Blanca, probablemente porque no tenía, como el colega, el modelo comparativo de La Moncloa, que ni siquiera había sido habilitada entonces como sede de la Presidencia del Gobierno y residencia del titular de la misma. En todo caso, confieso que las instalaciones para la prensa nunca me han importado, estuviera donde estuviera, porque, entre otras cosas, forman parte del marketing de los políticos o de las instituciones.

 Recuerdo también ahora –la verdad es que uno ya no tiene más que recuerdos- mi viaje como enviado especial a Managua pocas horas después de producirse el tremendo terremoto del 23 de diciembre de 1972, con más de 20.000 muertos (nunca hubo cifra oficial, porque muchos cadáveres ni siquiera fueron rescatados). Llegué al aeropuerto de Managua, via México, en el avión de Iberia que curiosamente llevaba la primera ayuda española. Pasé la Navidad en la calle con un nicaragüense de origen español que había logrado sacar un hornillo de petróleo de los escombros de su casa y esperaba al pie de los mismos que alguien rescatara a sus familiares sepultados, mientras cocinaba una gallina que compartió conmigo. Esa crónica se publicó en la primera página del diario Pueblo de aquellas fechas, como la de un Anastasio Somoza, el dictador nicaragüense, recibiendo a la prensa internacional y pretendiendo agasajarnos hasta con cigarros puros, mientras los supervivientes de su pueblo se morían de dolor y de hambre y él y sus familiares preparaban la estrategia para apoderarse de la ayuda internacional en su propio beneficio, sustrayéndosela a quienes la necesitaban. Tampoco recuerdo los servicios de prensa de las instalaciones de la presidencia de Nicaragua, pero probablemente serían envidiadas por la escasa cobertura que todavía se daba a los periodistas en el modesto palacete de comienzos de la Castellana, donde estaba la presidencia de gobierno del dictador Francisco Franco, que ostentaba el almirante Carrero Blanco, asesinado justo un año después (otro día contaré mi apasionante aventura periodística en aquel atentado).

Tampoco me han importado las alfombras o la moqueta –como escribe el cronista de Rajoy- ni cuando las he tenido bajo los pies porque desempeñaba algún cargo. Incluso entonces me he considerado un reportero, más próximo por tanto a una conexión en la vida que suena (¡qué bella definición de la radio nos dejó el Maestro –este sí, Maestro con mayúscula- Martín Ferrand!) o a publicar cualquier reportaje en un cucurucho de papel lleno de historias humanas (otra bella definición, la del periódico, igualmente del Maestro Martín Ferrand). Quiero decir que me preocupa más la libertad de la prensa y de los periodistas americanos que las instalaciones que la Casa Blanca pone a su disposición, y tengo serias dudas de que los servicios de prensa de  la Presidencia de los Estados Unidos  veten a algún medio o periodistas de su país en una rueda de Prensa del presidente Obama, como se ha hecho en el viaje de Rajoy con dos medios españoles. Pero como periodista me preocupa bastante más que la Casa Blanca y La Moncloa, que Rajoy y que Obama, lo que está ocurriendo en la enseñanza o en la sanidad de mi país o con las pensiones o con los jóvenes para los que no hay trabajo o en las calles de cualquier ciudad.

Lee otra vez, querido colega, tu crónica. Quítale cuanto tiene de ditirambo, y verás que queda mucho mejor. Y para vacunarte contra esos excesos –como el de situar por debajo del interés del “Spain is back” el que puede despertar el Capitolio de Washington; hombre, ¡eso no…!-, lee un artículo, que yo he convertido en el de cabecera, de Arturo Pérez Reverte, uno de los reporteros con los que  compartí aquella mítica redacción del diario Pueblo, y que se titula “Cuándo éramos honrados mercenarios” (http://www.perezreverte.com/articulo/patentes-corso/252/cuando-eramos-honrados-mercenarios/). Y di conmigo que eso, lo que cuenta Arturo y lo que algunos hemos tenido la suerte de vivir, es el periodismo…  El artículo recuerda aquellos tiempos del diario Pueblo. Yo me voy a permitir subrayarte un párrafo:

“…Estamos hablando de periodismo. De pan de cada día y de reglas básicas. Éstas incluían aportar hechos y no opiniones, no respetar en el fondo nada ni a nadie, y ser sobornables sólo con información exclusiva, mujeres guapas -o el equivalente para reporteras intrépidas- y gloriosas firmas en primera. En el peor de los casos, los jefes compraban tu trabajo, no tu alma. Ser periodista no era una cruzada ideológica, sino un oficio bronco y apasionante. Como habría dicho Graham Greene, Dios y la militancia política sólo existían para los editorialistas, los columnistas y los jefes de la sección de Nacional. A ellos dejábamos, con mucho gusto, la parte sublime del negocio. El resto éramos mercenarios eficaces y peligrosos. “

Honrados mercenarios, colega, honrados mercenarios, que nos importaban una higa los servicios de prensa y las moquetas o las alfombras. ¿No te recorre un escalofrío la columna vertebral cuando lees eso? A mí todavía sí, colega…  Y ando ya cerca de los 70.



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